Cristianos en Oriente Medio, entre la persecución y la esperanza

El Sínodo de octubre intentará dar respuesta a estas comunidades

(Justo Lacunza Balda) La celebración de la Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para Oriente Medio, del 10 al 24 de octubre, llega en un momento de gran incertidumbre política e institucional en los países de la región. La violencia endémica y el odio recalcitrante entre facciones musulmanas, sobre todo en Irak, han creado una inestabilidad generalizada de la que se habla poco y se discute aún menos. Siempre en voz baja por temor a herir sensibilidades, desbaratar planes y ahuyentar malos augurios. Quizás por miedo a crear alarmismo entre la población duramente probada y evitar que aumente el ansia en la sociedad, provocando nuevos éxodos, sobre todo de cristianos.

Por si fuera poco, miles de cristianos se han visto ya obligados a dejar sus barrios, pueblos y ciudades. Tierras y propiedades confiscadas, lugares de culto atacados por los atentados, iglesias y capillas destruidas en pleno día, casas y habitaciones abandonadas por la fuerza y destinadas a ciudadanos de religión musulmana.

Las comunidades cristianas viven en un aparente callejón sin salida. Cada día con más dificultades para sobrevivir como minoría. Son víctimas de la indiferencia, el desprecio y la persecución. Como si pertenecieran a otra galaxia, cuando fue allí donde vivieron las primeras comunidades cristianas y apostólicas. La precaria situación de los cristianos en Oriente Medio ha ido perpetuándose en los últimos años, con el peligro de que llega un momento en el que no bastan las denuncias de abusos y atropellos, sino que es necesario hablar y discutir, también de sus aspectos positivos. Dejarlo para más tarde significaría el abandono de aquéllos para quienes la vida diaria es una senda dolorosa y ensangrentada.

La verdad cruda es que las cosas no están cambiando. A pesar de las infinitas promesas, de las reuniones internacionales y de los firmes propósitos de que se van “asentando la democracia, enraizando las libertades y respetando los derechos humanos”. A todo eso hay que añadir el dolor, la angustia y la desesperación de miles de personas de toda etnia, religión y cultura que en los países de Oriente Medio continúan pagando con sus vidas la insensatez y la locura de guerras y conflictos que nunca acaban. Al contrario, la paz y el entendimiento han ido a parar al desván de los recuerdos para que no vean la luz de un nuevo amanecer.

A pesar de todo, en medio de las tragedias intermitentes, la esperanza viva y real aflora por doquier. En cualquier rincón, en los parajes más insospechados, en los lugares más recónditos. Porque la vida y los sueños son más fuertes que el mal, la destrucción y la muerte. Muchas de las comunidades cristianas en estos países se sienten acorraladas, como que ha llegado el momento de plegar las velas, de emigrar a nuevas tierras. Allí donde se pueda decir sencilla y llanamente: “Soy cristiano”. Esto puede parecer una exageración, provocada por eventos aislados. Pero no piensan así los que han emigrado, los que el destino no se lo permite y los que han decidido vivir hasta el final de sus días en donde han nacido.

Extremismo islámico

Benedicto XVI, reunido con patriarcas, arzobispos y obispos, convocó el Sínodo Especial para Oriente Medio el 19 de septiembre de 2009. El sentimiento general, que prevalecía como tela de fondo de esa decisión papal, era constatar que las comunidades cristianas iban reduciéndose cada vez más, el pánico iba incubándose y en algunos casos los cristianos desaparecían por completo. No por voluntad propia, sino por las circunstancias adversas a su presencia. Las causas eran de diverso orden, pero la más grave provenía del extremismo islámico.

Desde hacía años, el aire se había enrarecido, debido principalmente a la ideología islamista que aún hoy en día continúa enarbolando su bandera y considerando Oriente Medio como “dominio del islam”. Un espacio geopolítico, religioso y cultural donde sólo caben la religión y los creyentes musulmanes y la ideología fundada en principios islámicos. Los cristianos se sienten inseguros en su propia tierra y abandonados por la opinión pública internacional. Ven el ejercicio de la libertad religiosa como una volátil concesión gobernativa que puede cambiar de un momento a otro, o transformarse en persecución solapada, y no como un derecho constitucional fundado en el hecho de ser ciudadanos del mismo país. Además, los líderes de las Iglesias cristianas ven con creciente preocupación cómo la Tierra Santa “se vacía de comunidades cristianas”, precisamente allí donde brotó la fuente de la fe cristiana y nació el manantial de la esperanza de los cristianos: Jesús de Nazaret.

La visita apostólica de Benedicto XVI a Tierra Santa en mayo de 2009 dio un nuevo impulso a la preparación del Sínodo, a través del cuestionario formulado en los Lineamenta. Con las respuestas, llegadas desde todas las comunidades de la Iglesia católica, se ha elaborado de manera orgánica el Instrumentum Laboris (IL),  que servirá de base a los debates sinodales de octubre. Este documento, de 46 páginas con 123 números de referencia, lleva por título La Iglesia católica en Oriente Medio: Comunión y Testimonio. En él se reflejan los aspectos principales de la acción eclesial centrada en tres ejes principales: ‘La Iglesia católica en Oriente Medio’ (IL, 13-53), ‘La Comunión eclesial’ (IL, 54-63) y ‘El Testimonio cristiano’ (IL, 62-117). En la Introducción (IL, 1-13) se detallan algunas etapas que han llevado a la confección del documento sinodal, mientras que en la Conclusión (IL, 118-123) se invita a reavivar la esperanza ante los desafíos concretos del futuro.

