Suicidio en Japón, incómoda realidad

El 51% de los católicos del país sufren este drama en su círculo cercano

(Alejandra Peñalver) Resulta evidente que algo no funciona cuando una nación que abandera el progreso, la innovación y la riqueza económica desde hace décadas figura también en los primerísimos puestos de otro ránking menos deseable. Por duodécimo año consecutivo, el número de suicidios en Japón superó las 30.000 personas en 2009. En concreto, 32.845 japoneses decidieron que, independientemente de lo que hubiera más allá de la vida terrenal –la mayoría de los japoneses creen en la reencarnación y no consideran la muerte física como el final–, eso merecía más la pena que seguir viviendo. Una escalofriante cifra que supone un aumento de 504 personas con respecto a 2008 y un promedio de una muerte cada 16 minutos, es decir, 80 personas al día, 2.500 al mes.

Estos datos, que han sido recientemente publicados por la Agencia Nacional de Policía, coinciden con los de un estudio realizado por Cáritas Japón y difundido el pasado mes de mayo, según el cual “el 51% de los católicos japoneses se sienten afectados por el suicidio de alguna persona de su círculo más cercano”. Este gran drama nacional se ha convertido en un auténtico reto para Iglesia católica en Asia. Sobre todo en un país que contempla con cierta tolerancia dicha práctica, es decir, que no está criminalizada por ninguna ley y que, en ocasiones, incluso es considerada una acción de responsabilidad social. ¿Cuál es el papel que le corresponde a la Iglesia en esta situación?

“Esta realidad no nos pasa desapercibida, pero las circunstancias concretas todavía están por encima de las mejores expectativas que la Iglesia católica pueda ofrecer”, asegura a Vida Nueva el padre dominico Emilio Martínez Fernández, destinado en el país nipón desde hace más de 21 años. “El número de católicos en Japón no es comparable al de países de tradición católica, ya sea en Europa o América. Esto provoca que, a veces, no sea posible llegar a todas las esferas y estamentos que uno quisiera”, sentencia Emilio.

El estudio de Cáritas Japón comprendía un cuestionario en el que, entre otras cosas, se preguntaba si el suicidio debería ser considerado un pecado: en las conclusiones se recoge que el 31% dijeron que sí, mientras el 17% opinaron que no y un alarmante 45% se mantuvieron indecisos.

Enseñanzas poco claras

Comentando estas cifras, el obispo auxiliar de Tokio y vicepresidente de Cáritas Japón, Jacob Kazuo Kohda, se muestra crítico ante el papel de la Iglesia: “La posición fundamental de la Iglesia hacia el suicidio se mantiene: cada uno recibe el don de la vida de manos de Dios; por tanto, no debe abandonarlo. Sin embargo, se ha producido cierto cambio en la forma en la que la Iglesia transmite esta enseñanza”.Kohda hace hincapié en el mensaje que la Conferencia de Obispos Católicos de Japón (CBCJ) lanzó en 2001 con respecto al suicidio. En aquel texto, titulado Reverencia por la Vida, la CBCJ aseguraba: “Lamentablemente, la posición de la Iglesia de considerar el suicidio como un pecado mortal contra Dios es fría, crítica y discriminatoria. Admitimos esto y nos arrepentimos”.

En este sentido, el obispo apela a toda la comunidad de católicos japoneses “para ofrecer servicios funerarios y oración por los fallecidos, que necesitan la misericordia y el perdón de Dios, así como para los familiares, que necesitan ayuda y ánimo”. Algunos participantes en el sondeo de Cáritas, sin embargo, aseguran que fueron incapaces de conseguir funerales católicos para sus seres queridos que habían cometido suicidio. Algunos experimentaron un trato gélido por parte de los responsables católicos, lo que indica que aún son necesarias grandes mejoras en la forma en la que la Iglesia se enfrenta a este problema.

“No creo que el mensaje falle. Lo que ocurre es que dentro del marco de las grandes religiones que han polarizado Japón durante siglos, el cristianismo aún no ha podido profundizar suficientemente en la sociedad japonesa”, considera el Padre Emilio.

