MFC: un colchón para las familias

La crisis evidencia la importancia de apoyar a esta institución

(José Luis Palacios) La familia, siempre se dice, y más cuando las cosas vienen mal dadas, sirve de colchón para amortiguar los golpes de la vida. Pero, ¿qué pasa cuando no se puede contar con la propia? La respuesta que ha encontrado el Movimiento Familiar Cristiano (MFC), una asociación pública de la Iglesia creada en España en 1968, ha sido ayudar a toda la familia, no sólo a los individuos aislados, desde la propia institución.

A través de una iniciativa llamada ‘Las Familias por las Familias’, este movimiento –que pertenece al Foro de Laicos y participa en el Departamento Episcopal de Apostolado Seglar– persigue “fomentar la familia integralmente, trabajar a favor de otras familias, a través de la acogida, la atención y el acompañamiento, para que puedan salir de la situación en la que se encuentran y no sentirse solas”, en palabras de Mario Sebastián; él y su esposa, Lourdes Magallón, pertenecen al Servicio de Orientación y Solidaridad Familiar del MFC de Zaragoza.

Los miembros del MFC vuelcan su acción solidaria en la cárcel, los inmigrantes, las toxicomanías, los enfermos, la tercera edad, los matrimonios con problemas, las mujeres embarazadas angustiadas por su futuro… Mario y Lourdes han sido pioneros a la hora de desarrollar la atención familiar en su diócesis. “Hace un año, como movimiento ‘familiarista’ vimos que debíamos ocuparnos de las familias con carencias. Ya hay mucha gente en la Iglesia que trabaja en estos campos, pero siempre de forma individual. Contando con el apoyo de las instituciones que ya trabajan contra la pobreza y marginación, ya sea en el ámbito social como eclesial, eso sí”, remarca Mario.

Admite este funcionario del Ayuntamiento de Zaragoza, de 50 años, que “entre nosotros siempre ha habido apoyo, un poco espontáneo, pero queríamos abrirnos a la diócesis, y de manera más organizada y estable, llegar a las familias que lo están pasando mal, como exigencia del desarrollo de la acción caritativa; esta acción, junto a la evangelización y la celebración de los sacramentos, son los tres pilares fundamentales de la Iglesia. Queríamos transmitir el espíritu del movimiento y sentíamos la necesidad de darnos, desde la esencia ‘familiarista’, a los demás”.

De lo que se trata es de atender las necesidades y carencias de las familias de la diócesis. Si hay que dar apoyo económico, se da, dentro de las posibilidades de cada uno; pero la clave reside en “la relación afectiva, cercana, de escucha”. “Establecemos un trato de tú a tú, de familia a familia, que complementa y cubre las carencias institucionales”, explica Mario, quien añade que, “al final, las familias vienen mucho por casa, nos conocen a todos, se sienten a gusto, ven nuestra propia situación y cómo afrontamos los problemas y esto también les ilumina y les ayuda”.

Son tiempos duros, muy duros para los más desfavorecidos. Es fácil encontrarse con unas de esas “familias sufrientes y necesitadas”. “A veces alguien de una parroquia nos habla de personas que conoce; otras, gente de Cáritas o de los Servicios Sociales se pone en contacto con nosotros; y en ocasiones son los propios miembros del Movimiento los que en colegios, asociaciones o centros de trabajo entablan relación con otras familias”, aclara Mario sobre el primer contacto. Este aragonés tiene claro que la ayuda económica puntual no puede ser el papel fundamental del MFC, dado que ya existen otras instancias que, por su responsabilidad pública o su inspiración solidaria, deberían cumplir su función. Sin embargo, la ayuda que ofrece el MFC es inmediata  y con un trato cercano.

No es fácil, con todo, entablar una relación que, al menos en su origen, viene marcada por la necesidad de una de las partes; y menos en una sociedad que no entiende la entrega desinteresada. Pero a veces se establecen vínculos sinceros. Es lo que les ha pasado con Eulalia y Carolina, una madre ecuatoriana y su hija de 18 años. “Viven en una vivienda tan pequeña y humilde que costó convencerlas de que nos la abriesen”, recuerda Lourdes Magallón. “Para mí, son personas caídas del cielo; conocerles me ha cambiado la vida”, comenta la propia Eulalia.