El IL fue entregado por el Papa a los miembros del Sínodo durante su visita a Chipre del 4 al 6 de junio de 2010. Un doloroso evento envolvió en la penumbra aquellas jornadas: la horrible muerte de monseñor Luigi Padovese en Iskenderun (Turquía), cuyo asesino decapitó y mostró “el trofeo” gritando: “Alá es grande”. Este acto ignominioso de furia asesina no condujo a conclusiones dramáticas durante la reunión de Chipre. Sin embargo, el vil crimen del obispo italiano puso el dedo en la llaga ante la situación cada vez más grave para los cristianos en Oriente Medio.

Resulta extraño que en estos tiempos en los que se insiste en el respeto de los derechos humanos, continuemos presenciando actos de agresión, odio y violencia contra los cristianos en estos países. No sirven las tapaduras cargadas de diplomacia insensata, ni ofrecen soluciones viables los pregoneros de la algarabía antioccidental, y tampoco se mojan los paladines acérrimos de las libertades civiles cuando se trata de la libertad religiosa. Se olvida a menudo que ésta es un derecho en la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y no una opción sometida al voto en las asambleas, parlamentos y senados. En el Instrumentum Laboris se habla de la ‘Libertad de religión y de conciencia’ (IL, 36-40) y se subraya un punto de capital importancia: “En Oriente Medio, según las costumbres, la libertad de religión significa libertad de culto y no libertad de conciencia”. Es fundamental tenerlo presente, ya que los lugares de culto son la expresión visible y tangible de la libertad religiosa. Todo ataque contra un lugar sagrado o la prohibición de un lugar de culto son considerados un atentado directo contra el ejercicio de la libertad de religión.

Ese problema es de perenne actualidad en los países de mayoría musulmana. Salvo raras excepciones. Los permisos para construir un lugar de culto pueden perpetuarse durante años. Como una especie de juego de póquer endiablado o de una eterna aventura que en la realidad significa un rotundo e implacable “no institucional” a la libertad religiosa para los cristianos. Sin embargo, en un campo tan delicado como espinoso, el IL no pide la reciprocidad que significaría desvirtuar y traicionar el fundamento del “Amor”, fermento e inspiración del mensaje cristiano.

Son muchas y variadas las etapas históricas de Oriente Medio. Guerras y cruzadas, yihads y razzias, extremismo religioso y división geográfica de los territorios, colonialismo y nacimiento de los Estados modernos, son parte integrante de su historia humana, social, religiosa, cultural y política. Pero el pasado no puede constituir un lastre de tal peso que impida avanzar, progresar y buscar nuevas vías de entendimiento, de colaboración y de respeto.

Retos presentes

Cristianos en Jerusalén

Tensiones y enfrentamientos continúan hoy en día bajo diferentes signos políticos y constituyen, entre otros, los retos presentes para las comunidades cristianas (IL, 32-50): conflictos, libertad religiosa, islam político, emigración. Todos esos apartados implican el mundo de los sentimientos personales, de las relaciones interconfesionales, de las identidades religiosas y de los referentes culturales.

Es necesario observar con gran curiosidad cómo vive la gente en Oriente Medio, de qué manera afrontan las dificultades cotidianas, cómo resuelven los retos que implica vivir. Si se pierde el sentido de la complejidad, difícilmente se podrán aportar soluciones, continuar con la búsqueda de respuestas y aceptar la variedad de lecturas e interpretaciones de la realidad de Oriente Medio.

El Papa durante su visita a Chipre

No cabe duda de que existe un deterioro en las relaciones entre los pueblos y comunidades de la región. En ese enjambre de reivindicaciones, propuestas y enfrentamientos, la religión, los lugares santos y las políticas nacionales juegan un papel decisivo. Las deliberaciones durante el Sínodo quieren reflejar la vida real de las comunidades en su multiplicidad de aspectos y manifestaciones. El Sínodo quiere alejarse de toda ideología simplista, que corre el peligro de ahondar más en las heridas abiertas que aportar los paliativos de una cura eficaz y duradera.

Los dos principales objetivos del Sínodo son fortalecer a los miembros de la Iglesia católica (IL, 3-6) a través de la Palabra y los sacramentos, y promover la comunión eclesial entre las diferentes comunidades e Iglesias católicas. Los católicos no viven aislados, sino que comparten la vida, lengua y costumbres con otras comunidades. Por lo tanto, hay dos dimensiones fundamentales: la ecuménica, subrayando la importancia actual del ecumenismo en el contexto de Oriente Medio (IL, 76-84); y la interreligiosa e intercultural: las relaciones con los judíos (IL, 85-94) y con los musulmanes (IL, 95-99).

Nadie duda que éstos son los retos que la Iglesia debe enfrentar. Sin falsas alarmas y con la verdad de los hechos. Sin pretensiones de protagonismo religioso y con la sencillez del diálogo de vida. Sin ambiciones de poder y con la fuerza de la sencillez, el testimonio de las obras y el fuego del amor. Sin miopía cristiana, sin polémicas vacías, sin enfrentamientos doctrinales.

Son algunos de los valores del Evangelio (IL, 102) que dan un ímpetu renovador a los cristianos que caminan por la senda de la vida siendo lo que están llamados a ser: testigos vivos del Amor infinito de Dios. Por encima de toda división religiosa, lingüística y cultural. La fe y esperanza de los cristianos no pueden permanecer encorsetadas si están destinadas a ser levadura, luz y sal de la tierra. Con la vida y el ejemplo antes que con las proclamas y las palabras.

En el nº 2.719 de Vida Nueva.

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