Benedicto XVI, querido y arropado en la católica Malta

Durante su visita pastoral a la isla, el Papa recibió a víctimas de abusos sexuales

(Antonio Pelayo– Enviado especial a Malta) No era difícil prever que la visita de Benedicto XVI a Malta (17 y 18 de abril) iba a constituir un éxito. Lo fueron las dos precedentes de Juan Pablo II (en 1990 y 2001), y la población de la isla (católica al 95%) no iba a hacer una excepción con su sucesor. Dos inconvenientes de última hora arrojaron, sin embargo, alguna incertidumbre: la inquietante nube de cenizas que ha puesto patas arriba el espacio aéreo europeo y que amenazaba el regreso a Roma, y, sobre todo, la presión de la opinión publica mundial, que parecía querer reducir todo el significado de la presencia papal en la isla al contaminante tema de la pederastia clerical.

Las amenazas no funcionaron, e incluso me atrevería a decir que actuaron como resortes que aumentaron el calor de las gentes, ya de por sí predispuestas a manifestar al Obispo de Roma su adhesión y su deseo de arroparle. Durante las poco más de 24 horas que Joseph Ratzinger ha permanecido en Malta, no se ha registrado ni un solo gesto de protesta o de desprecio, ni un desplante por parte de ninguna personalidad política, social o religiosamente representativa.

El motivo del viaje era conmemorar el 1950º aniversario del naufragio de san Pablo que obligó al Apóstol de los gentiles a refugiarse en Malta y permanecer allí tres meses, antes de reemprender viaje a Roma. La visita de Benedicto XVI era, en cierto modo, también una prolongación del Año Paulino (2008-2009), que celebró el bimilenario de su nacimiento. “Algunos podrán pensar –dijo en su primer discurso, apenas aterrizado– que la llegada de san Pablo a Malta, causada por un acontecimiento humanamente imprevisto, es un simple accidente de la historia. Sin embargo, los ojos de la fe nos permiten reconocer aquí la obra de la providencia divina”.

Con las autoridades del país

Estas palabras las escucharon, poco después de las 17:00 h. del sábado, las máximas autoridades del país (independiente desde 1964 y miembro de la Unión Europea desde 2004): el presidente de la República, George Abela, y su esposa; el primer ministro, Lawrence Gonzi; el arzobispo y presidente de la Conferencia Episcopal, Paul Cremona; el de Gozo, Mario Grech; el nuncio apostólico, Tommaso Caputo; ministros del Gobierno y parlamentarios de los dos partidos dominantes, representantes del Cuerpo Diplomático y una multitud festiva que prorrumpió en aplausos cuando el presidente le dijo:  “Merhba fil-Gzira ta San Pawl” (“Bienvenido a la isla de san Pablo”). “Los que entre nosotros son creyentes –añadió el jefe del Estado– se sienten fortificados por los valores fundamentales que la Iglesia anuncia y, aunque reconocemos que algunos de sus miembros, incluidos sus ministros, se apartan, por desgracia, del justo camino, no albergamos dudas de que estos valores son universalmente aplicables y de que su validez trasciende el tiempo y el espacio. Sería una equivocación intentar utilizar los reprensibles fallos de algunos para arrojar una sombra sobre el bien que significa la Iglesia”.

Benedicto XVI, a diferencia de su ilustre huésped, no quiso abordar en ninguno de sus discursos el tema de los abusos sexuales de algunos miembros del clero. En el avión de Roma a Malta les dijo a los periodistas algunas frases bastante genéricas que podían referirse al tema (“el cuerpo de la Iglesia está herido por nuestros pecados”), y de hecho sólo se refirió de modo explícito al problema cuando recibió al grupo de víctimas (ver recuadro).

