Arte Diocesano y Catedralicio para los nuevos tiempos

Ciudad Rodrigo reabre su museo después de cuatro años cerrado al público y una profunda remodelación marcada por el éxito de Las Edades del Hombre

(Juan Carlos Rodríguez) El paso de Las Edades del Hombre por Ciudad Rodrigo en 2006 dejó una huella indeleble en la ciudad salmantina y en la diócesis civitatense. La exposición Kyrios, que se celebró en la catedral de Ciudad Rodrigo desde el 9 de junio al 10 de diciembre de 2006, fue visitada por 550.253 personas. La media diaria, con un total de 159 días abierta al público, fue de 3.461 visitantes. Una cifra sensacional para una ciudad de 14.000 habitantes –30.000 si los extendemos a toda la comarca– que habla del impacto social de Las Edades del Hombre, pero que, sobre todo, sirvió al Cabildo de la Catedral de Ciudad Rodrigo para plantearse, aprovechando las obras de rehabilitación del templo, una necesaria remodelación de su Museo Diocesano y Catedralicio.

El resultado, cuatro años después, es la inauguración de un nuevo museo que, en un mes desde su reapertura , ha sumado ya dos mil visitantes de diversa procedencia, dispuesto a hacer realidad lo que el obispo de Ciudad Rodrigo, Atilano Rodríguez, afirmó durante su inauguración, el 24 de marzo. “Además de su finalidad eminentemente religiosa, con la reapertura del museo, la Iglesia civitatense quiere contribuir también, en la medida de sus posibilidades, al desarrollo económico, cultural y turístico de Ciudad Rodrigo y su comarca. En adelante, las personas que nos visiten tendrán un motivo más para detenerse con paz y sosiego, no sólo en la visita a los magníficos monumentos civiles de la ciudad, sino en el descubrimiento del testimonio de fe, que se adivina detrás de cada una de las piezas expuestas en el museo”.

Diálogo fe-cultura

Así es. El resultado son cuatro salas en las que no se ha podido cumplir, como asume Nicolás Martín, presidente del Cabildo Catedralicio, “el ideal de que el museo girara en torno a una línea catequética, conductora de mensaje evangelizador”, pero que constituyen un preciso testimonio del diálogo entre fe y cultura. No ha sido posible darle un mensaje evangelizador íntegro por la escasez de obras, así que la organización del Museo se ha previsto, por tanto, a partir de la calidad de la materia artística y el mensaje religioso propio y aislado de cada pieza. “Hemos puesto en valor algo que teníamos pendiente. Era necesario hacer una selección de piezas y exponerlas de manera más ordenada, ya que antes estaban mezcladas con otras que no eran propias de un museo”, explica Nicolás Martín.

En la sala primera se acogen objetos de piedra de muy diversa procedencia y épocas, entre los que sobresalen un ara romana en mármol, una selección de pizarras visigóticas, dos laudas sepulcrales curvas con relieves episcopales del siglo XVI, junto a una rica selección de monedas. En la segunda se exponen objetos relacionados con el culto, entre los que brillan varias cruces parroquiales del siglo XIII (la de Monsagro y la de Atalaya), un báculo con esmaltes de Limognes –también del siglo XIII, y descubierto recientemente– y el Libro de Horas de Isabel la Católica, impreso en 1504.

La sala tercera está dedicada a la escultura, con una imagen tardo románica de la Virgen con el Niño (siglo XIII), crucifijos de marfil del siglo XVI, un Cristo Salvador de Gil de Ronza (principios del siglo XVI), una talla de la Escuela Andaluza de San Francisco de Asís (siglo XVII) o un busto de Jesucristo Ecce Hommo del siglo XVII y de Escuela Castellana. La última sala, la cuarta, está dedicada a la pintura en la que se puede destacar diversas obras del siglo XVII: Llanto de Adán y Eva sobre Abel muerto (Escuela Italiana), Sacrificio de Isaac (copia de un original de Caravaggio) o San Pablo (de Remesal, familia de artistas radicada en Ciudad Rodrigo). Además de un San Miguel Arcángel de A. Esquivel, de mediados del s. XIX, perteneciente al Seminario Diocesano, excelente en las formas y el colorido.

