Turismo pederasta, la explotación más impune

El sexo con menores genera 5.000 millones de euros

(José C. Rodríguez Soto) Pocos lugares hay en el mundo tan paradisíacos como Mombasa, en la costa de Kenia bañada por el Océano Índico. A diferencia del turismo masivo de sombrilla y chiringuito, allí cada hotel tiene su parcela de playa, donde, entre arenas y cocoteros, se relajan sin agobios los turistas, casi todos europeos o norteamericanos. Pero en este mar de envidiable tranquilidad hay algo que llama en seguida la atención al recién llegado, y es la escena harto frecuente de un hombre –generalmente ya algo entrado en años, de cara roja y barriga cervecera– de la mano de una muchacha que podría ser su nieta o a mujeres blancas bastante maduras junto a adolescentes masculinos africanos.

En Kenia, en teoría, hay leyes que castigan con severas penas el sexo con menores, pero no parece que su policía –una de las más corruptas del mundo– las apliquen muy escrupulosamente, si se tiene en cuenta que bastantes de los turistas que se dedican a esta sórdida actividad vuelven allí cada año para dar rienda suelta a sus instintos pederastas. Un artículo publicado en The New York Times el año pasado calculaba en 30.000 las niñas de entre 12 y 14 años que se dedican a la prostitución en Mombasa, a las que habría que añadir varios miles más en los enclaves turísticos, más al norte, de Malindi y Lamu.

Otros países que hace años eran también destinos de turistas que viajan para tener sexo con niños han introducido recientemente medidas muy estrictas contra la explotación sexual infantil. Es el caso de Tailandia. Pero muchas organizaciones que trabajan por los derechos de la infancia en el sureste asiático lamentan que lo único que han conseguido estas medidas es alejar a los pederastas a Nepal, países africanos como Kenia o la vecina Camboya, que sigue siendo el destino preferido por estos viajeros.

Los cálculos globales sobre el número de quienes hacen turismo sexual con niños rozan el horror. Son cuatro millones de viajeros cada año (entre ellos, 40.000 españoles, asegura Save the Children), según estimaciones de distintas organizaciones que trabajan en pro de la infancia. Una de ellas, ECPAT (Red Internacional contra la Explotación Sexual Comercial Infantil), calcula que los niños víctimas de este sórdido negocio son algo más de dos millones, y que las redes de tráfico que los explotan obtienen unos beneficios de unos 5.000 millones de euros al año.

Redes en Sudáfrica

Algunas recalaron en Sudáfrica durante el Mundial de Fútbol, como advirtió repetidamente la Iglesia católica del país mucho antes de que comenzara el gran evento. Llama la atención que los principales medios de comunicación, que tanta atención han prestado a los escándalos de pederastia por parte de algunos miembros del clero, no mostraran ningún interés por tocar ni de refilón el tema de las redes de tráfico de personas que hicieron tranquilamente su agosto entre partido y partido.

Algunos periodistas sí se han implicado, y mucho, en la defensa de estos niños. Uno de ellos, Hernán Zin, siguió la pista de varios pederastas en Camboya durante seis meses y con sus pesquisas ayudó a que la ONG Protect interpusiera varias querellas contra europeos sospechosos de abusar de niños. Zin, que recogió su experiencia en el libro Helado y patatas fritas (2003), lamenta, en declaraciones a Vida Nueva, que “estas personas campen a sus anchas por países pobres, donde el Estado es muy débil y las familias de los niños miran para otro lado”.

El P. Cullen lucha contra la explotación sexual de menores en Filipinas

Una de las personas que más se ha batido contra esta lacra es el misionero irlandés Shay Cullen (VN, nº 2.703), que trabaja en Filipinas desde 1969. Nada más llegar a su nueva parroquia de Olongapo, a 200 km. de Manila, se dio de bruces con la situación de las niñas que eran explotadas en cientos de bares que servían de burdeles para los miles de soldados de la base norteamericana de esta ciudad. “Un día iba caminando por la calle, se me acercó un hombre creyendo que yo era un turista y me ofreció dos niñas de doce años, que estaban allí a la puerta de un local”, recuerda en la revista comboniana World Mission.

Esta experiencia le impactó tanto que decidió volcarse en ayudar a los menores víctimas de esta explotación. Al poco tiempo, con ayuda de un joven matrimonio filipino y del alcalde, que le cedió cinco hectáreas de terreno, inició PREDA (Asistencia al Desarrollo para la Recuperación de las Personas), una fundación en la que empezó acogiendo a niños de la calle, menores que salían de la cárcel, o procedentes de familias desestructuradas. Pero el trabajo del P. Cullen no se limitó a la asistencia. Pronto empezó a denunciar a los responsables que se enriquecían a costa de la pobreza de estos menores.

Durante varios años, el religioso sufrió el acoso de diversos grupos que pidieron su expulsión del país y recibió numerosos mensajes anónimos amenazándole de muerte. El P. Cullen no se achantó y lideró una campaña para pedir el cierre de las bases estadounidenses, algo que se llevó a cabo en 1992. La marcha de los marines no terminó con el problema. Filipinas sigue siendo uno de los destinos preferidos por turistas pederastas.

Cuando uno se asoma a tanto horror no puede menos que preguntarse qué clase de persona es la que puede causar tanto dolor en seres tan vulnerables. Hernan Zin lo tienen muy claro: “El perfil del turista pederasta suele corresponder a un hombre soltero, de entre 30 y 50 años, de clase media y muy a menudo con estudios”.

Más información en el nº 2.718 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje completo aquí

————

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir