Quiero ser misionero, dar la vuelta a mi vida

La Diócesis de Albacete realiza un curso anual de formación para jóvenes

(Marina de Miguel) “Me gustaría que me cambiara de alguna manera. Que diera la vuelta a mi vida y me hiciera valorar lo que realmente es importante”. Nada y, a la vez, todo; todo y, a la vez, nada. Esto es lo que esperaba Anabel Ballesteros horas antes de tomar el avión que la llevó a México, donde, durante este mes de julio, comparte el pan y el quehacer diario, los desvelos y las ilusiones, los proyectos y las preocupaciones de los misioneros javerianos que atienden a los indígenas náhuatl en la localidad de Acoyotla, en el Estado de Hidalgo. En su mochila, junto al equipaje más básico para esos días, lleva los mimbres para ser una más: la formación que durante un año ha hecho crecer su dimensión misionera, ese compromiso que comparte con los bautizados.

Es una de los quince jóvenes que han participado en el curso en experiencia misionera puesto en marcha por las Delegaciones Diocesanas de Misiones y Vocaciones de la Diócesis de Albacete con los misioneros javerianos de Murcia. “No es una formación para viajar, sino para ser misioneros”, aclara el delegado, José Joaquín Tárrega, para indicar que la posibilidad que se ofrece de vivir esta experiencia de primera mano durante julio y agosto es totalmente opcional. De los participantes, sólo tres se encuentran en México con los javerianos, mientras que otro acompañará en agosto a los misioneros diocesanos que trabajan en Guatemala.

“Nuestra principal finalidad es descubrir y profundizar en el propio ser misionero de cada uno, a través del encuentro con Jesús, con el grupo-comunidad y con la realidad de las otras iglesias-culturas que acogerán a los que vayan”, añade Tárrega. Entre las temáticas tratadas en los encuentros mensuales, que se celebraron de noviembre a junio, destacan los siguientes aspectos: Continuadores del proyecto de Jesús; Motivaciones para el ‘encuentro y la reciprocidad’ con otras personas y con otros grupos o Actitudes para la misión. Pero, junto a la profundización en estos conocimientos y un momento de oración, estas tardes de domingo se convirtieron en una oportunidad excepcional para la comunión entre los asistentes y sus formadores.

“Aunque no implique un cambio radical, porque estos jóvenes son personas de fe, por lo menos hablarán de la misión no como algo teórico, sino como algo vivencial. Eso se notará en su estilo de vida”, explica Antxon Serrano, uno de los misioneros encargados de la formación que espera haya ayudado a que se planteen su vida con más profundidad y así puedan discernir con más claridad cuál es la vocación de Dios para ellos.

Por esa razón, este proyecto también estaba dirigido a quienes, como Antonio Martín, no han podido ir este año de misiones. “Como cristiano que soy, esto es una parte más de mi vida. Hay que recordar que Jesús fue el primer misionero y tenemos que seguir sus pasos”, afirma para mostrar cómo todo lo aprendido se puede aplicar en el día a día.

En este sentido, Serrano recuerda que “el misionero no sólo es el que está ahí fuera, también cerca de nosotros hay situaciones de primer anuncio y atención a inmigrantes. Favorecer el encuentro con el otro es también aplicable a la vida cotidiana”. De igual modo, subraya que esta iniciativa sirve para denunciar que la situación precaria en la que se encuentran los países considerados ‘tierra de misión’ está motivada por las estrategias políticas y económicas del Primer Mundo. “Ojalá que, tras todo este curso, en su modo de vida se refleje la misión y la solidaridad con otros pueblos en nombre de la fe”.

Como contrapartida, ve en estos cursos un soplo de aire fresco para los propios misioneros, pues, como apunta, “es muy gratificante ver cómo estos chavales quieren dar algo de sí mismos a los demás, aunque tengan que costearse el viaje o la estancia”.

Cambiar el chip

Antes que nada, el curso contribuyó a que los asistentes cambiaran el chip y dieran prioridad al ‘ser’ sobre el ‘hacer’. “Cuando se va de misiones, siempre se valora mucho lo de hacer algo: construir algo o ir a desarrollar el propio oficio. Pero, sin quitar valor a esto, la misión es un encuentro con los otros y una total disponibilidad para cualquier cosa, aunque sólo sea para escuchar”, subraya el javeriano. “Ante todo, vamos en nombre del Señor, de nuestra fe y, al mismo tiempo, a conocer, ver, aprender y encontrar personas”.

“Estaba confundida, pensaba que se trataba de conseguir ciertas cosas, pero lo más importante es lograr que se abran a nosotros, que nos hablen”, reconoce Anabel Ballesteros, indicando que esta visión ha sido toda una sorpresa y una responsabilidad aún mayor. “Es un tópico decir que ellos te van a enseñar más a ti de lo que tú les puedes aportar, pero es verdad”.

Juan Manuel Talavera, quien también está viviendo esta ‘experiencia mexicana’, espera que, escuchando los sentimientos, deseos, frustraciones, esperanzas y sueños de la comunidad indígena pueda ayudar a que se curen las heridas que anclan sus almas. “Hay que ir con una mentalidad aperturista, de no invadir, sino de conocer y de, principalmente, ofrecerte”.

Desde muy pequeño sintió la inquietud de ir de misiones; ahora, con 34 años, reconoce estar viviendo su sueño. “La vida siempre nos enseña que los mejores viajes son aquéllos en los que no llevas ningún tipo de expectativa. Lo único que espero es descubrir otro mundo, otra forma de vida y cultura, además de conocer otra concepción de Dios”, explica, indicando su deseo de que, tanto la formación como esta experiencia, le ayuden a “tener una mente más abierta en los temas de Dios”.

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“Completemos el rostro de Dios”


“¿Qué se puede hacer en un mes?”, era la pregunta que más rondaba por la cabeza de los participantes en este proyecto. Enseguida, Antxon Serrano les animó a cambiar la mentalidad y a ponerse en la piel de la comunidad de acogida. “Además de conocer la misión de primera mano y la situación precaria en la que se encuentran tres cuartas partes de la población mundial, se puede compartir la fe con las personas que nos encontraremos, para quienes la mera visita les hace sentir importantes”.

Tras dos años de misiones en Colombia y ocho en Chad (África), asume el reto de formar y acompañar a los jóvenes con responsabilidad y alegría. La primera, por las inseguridades y contratiempos que se pueden presentar en este período, y la segunda, la más importante, por “poder abrir horizontes nuevos a personas interesadas en crecer en la dimensión humana y espiritual” con la ayuda de los más pobres.

“Se abren posibilidades para que Dios sea más conocido y para que todos, los que vamos y los que nos reciben, completemos el rostro de Dios en nuestro mundo”, desea el instructor.

Así, con la mente y el corazón repletos de nuevas enseñanzas, experiencias y testimonios estos muchachos regresarán a sus casas y aportarán su granito de arena para que florezca esta dimensión misionera en otros coetáneos, ya que, como señala José Joaquín Tárrega, la Diócesis de Albacete tiene pensado volver a convocar este curso el próximo año. En esta ocasión, habrá un grupo de iniciación y otro de profundización. Gracias a él, Anabel Ballesteros, Juan Manuel Talavera y otros compañeros podrán recordar cómo aquel verano marcó sus vidas.

En el nº 2.716 de Vida Nueva.

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