Los obispos de Madagascar reclaman una solución para la crisis política del país

La violencia se desató en la capital en enero de 2009

(M. Gómez) Los obispos de Madagascar están muy preocupados por la grave crisis política e institucional que sufre el país desde hace casi un año y medio, tras las violentas protestas contra el Gobierno de Marc Ravalomanana (muriendo un centenar de personas en la capital, Antananarivo) y el posterior golpe de Estado de Andry Rajoelina, y que todavía no se ha superado. Los prelados alertan de la falta de agentes capaces de buscar una solución, porque “nadie busca el bien común”, y del riesgo de que la situación pueda ir a más.

En un documento emitido al final de la reciente asamblea plenaria del Episcopado, se describe el ambiente nocivo que todavía se respira: “La inseguridad reina por todas partes, las familias están divididas, la desocupación aumenta, las divergencias políticas provocan desórdenes, estupefacientes de todo tipo son distribuidos por todas partes”. Lamentan, además, que algunos medios de comunicación “traicionan su vocación de informar, acentuando las pasiones que podrían desencadenar una guerra civil” y temen que el Ejército, “último baluarte de la nación”, haya sido puesto a prueba en este tiempo.

Precisamente cuando se acaban de cumplir los 50 años de la independencia del país, las divisiones políticas, las “sospechas y odios recíprocos”, frenan el diálogo; incluso las Iglesias “han perdido su dimensión profética, el rol de comunión y su misión de guía ya no son visibles”; y ante el fracaso de distintos mediadores internacionales, los obispos apelan a los malgaches: “Dado que somos nosotros quienes estamos en el origen del problema, solamente nosotros podremos encontrar una verdadera solución”.

“El Fihavanana [un valor de la cultura local que pone en el centro la relación entre los individuos] está enfermo. El amor por el dinero y la búsqueda desmesurada de la gloria son las causas. Esto exige una solución urgente y clara, no sólo a nivel político, en la búsqueda de una verdadera comunión y de una verdadera solidaridad, en el respeto de los derechos del hombre, en la verdad y en la caridad que Cristo nos enseña”.

En el nº 2.713 de Vida Nueva.

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