Los “rostros” más antiguos de los apóstoles

Arqueólogos vaticanos hallan en las catacumbas de Santa Tecla retratos de san Pablo, san Andrés y san Juan del siglo IV

(Juan Carlos Rodríguez) Nadie podría imaginar que bajo un edificio de seguros de los años 50, en la Vía Ostiense, 42, próximo a la Basílica de San Pablo Extramuros, en la periferia de Roma, surgirían las imágenes más antiguas de san Pablo, san Andrés y san Juan, junto a otra de san Pedro, que se han datado en el siglo IV. Han aparecido en el techo de una sala del “Area archeologica, catacumba e basilica soterranea di S. Tecla”, cuya restauración comenzó hace dos años impulsada por Gianfranco Ravasi, presidente de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra. Hace doce meses, el Vaticano avanzó el hallazgo del medallón en el que se ve a un san Pablo de barba puntiaguda. Entonces, nada hacía pensar que, junto a esa imagen, la primera en la que aparecía retratado en solitario, iban a aparecer otras tres iconografías. Inmediatamente después surgió el rostro de Pedro, mientras que los de Juan y Andrés tardaron algo más en salir a la luz.

San Pablo

Los frescos están representados en los vértices del techo de una cámara funeraria, de planta cuadrada –una de las que componen las catacumbas de Santa Tecla–, que está decorado en su parte central con un Buen Pastor. El descubrimiento ha sido posible gracias a la utilización de un láser para quitar la cal acumulada en las paredes y techos, describe Barbara Mazzei, directora de la restauración de la sala, mandada a construir por una dama de la nobleza romana del Tardo Imperio (siglo IV), cuando en Roma se realizaban los últimos intentos de defender el paganismo en tiempos del emperador Teodosio (345-379).

San Juan

Aunque se desconoce su identidad, los expertos han concluido que se trata de una nobildonna, es decir, una mujer perteneciente a una familia noble pero sin título nobiliario, que se convirtió al cristianismo. Conocía perfectamente las Sagradas Escrituras, dado que quiso que su tumba fuera decorada con los rostros de estos santos, a los que eligió como protectores. “Son, de hecho, las primera imágenes conocidas de los apóstoles. Pedro aparece en algunas ilustraciones ya desde mediados del siglo IV, con características similares, pero nunca solo en un icono, siempre en medio de otros apóstoles o en escenas colectivas”, subrayó Fabrizio Bisconti, superintendente arqueológico de Roma. En efecto, “ya conocíamos imágenes tempranas de Pedro y Pablo en otras pinturas, pero todas las imágenes conocidas de Andrés y Juan eran de mediados del siglo V”, añadió Mazzai, quien destacó que “el rostro juvenil de Juan coincide con su imagen histórica, en cambio, es el retrato de Andrés más joven que he visto, muy distinto del hombre mayor con pelo y barba gris que vemos en la pintura medieval”.

Iglesia primitiva

San Pedro

Los iconos hallados son retratos paleocristianos, en forma de clípeos, es decir, rostros engarzados en un marco redondo o medallón, que presentan las características típicas de la iconografía de la Iglesia primitiva. La figura de Pablo es inequívoca, ya que lo muestra con los ojos abiertos, arrugas, la mejilla hundida, la calva, la larga y oscura barba, como siempre fue descrito en los textos de la época. A Pedro lo representa con la barba blanca, la cara cuadrada y el semblante típico de un hombre anciano, lo cual se corresponde con el medallón de bronce de finales del siglo II o principio del III que se conserva en la Biblioteca Vaticana, y en el que aparece con algunos apóstoles. Juan es un hombre joven, aún imberbe,  mientras que Andrés es fuerte e impetuoso. Todos aparecen sobre un fondo rojo y dorado.

“El descubrimiento demuestra la introducción y la difusión del culto de los apóstoles en los orígenes del cristianismo, ya en el siglo IV”, añadió Mazzei. La existencia de los iconos, con rostros que concuerdan con la narración bíblica y con las representaciones posteriores, aporta luz sobre cuándo se empezó a venerar a los apóstoles en aquella Roma “de los últimos paganos” y en rápido proceso de cristianización, a pesar del temor a las persecuciones. Para Ravasi se trata de un extraordinario “testimonio de los primeros siglos del cristianismo”.

Una vez encontrado el icono de san Pablo, en las catacumbas se ha aplicado una sofisticada técnica, aún experimental. “Gracias a un láser de gran potencia, pudimos ver que detrás de la gruesa capa de yeso se escondían otras imágenes que caracterizaban perfectamente a otros tres apóstoles. Nunca se había intentado en un ambiente de catacumbas, estrecho y extremadamente húmedo”, según Mazzei, quién explicó cómo “fue posible separar la espesa capa de caliza que cubrían los iconos sin tocar la película pictórica”. “El láser puede ajustarse para quitar colores determinados, en este caso el blanco de la cal, que es el que se retira. Lo hemos usado anteriormente para encontrar colores ocultos, pero su utilidad aquí ha sido excepcional”, añadió. A Mazzei y al equipo de expertos le ha sorprendido el buen estado de conservación de las pinturas, debido a que la estructura se encuentra cubierta por un edificio construido en los años 50. “Por suerte, su edificación no ha dañado esta magnífica obra de arte”, comentó Bisconti. La frase dio pie a que el arzobispo Ravasi reivindicara la “necesidad de hacer hablar a todos los monumentos de este tipo. Hay que hacer que su voz suene en la plenitud de sus valores y belleza”. En este sentido, Giovanni Carrú, secretario de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra, afirmó que estos descubrimientos “han devuelto tanto a los expertos como a los visitantes un patrimonio iconográfico muy importante para reconstruir la historia de la comunidad cristiana de Roma, que, con las pinturas que decoran sus cementerios, expresan su cultura, su civilización y su fe”. Todavía no son visitables.

En Italia hay unas 120 catacumbas, la mitad en Roma. La Comisión Pontificia de Arqueología Sacra fue fundada por Pío IX en 1852, con el fin de “custodiar los cementerios sacros antiguos, para cuidar su conservación, proseguir con su estudio, y para tutelar la memoria de los primeros cristianos”. Roma alberga –aunque todas situadas fuera de sus conocidas murallas, dado que la ley prohibía la sepultura dentro de los muros– más de medio centenar de catacumbas datadas entre los siglos II y primera mitad del V, cuando la propia Iglesia ordenó el enterramiento exclusivamente en superficie o en el interior de basílicas dedicadas a los más importantes mártires. Para acceder a ellas se desciende por una escalera que conduce a las galerías donde están situados los lóculos o las sepulturas de los cristianos más humildes, que fue su origen. Pero también se enterraban a los primeros mártires asesinados por las persecuciones cometidas por los emperadores Decio, Valeriano y Diocleciano. Las investigaciones están deshaciendo muchos mitos, como la creencia de que eran escondites. En tiempo del papa Dámaso I, se comenzaron a venerar como santuarios de los mártires. Hasta principios del siglo XIX no fueron identificadas la mayoría, sobre todo, por Juan Bautista de Rossi, quien realizó la exploración sistemática de las catacumbas, especialmente de las de San Calixto.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.715 de Vida Nueva.

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