“La comunión con el ministerio petrino es garantía de libertad”

Benedicto XVI impone el palio a los nuevos arzobispos metropolitanos

(Antonio Pelayo– Roma) La Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo no podía caer en un contexto menos favorable a la celebración: la crisis diplomática con Bélgica; la adversa sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos que rechaza la inmunidad del Papa y la Santa Sede ante la Justicia norteamericana en casos de pederastia; el “espectáculo” de una reprimenda pública al arzobispo de Viena por sus críticas al cardenal Sodano; las sospechas de negocios no demasiado limpios en la gestión de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos por parte de su ex prefecto, el cardenal Crescenzio Sepe; un ambiente generalizado de derrotismo, como si la nave de la Iglesia estuviese, si no a punto de zozobrar, sí obligada, al menos, a tener que tapar numerosos boquetes que amenazan su línea de flotación (ver pp. 20-21).

Nada de esto parece haber desestabilizado a Joseph Ratzinger, que mantiene invariable el rumbo que ha querido darle a la barca de Pedro. Su homilía en la solemne Eucaristía del martes 29 de junio, en la que impuso el palio a 38 nuevos arzobispos metropolitanos de los cinco continentes, lo ha confirmado una vez más.

“Si pensamos –dijo Benedicto XVI– en los dos milenios de historia de la Iglesia, podemos observar, como había preanunciado el Señor Jesús, que no han faltado a los cristianos las pruebas, que en algunos períodos y lugares han asumido el carácter de verdaderas y auténticas persecuciones. Éstas, a pesar de los sufrimientos que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, efectivamente, se lo causa lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, atacando la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, ensombreciendo la belleza de su rostro. Esta realidad es testimoniada por las cartas de san Pablo (…) cuando habla de los peligros de los ‘últimos tiempos’, identificándolos con actitudes negativas que pertenecen al mundo y que pueden contagiar a la comunidad cristiana: egoísmo, vanidad, orgullo, apego al dinero, etc. La conclusión del Apóstol da seguridad: los hombres que hacen el mal –escribe– ‘no irán muy lejos porque su estupidez será conocida por todos’; hay, pues, una garantía de la libertad que Dios asegura a su Iglesia, libertad sea de los lazos materiales que intentan impedir o coartar su misión, sea de los males espirituales y morales que pueden atacar su autenticidad y credibilidad”.

Dirigiéndose más concretamente a los arzobispos metropolitanos (tres de los cuales eran los españoles Juan José Asenjo, de Sevilla; Jesús Sanz, de Oviedo; y Ricardo Blázquez, de Valladolid), dijo: “La comunión con Pedro y sus sucesores es garantía de libertad para los Pastores de la Iglesia y para las comunidades que les han sido confiadas. En el plano histórico, la unión con la Sede Apostólica  asegura a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales la libertad respecto a los poderes locales, nacionales o supranacionales, que pueden en algunos casos obstaculizar la misión de la Iglesia. Además, y más esencialmente, el ‘ministerio petrino’ es garantía de libertad en el sentido de la plena adhesión a la verdad, a la auténtica tradición, de manera que el Pueblo de Dios sea preservado de los errores relativos a la fe y a la moral. El hecho, pues, de que cada año los nuevos metropolitanos vengan a Roma a recibir el palio de manos del Papa debe ser entendido en su significado propio como gesto de comunión, y el tema de la libertad de la Iglesia ofrece en este sentido una clave de lectura particularmente importante. Esto aparece de modo evidente en el caso de las Iglesias marcadas por las persecuciones o sometidas a injerencias políticas o a otras duras pruebas”.

Algunos de los arzobispos presentes –el de Bulawayo (Zimbabwe), Alex Thomas Kaliyanil; o el de Malinas-Bruselas, André-Joseph Leonard, por citar sólo dos casos– pudieron verse reflejados en estas palabras.

De los demás, subrayemos la presencia de ocho arzobispos latinoamericanos, entre ellos los colombianos Ricardo A. Tobón Restrepo (Medellín) y Luis Madrid Merlano (Nueva Pamplona). También destacaba el recientemente nombrado arzobispo de Gniezno (Polonia), Józef Kowalczyk, durante muchos años nuncio en Varsovia; y el de Hanoi (Vietnam), Pierre Nguyen Van Nhon, que llegó a Roma el mismo día en que se anunciaba que, como paso previo a las futuras relaciones diplomáticas entre la República de Vietnam y la Santa Sede, el Papa nombrará un representante suyo en Vietnam no residente en el país asiático.

Otro dato es que de los 38 que recibieron el palio (es decir, la estola de lana blanca con seis cruces de seda negra bordadas y tres pequeños broches), diez son religiosos (dos franciscanos, un jesuita, un dominico, un agustino recoleto, un verbita, un oblato, un benedictino, un paúl y un espiritano).

Asistió a la Eucaristía en un lugar destacado la delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, integrada este año por Su Eminencia Gennadios, metropolita de Sassima; el obispo de Arianzós, Bartholomaios, asistente del metropolita de Alemania; y el diácono Theodoros Meimaris, oficial de la sede patriarcal de Fanar, en Estambul.

La delegación ortodoxa, que representaba al patriarca Bartolomé I, había sido recibida por el Papa el lunes 28 de junio; y éste, en sus palabras de saludo, se refirió al tema de Oriente Medio y del papel que deben jugar las religiones en la búsqueda de la paz. “Las dificultades –les dijo– que los cristianos de Oriente Medio encuentran son comunes a todos ellos: ser una minoría y desear una auténtica libertad religiosa y la paz. Es necesario el diálogo con las comunidades islámica y judía”. E invitó al Patriarcado de Constantinopla a hacerse presente con una delegación en la Asamblea sinodal del próximo octubre.

La misma tarde del lunes, en la Basílica de San Pablo Extramuros tuvo lugar la celebración de las Vísperas de la Fiesta de San Pedro y San Pablo. En su homilía, Benedicto XVI evocó primero a Pablo VI, que en 1974 convocó un Sínodo sobre la Evangelización y que un año después hizo pública la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi; y después a Juan Pablo II, que “dio un impulso extraordinario a la misión de la Iglesia, no sólo con las distancias por él recorridas, sino sobre todo por el genuino espíritu misionero que lo animaba y que nos ha dejado en herencia al alba del tercer milenio”.

Nombramientos confirmados

Rino Fisichella

Con este preámbulo, el Pontífice anunciaba la creación del nuevo Pontificio Consejo para la Evangelización de Occidente, que ahora sólo espera el Motu Proprio que lo ponga en marcha. Estará presidido, como ya informamos la semana pasada, por Rino Fisichella, hasta ahora presidente de la Pontificia Academia para la Vida, capellán de la Cámara de los Diputados y rector de la Universidad Lateranense. El miércoles 30 se anunciaba que sus sustitutos serán, en el dicasterio, el español Ignacio Carrasco de Paula, y en la universidad, Enrico dal Covolo, SDB. Más importante ha sido la confirmación del cardenal de Quebec, Marc Ouellet, como prefecto de la Congregación para los Obispos, en sustitución de Giovanni B. Re.

La principal tarea del nuevo dicasterio será, dijo el Papa, “promover una renovada evangelización en aquellos países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una suerte de ‘eclipse del sentido de Dios’ que constituyen un reto para encontrar los medios adecuados que permitan re-proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo”.

Asimismo, el 1 de julio Benedicto XVI aceptaba la renuncia presentada por razones de edad del cardenal Walter Kasper al cargo de presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y  designaba sucesor a Kurt Koch, hasta ahora obispo de Basilea.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.714 de Vida Nueva.

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