“En el museo se recogen piezas que en su día fueron pensadas y realizadas para dedicarlas al culto. Por ello, los templos son el lugar adecuado de las mismas. No obstante, por cuestiones de seguridad y para que puedan ser contempladas y admiradas por todos, tiene pleno sentido el que puedan estar expuestas en el museo –según explica el obispo–. Además, en estos tiempos de profunda secularización de la sociedad y de creciente indiferencia religiosa, con la presentación del arte religioso la Iglesia está colaborando a que el diálogo entre la fe y la cultura se mantenga vivo. Las manifestaciones religiosas y las obras de arte son una expresión cultural de primer orden. Quien no conozca el arte religioso, desconoce una parte importante de la historia de la humanidad”.

Este es el marco exacto del Museo Diocesano y Catedralicio de Ciudad Rodrigo, que además ha querido ir un poco más allá integrando en el discurso museográfico un epílogo para la añoranza de gran interés: lo que tuvo la Catedral y ya no tiene. Se trata de la reproducción de las tablas de lo que formó el retablo de Fernando Gallego que llenó el testero de la Capilla Mayor. A finales del s. XVIII se había sustituido ese retablo por uno de plata y cobre, que desapareció en la Guerra de la Independencia. El Cabildo era consciente del valor artístico de las tablas y no admitió ni las ofertas de restauradores ni la pretensión de ser compradas por otros organismos. Tampoco disponía ya de un lugar adecuado para su exposición, con el consiguiente deterioro. La situación de pobreza en que se vio la catedral después del proceso desamortizador obligó en 1877 a su venta con el permiso del administrador diocesano y con la tasación debida en 30.000 reales. La colección Richmond de Londres la adquirió en 1882, encontrándose desde 1960 en la Universidad de Arizona, en Tucson (EE UU).

El esfuerzo ha sido notable, y la adaptación a un discurso museográfico moderno y atractivo del Museo, inaugurado en 1992, también. La empresa zamorana Cañivano ha sido la responsable de la nueva imagen. “Ha sido un camino largo, y todavía no hemos hecho todo lo que queríamos hacer, pero lo hemos acabado lo mejor que hemos podido. Ahora nos queda pendiente la restauración de algunas de sus piezas”, afirma Nicolás Martín, presidente del Cabildo Catedralicio. Las obras se realizaron según el Plan Director de la Catedral, ampliando el espacio para el museo y dando acceso a las visitas turísticas por la Plaza de Herrasti a partir de 2008.

Quedaba pendiente el montaje museístico. “Lo mejor que hemos podido”, hace referencia a que la necesidad obligó a reducir el presupuesto inicial de 531.653 euros a 107.000, una vez que la Junta de Castilla y León decidió no apoyar el proyecto para la instalación de nuevo museo, en el que monseñor Atilano Rodríguez contó con la colaboración del sacerdote zamorano José Ángel Rivera de las Heras, que había sido el Comisario de la exposición de Las Edades del Hombre, y Ángel Luis Esteban Ramírez, experto museólogo. “Era urgente e inaplazable instalar el museo ante la situación de desorden y deterioro que experimentaban los fondos museísticos. El presupuesto preparado superaba las posibilidades del Cabildo y de la Diócesis. Se imponía una adaptación a la realidad económica, prescindiendo de algunas partidas y recortando otras.

Dejando pendientes otras necesidades palpables en la Catedral, se emprendió el montaje del museo, resultando un coste de 107.000 €, que ha corrido a cuenta de los fondos capitulares”, según la Fundación Ciudad Rodrigo 2006, que gestiona las visitas turísticas a la Catedral y el Museo. Y, precisamente, como resaltó Atilano Rodríguez, “las aportaciones económicas de esas visitas al primer templo de nuestra ciudad” son las que han hecho posible la inauguración del museo. No sólo de pan vive el hombre.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

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