Turner devuelve la inocencia al Prado

La exposición más esperada del año enfrenta al genio inglés con los pintores clásicos que le sirvieron de inspiración

Canaletto (arriba), visto por William Turner

(Juan Carlos Rodríguez– Fotos: Museo del Prado) Un diluvio de luz y color. Turner maravilla en El Prado a partir del día 22 de junio. Turner y los maestros, porque la gran exposición en la pinacoteca madrileña no sólo es la primera de grandes proporciones que se le dedica en España a Joseph Mallord William Turner (1775-1851), uno de los maestros más reconocidos de la historia del arte universal, sino que le sitúa en su contexto artístico. Junto a los coetáneos –John Constable, el otro gran paisajista inglés, que fue su rival–, también estarán aquellos que admiraba: Rubens, Rembrandt, Claudio de Lorena, Watteau, Poussin o Canaletto.

Watteau (izquierda), según Turner

“Esta comparación ayudará a comprender de qué manera el acercamiento y las respuestas de Turner hacia otros artistas tuvieron como fin no sólo rendirles homenaje, sino también aproximarse a ellos mediante una sutil forma de transformación original de sus enseñanzas”, afirma el comisario de la exposición en su versión española, Javier Barón. Versión española porque la muestra, organizada por la Tate Britain de Londres, en colaboración con la Réunion des Musées Nationaux de Francia, el Musée du Louvre de París y el propio Museo del Prado, ya ha pasado con indudable éxito por Londres y por París, pero en Madrid incorpora nuevas obras. Piezas maestras como Naufragio de un carguero; Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes; Paz. Entierro en el mar; Sombra y oscuridad: la tarde del Diluvio; y Luz y color (la teoría de Goethe): la mañana siguiente al Diluvio, todas obras de madurez e inéditas en España. El gran atractivo será, para el comisario y jefe del departamento de pintura del siglo XIX del Prado, ver a un artista siempre mal representado en colecciones españolas pero que, como pocos en la historia de la pintura, alcanzó una “extrema intensidad pictórica” con la que consiguió una verdadera transformación del arte del paisaje. También llegó más allá: “Un innovador, un precursor de la modernidad y que abrió paso al impresionismo y a la abstracción”.

Entre las 80 obras que se pueden admirar hasta el 19 de septiembre hay incontables obras maestras. La mitad, de Turner –entre ellas se incluyen Un barco encallado, Tormenta de nieve o Naufragio de un carguero, cumbres procedentes de instituciones y colecciones europeas y norteamericanas–; la otra mitad, 40, de aquéllos artistas que influyeron en Turner. Mención especial merecen algunas que nunca antes fueron expuestas en España, como Muchacha en la ventana, de Rembrandt, y Les Plaisirs du Bal, de Watteau, de la Dulwich Picture Gallery en Londres. La obra de Watteau será novedad en El Prado, lo mismo que Puerto con el embarque de santa Úrsula (Londres, National Gallery), de Claudio de Lorena –el gran espejo de Turner–, y Paisaje con una carreta al atardecer (Rotterdam, Museum Boijmans van Beuningen), de Rubens. “Lo que se va a mostrar es cómo este gran paisajista al que durante mucho tiempo se consideró un caso artístico aislado, buscó su propio sitio en la historia del arte innovando, pero lo hizo a partir de lo aprendido de otros grandes de la pintura”, según Barón. Por ello, se ha optado por mostrar los cuadros en parejas. Es decir, un Turner y su modelo, uno junto al otro, para concluir que Turner toma la base clasicista de los paisajes de Claudio de Lorena, las marinas tempestuosas de Van de Velde, las composiciones venezianas de Canaletto o los paisajes alpinos de Loutherbourg y Ruisdael, para crear una vibrante obra que alcanza una ambiciosa perfección formal.