Dice Mario que “todo el movimiento somos el proyecto ‘Las Familias por las Familias’, aunque algunos estemos más atentos a organizar la ayuda”, así que lo normal es que los hijos acaben implicados en la labor de sus padres. Esta asociación (implantada también a nivel mundial e inserta en un importante número de diócesis españolas, con cerca de 2.000 miembros) cuida la participación de los jóvenes y los niños de las familias a las que se apoya, con actividades pensadas para ellos. La naturalidad y franqueza de los menores sirve para romper muchas de las barreras y prejuicios con que se atrincheran a veces los adultos. Lo sabe bien Nelu, albañil rumano casado con Gina y padre de cuatro hijos de entre 11 y 18 años, que cuenta una anécdota. Uno de sus hijos, que comparte colegio con Lourdes, al ver que Nelu y Gina estaban pensado en regresar a su país ante la falta de trabajo y la imposibilidad de salir adelante, les espetó un día: “Si queréis volver, iros vosotros, yo me quedo aquí con la familia de Mario y de Lourdes”.

“Abrimos nuestro hogar a familias y personas con dificultades, con amor y con el apoyo de todo el MFC. Las familias lo valoran mucho más que la ayuda económica. Para las personas sin familia en España, jóvenes principalmente, somos un referente educativo, una estabilidad afectiva y una fuente continua de apoyo y esperanza. Acogemos, acompañamos y evangelizamos desde nuestra realidad familiar, con los recursos que tenemos…; del resto se encarga nuestro Padre Dios”, asegura Lourdes.

Sólo en Zaragoza han sido atendidas casi 60 familias, tanto nacionales como migrantes, de muy variadas características: monoparentales con menores, formadas por viudas, desestructuradas por los malos tratos, con algún miembro en la cárcel… María Rosa Rubio y su marido Ramón Bernárcer, presidentes del MFC, valoran la iniciativa como muy positiva: “Merece la pena, a pesar de las dificultades por la dedicación que exige, puesto que se trata, de algún modo, de ampliar la familia”, explica ella.

Por eso, desde la comisión nacional del MFC se ha sugerido a todas las delegaciones diocesanas que se aplique el proyecto surgido en Zaragoza, no tanto por lo que se puede hacer para enfrentar las consecuencias del momento actual, sino por su sintonía con “el espíritu cristiano y solidario del Evangelio” y porque permite, entre otras cosas, “educar a nuestros hijos en los valores de los que tanto se habla a través de una vivencia grande”, apunta la presidenta del MFC. La familia, espacio privilegiado para el compartir y escuela primera de solidaridad, al menos para esta longeva asociación pública de la Iglesia, tiene todavía mucho que decir, también ante esta crisis.

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Aprender a compartir

Cuando se está dispuesto a compartir la vida misma con quienes menos tienen, al final se acaba recibiendo más de lo que uno es capaz de dar.

La hija mayor de Lourdes y Mario, Carolina, de 25 años, después de acompañar y compartir algo de comida con una familia empobrecida durante la pasada Navidad se preguntaba: “¿Qué hemos hecho sino darles lo que les corresponde? Tú nos dices, ‘lo que habéis recibido gratis dadlo gratis’. ¿Y acaso no hemos recibido una sobreabundancia de bienes y de gracia?”. Y ella misma respondía: “Darles algo de comer, cuando en casa nos espera una cena de Nochebuena espléndida, no es hacerles un favor. Dedicarles un poco de nuestro tiempo, con sincero cariño y atención para aliviar su soledad, cuando nosotros disfrutaremos de una Nochevieja de fiesta con la familia y amigos no es hacerles un favor. Es hacer justicia”.

Otro ejemplo: Lourdes confiesa que gracias al contacto con la familia de Fatiha –una argelina casada con El Amine y madre de cinco niñas de entre 3 meses y 12 años de edad–, “hemos recibido mucho de ellos”, en referencia al descubrimiento de otra cultura, de otra espiritualidad y de otra manera de entender las relaciones humanas. “También hemos aprendido a compartir muchas cosas que la gran familia humana podemos compartir”.

En el nº 2.714 de Vida Nueva.

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