Radiografía de los misioneros españoles

El 56% son religiosas y consagran su vida a los países de destino

(M. de Miguel) Alegría de vivir y paz interior. Esto es lo que refleja el rostro de Encarnita Cámara, misionera comboniana que lleva 20 años en Uganda, y de todos aquellos religiosos que en distintas partes del mundo han consagrado su vida a cumplir con el mandato de Jesús: cuidar y servir a los más vulnerables. Se podría decir que con el calor de una madre porque, de los 15.500 misioneros españoles en el extranjero, el 56% son religiosas. Con respecto al porcentaje masculino (44%), en su mayoría pertenecen a órdenes (34%), mientras que un 5,5% son diocesanos y un 4,5% laicos.

Este dato refleja la realidad de la Vida Consagrada en España: de los 50.377 religiosos que hay en el país, un 23,2% son hombres (156 novicios, 11.011 perpetuos y 480 juniors), frente al 76,8% que son mujeres (254 novicias, 35.904 perpetuas y 2.571 juniors).

Llamados a la evangelización, las carencias y necesidades de la población de los países que se convierten en su segunda patria interpelan a los misioneros a realizar labores educativas, sanitarias, de construcción, etc. “Hacen de todo”, como señala a Europa Press Justo Amado, jefe de prensa de Obras Misionales Pontificias.

A diferencia de los cooperantes, no eligen el lugar de destino, acuden al país de misión de por vida y no reciben dinero a cambio. “Casi todos querrían ir a misiones y, a pesar de todo lo que ven, sobre todo sienten alegría”, apunta para referirse a su gran capacidad de entrega. El religioso marista Servando Mayor García (República Democrática del Congo), el sacerdote Isidro Uzcundun Pouso (Ruanda), el presbítero Joaquín Bernardo (Albania), el sacerdote diocesano José Ramón Amunárriz (Ruanda) o la misionera laica Ana Isabel Sánchez Torralba (Guinea Ecuatorial) son ejemplos de este sacrificio: dieron su vida por los más necesitados.

Motor de superación

A pesar del hambre, las enfermedades o los desastres naturales, que son el pan de cada día de los países considerados ‘tierras de misión’, algunos misioneros gozan de una gran longevidad. La certeza de saber que se está desarrollando la propia vocación se convierte en su principal motor de superación. Prueba de ello es el misionero Fernando Acedo, quien pasó 20 años de su vida en Etiopía enseñando a cultivar. Más tarde fue destinado a Sudán, donde estuvo diez años repartiendo comida con un camión. Enfermo de malaria y con parásitos en las piernas regresó a España para recuperarse, tras lo que volvió a Etiopía, donde falleció de un infarto.

En el nº 2.717 de Vida Nueva.

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