Zapatero acude a Roma cansado y perdido

(Juan Rubio)

En este 10 de junio de 2010 Rodríguez Zapatero visitaba al Papa en Roma. Ha llovido mucho desde aquella otra mañana del 21 de junio de 2004, cuando un flamante presidente, con la mano escayolada, llegó a los Palacios Pontificios con las mieles del éxito en la boca para encontrarse con un anciano Juan Pablo II, que le recordó las raíces cristianas de España y la necesidad de trabajar por la paz. Al presidente se le veía feliz y contento. Unos días antes, el Papa había recibido al nuevo embajador de España cerca de la Santa Sede, el efímero Jorge Dezcallar. Pronto sería sustituido por Francisco Vázquez.

Ha pasado un lustro y en la foto aparecerá un nuevo Papa, Benedicto XVI, y un presidente al borde de un ataque de nervios, con más ojeras, con más desgaste y con un rictus en el que se delata el lamentable estado en el que se encuentra, acosado, pero no derribado, como a él le gusta decir, parafraseando a Pablo de Tarso. “Nos aprietan por todos los lados, pero no nos derriban”, gritan desde las torres monclovitas y hasta los diarios amigos se lanzan al cuello en esta semana en la que planea una huelga general y Zapatero mueve agenda estratégica. Roma bien vale una foto. El proyecto zapateril tiene mucho de religión, de mesianismo, de liturgia laica, de alianza de las civilizaciones. “Un proyecto de futuro”, dicen sus cada vez menos seguidores, sacerdotes áulicos de su desvarío.

El encuentro se produce en las vísperas de la clausura del Año Sacerdotal. Roma está llena de obispos y sacerdotes españoles que acuden al evento. Hay quienes insinúan que el Papa no debiera haber recibido al presidente español, pero en Roma saben más por viejos que por romanos. En España no están de acuerdo quienes se dedican cada día a demonizar a Benedicto XVI, tachándolo de “delincuente”, como hacía el diario Público recientemente, o llamando  “asesino” a Zapatero, como otro medio ultracatólico insinúa con descarada frecuencia. Echar leña al fuego es peligrosa afición y hay veces en que a incendiarios nadie nos gana. La visita promete ser menos cálida, pero más oportuna. Pero no sólo para el presidente, a quien, de una u otra forma, se le recordará la doctrina de la Iglesia sobre la vida y la libertad religiosa.  También es oportuna para la Iglesia, que prepara el viaje del Papa a España. Y un tema en el que el Vaticano anda buscando la colaboración de España: su papel mediador en Cuba. Bertone espera que desde Moncloa se ayude al proceso de devolución a los religiosos de los bienes que le fueron incautados en la revolución castrista. Habrá buen tono, aunque haya quienes en España quieran atizar el fuego.

Y  volverá a hablarse del embajador Vázquez, tema recurrente para la prensa. Zapatero no quiere desprenderse de él y en el Congreso buscan a un dinosaurio de la UCD para sustituir a Múgica como Defensor del Pueblo. Es difícil encontrar un inquilino para el Palacio de Piazza Spagna. El perfil ha de tener una cualidad: actuar de puente entre el Gobierno y la Iglesia española, puente roto por esa manera de hacer las cosas con tan escasa finezza y con tan descarada bravuconería por ambos lados. Tiene que volver la cordura, y si Vázquez la da, ¿para qué cambiar?

director.vidanueva@ppc-editorial.com

Publicado en el nº 2.711 de Vida Nueva.

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