No obstante, la Iglesia ha implementado en los últimos años numerosas medidas para intentar disminuir el número creciente de casos. Las ayudas son variadas, aunque casi todas ellas están encauzadas a través de la Doctrina Social de la Iglesia, en forma de conferencias, por ejemplo, pero no sólo: en el teléfono-consulta (shoudan, en japonés) se produce un continuo flujo de llamadas que son atendidas día y noche por sacerdotes, monjas y laicos. A través de estos cauces se ayuda a las familias tanto espiritual como materialmente.

En opinión del religioso dominico, “tomar el suicidio como un modelo nuevo de misión dentro de Asia para el siglo XXI es bastante difícil, no digo que imposible. La situación es muy particular dentro de Japón, porque no se corresponde con el resto de los países asiáticos. Quizá esta problemática puede servir y ayudar para que la Iglesia católica se adentre en la sociedad japonesa y logre ayudar a ver y entender que Jesús sigue siendo Vida para todos”, concluye Emilio.

Más allá de la impunidad sociocultural, existen otras causas, como la creciente tasa de desempleo, la depresión consiguiente o la elevada presión social a la que se enfrentan los ciudadanos de una sociedad considerablemente hermética, exigente, jerarquizada. Y donde no es extraño conocer el caso de alguna persona que muere exhausta debido a la excesiva sobrecarga de trabajo (karoshi). De hecho, hace poco un tribunal de Kioto declaraba culpables a los directivos de una empresa por la muerte de un joven de 24 años que, tras haber trabajado una media de 112 horas extra al mes durante cuatro meses, murió súbitamente de un ataque al corazón mientras dormía. Un total de 1.576 personas murieron a causa del karoshi entre 2004 y 2008.

Otra de las causas que intentan explicar las altas cifras de suicidio es el progresivo debilitamiento de la economía nipona. En abril, la tasa de desempleo alcanzaba ya el 5,1%. Con un consumo doméstico minimizado y una deflación galopante, la sociedad japonesa está inmersa en su peor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial. Los hombres mayores de 40 años son actualmente los más proclives a arrebatarse la vida. En términos porcentuales, suponen el 71% de las personas que se suicidaron en 2009. Sorprendentemente, los niños son otro de los grupos que recientemente han caído en las redes de esta contagiosa lacra social.

Entre los métodos más utilizados, el más habitual es el de arrojarse a las vías del metro. De hecho, más de 35.000 trenes se ven obligados a retrasar sus operaciones por intentos de suicidio al cabo del año. Tanto es así que ya se han instalado barreras entre las vías y los andenes en varias estaciones, además de botones de emergencia para que si alguien es testigo de un intento de suicidio, lo pulse inmediatamente para que el tren se detenga.

Ante esta perspectiva, el Gobierno japonés ha reconocido que disminuir la tasa de suicidios es una de sus prioridades (quieren reducirlo en más del 20% antes de 2016).

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“Desapareció por completo mi deseo de vivir”


El Bosque de Aokigahara es ampliamente conocido en Japón por dos razones: las espectaculares vistas del famoso Monte Fuji y los suicidios. También conocido como el Mar de Árboles, se ha convertido en uno de los destinos favoritos de los desesperanzados, que encuentran en la densidad de este frondoso verde mar el lugar perfecto para quedarse. Las autoridades locales ya han instalado cámaras de vigilancia en las entradas al bosque.

Tal es el caso de Akiyama (prefiere preservar su identidad bajo un pseudónimo), un hombre de 46 años que, tras ser despedido de su trabajo en una fábrica de manufacturas, pensó que nada más en la vida tenía sentido. “Desapareció por completo mi deseo de vivir”, asegura Akiyama. Un año después de su desesperado intento, Akiyama está realizando una labor de voluntariado que poco a poco le está ayudando a recuperar la confianza en sí mismo. Todavía no ha podido encontrar un trabajo estable y se siente avergonzado de verse tentado por volver a intentarlo. “Intento no pensar en ello, pero no puedo decir nunca. De momento, el deseo de vivir es más fuerte que el de morir”.

En el nº 2.717 de Vida Nueva.

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