Los paisajes de Rubens y Gainsborough inspiraron ‘El bosque de Bere’ (derecha)

Y cómo, especialmente en su madurez, Turner anticipa con claridad la revolución impresionista que se producirá a finales del XIX y principios del XX, convirtiéndose en un ejemplo exponencial de la continuidad del arte, en una fuente inagotable de inspiración para los que vinieron después: Monet, Renoir, Manet, Corot, Pollock, Gerhard Richter, Rothko, Willem de Kooning y muchos más. Pero este segundo capítulo, algo así como Turner, el maestro, excede la muestra del Prado.

El mejor pintor

El mejor pintor de la historia del arte británico, y el más contemporáneo. Aún insuperable. El camino que lo conduciría a su personalísima pintura, de la que surgiría una imagen de la naturaleza nunca antes concebida, lo encontró en ese período tardío, a mediados del siglo XIX, culminación a más de setenta años de trabajo sin descanso, en el que fue constantemente transformándose, renovándose, descubriéndose. A su muerte se encontraron en su estudio más de 19.000 dibujos y bocetos. “Incluso hoy día, quien contemple sus cuadros creerá ver el mundo –el mundo de la luz y el color–, incluso por primera vez”, afirma el crítico Michael Bockemühl. Visto de otro modo, John Ruskin, el más importante historiador del romanticismo inglés y primer gran defensor de la pintura de Turner, dijo que “sus cuadros nos hacen ver el mundo de un modo nuevo”. Ante todo, Turner devuelve a quien mira sus cuadros la “inocencia de los ojos”, según Ruskin, “ese modo de ver infantil que percibe las manchas coloreadas como tales, sin saber lo que significan, tal como las percibiría un ciego al que repentinamente le fuera devuelta la vista”.

El estilo de Van de Velde plasmado en ‘Naufragio de un carguero’ (derecha)

Es una pintura que se dirige a los ojos, sin necesidad de ser entendida, pero la genialidad de Turner es que comprenderla nos hace verla de otro modo. Y es esta fuerza que altera la percepción visual la que sigue haciendo de su pintura un enigma. Azorín, que le consideraba el arquetipo de pintor puro, asociaba ese enigma al sentimiento religioso que manifestaba al pintar, que lleva al escritor a describir el trabajo artístico del pintor británico en términos de rito sacerdotal en un artículo en 1931: “Así su sensibilidad privilegiada ante la Naturaleza, que lo hace conmoverse hondamente ante el cielo, ante las montañas, ante el mar, ante los ríos. Así también su vivencia de la tarea pictórica como la de un sentimiento religioso, que lo hace entrar en éxtasis ante el rayo de sol caído sobre una pared, o que lo llena de emoción suprema al oprimir los tubos de óleo”.

A finales del siglo XVIII, el espíritu romántico contribuye a elevar el género del paisaje a una nueva dignidad. La progresiva libertad de los artistas en la elección de los temas beneficia a la pintura de paisajes, si bien el verdadero triunfo de la naturaleza –y de la obra del hombre– en la pintura no tendrá lugar hasta el comienzo de la Revolución Industrial. Niño prodigio formado como dibujante de arquitecturas, Turner da un giro copernicano en el estudio y tratamiento de la luz, incorporando además en sus lienzos y en sus acuarelas un mundo circundante en proceso de veloz transformación –que posteriormente desarrollarían los impresionistas– y del que surge un nuevo sentido de la naturaleza. Desaparece todo lo que en ella evocaba inmovilidad y estabilidad para dejar paso a lo fluido. De ahí la obsesión por las tormentas, por el mar, por los ríos… Turner vendió caro, gozó del éxito. No hay nada en él de la angustia económica de los impresionistas, pero ya tenía mucha de esa otra angustia, la artística, que le llevó a pintar el mundo según su corazón. Lo que el Prado permite ver es que Turner no viene de la nada: viene de sus maestros, del romanticismo, de la pasión, del misterio.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.712 de Vida Nueva.

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