Manuel Iceta, la espiritualidad creativa

(José María Salaverri) “Justo a mí me tocó ser yo”. Éste es el título deliberadamente provocativo que más de un lector de Vida Nueva habrá leído en sus años mozos o habrá recomendado a sus hijos adolescentes. Su autor, Manuel Iceta Olaizola, sacerdote marianista, que nos acaba de dejar.

A él, justo a él, le tocó ser lo que ha sido durante una vida llena: educador, consejero, orientador cristiano. Lo empezó a aprender desde niño: nació en San Sebastián en 1934, primogénito de once hermanos. Alumno del Colegio de Santa María de su ciudad natal, sintió el llamamiento de Dios al terminar su bachillerato e ingresó en el noviciado marianista de Elorrio. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia, en esta ciudad empezó a destacar como educador. Con ideas claras y los pies en tierra; con una simpatía arrolladora y un sentido fuerte de la organización, supo estar muy cercano a sus alumnos tanto en lo deportivo como en lo espiritual. Se especializó en ejercicios espirituales para jóvenes, en los que llegó a ser un experto con una metodología original: “¡Adelante! ¡Siempre adelante!”. Una consigna con la que arrastraba a los muchachos hacia Cristo.

Cuatro años en el Seminario marianista y en la Universidad de Friburgo (Suiza), y ordenado sacerdote en marzo de 1967. Estrenó su sacerdocio en Barcelona, en el colegio y parroquia que los marianistas llevaban en el popular barrio de la SEAT. Unos años en Girardot (Colombia) y luego en diversos colegios marianistas de España, sobre todo en San Sebastián y Valencia. Convencido de la importancia de la familia cristiana, tomó contacto con los Equipos de Nuestra Señora, de los que fue Consiliario Nacional. Recorrió España dando ejercicios, charlas y cursillos muy apreciados. Su experiencia se tradujo en libros para padres e hijos: Hogares en oración, Dejar ser, Vivir en pareja, La familia como vocación, La cena que recrea y enamora… Publicados por PPC varios de ellos, siguen siendo actuales, pues su característica es la sencillez y la concreción. En 1987 fue nombrado director de la Fundación Santa María, desde la que siguió ampliando su pastoral educativa y familiar. Al cumplir los 65 años, una enfermedad del corazón lo dejó muy tocado hasta dormirse en el Señor el 20 de mayo último.

En el prólogo de uno sus libros dice: “Estas páginas están escritas por un sacerdote. Pero están leídas en el corazón de muchos jóvenes”. Por eso supo ayudar a tantos. ¡Gracias, Manolo!

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

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