Después de evocar la gran “importancia estratégica” de la isla en el pasado, el Papa dijo: “Seguís desempeñando un valioso papel en los debates actuales sobre la identidad, la cultura y la política europeas. Al mismo tiempo, me agrada constatar el compromiso del Gobierno en los proyectos humanitarios de largo alcance, sobre todo en África. Es muy de desear que esto sirva para promover el bienestar de quienes son menos afortunados que vosotros, como una expresión de genuina caridad cristiana. En realidad, Malta tiene mucho que ofrecer en diversos campos como la tolerancia, la reciprocidad, la inmigración y otras cuestiones cruciales para el futuro de este continente”. Igualmente, alabó que la legislación maltesa sea una de las pocas en Europa que se opone al divorcio y al aborto”.

Desde el aeropuerto, la comitiva papal se dirigió al centro de La Valletta, donde le esperaba una nutrida multitud (el P. Lombardi aludió a la posibilidad de que en el trayecto se hubiesen congregado unas cien mil personas; cifra, sin duda, exagerada, ya que la población total de la isla no llega al medio millón), pero los que allí estaban no fueron tacaños en los aplausos y gritos de bienvenida. Volvimos a ver en la King’s Street las imágenes de tantas otras veces: los papás que suben sobre sus hombros a sus hijos pequeños; ancianos que olvidan sus años para obtener un buen lugar desde donde observar; la Policía que, con muy buenos modales esta vez, intenta mantener el orden; los que venden banderas y fotos del Pontífice… Nada de esto, en escala menor, faltó en la modesta capital.

Benedicto XVI se prestó con su habitual benevolencia a las exigencias del protocolo: innumerables saludos, intercambios de regalos, posado ante los fotógrafos y las cámaras de televisión, coloquios con interlocutores emocionados, aparición en el balcón del Palacio de los Grandes Maestros de la Orden de Malta para dejarse vitorear por mas de 5.000 gargantas infantiles que parecían infatigables.

Ya al caer de la tarde, llegó, en la localidad de Rabat, a la Gruta de San Pablo, en torno a la cual fue construida, a finales de la Edad Media, una iglesia modesta, sustituida siglos después por el actual templo. Allí se recogió en oración, antes de ofrecer como recuerdo de su presencia una lampara votiva. Pasadas las 20:30 h., hacía su ingreso en la cercana Nunciatura Apostólica, de la que han sido titulares en tiempos recientes dos españoles: el ya fallecido José Sebastián Laboa y el actual limosnero del Papa, Félix del Blanco.

No hay problemas de salud

Así finalizó la primera jornada de este primer viaje de Benedicto XVI este año. Comunicando sus impresiones a la prensa, el jesuita Federico Lombardi subrayó que el Santo Padre había dado pruebas de resistir bien su cargada agenda y que, por ahora, su salud no exige atenciones especiales, sino las normales en una persona que acaba de cumplir (precisamente el viernes 16) los 83 años. “Ya me gustaría a mí –dijo el portavoz– tener la misma energía que él cuando cumpla esa edad”.

Desde primeras horas de la mañana del domingo, y a pesar de la lluvia que había caído durante toda la noche, las gentes ocupaban la llamada Explanada de los Graneros, habitual escenario de las manifestaciones civiles y religiosas de los malteses (en ella, Juan Pablo II celebró, por ejemplo, la beatificación de George Preca, fundador de la Sociedad de la Doctrina Cristiana, y de Ignacio Falzon y Maria Adeodata Pisani en mayo de 2001). La preside la iglesia de San Publio, el primer obispo ordenado por san Pablo, y en ella se había construido el habitual podio –altar más sencillo que en otras ocasiones, pero elegante–. Antes de comenzar la celebración, el papamóvil recorrió la plaza entre vítores y el entusiasmo de todos los presentes, llegados algunos también de las vecinas islas de Gozo y Commino.

La Eucaristía fue concelebrada por el Papa; el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone; el sustituto, Fernando Filoni; todos los obispos malteses e innumerables sacerdotes. El brillo del sol enriquecía la ceremonia y el Papa pudo decir sinceramente: “Desde mi llegada ayer por la tarde, he experimentado la misma bienvenida calurosa que vuestros antepasados dieron al apóstol Pablo”.

Evocando aquel naufragio, Ratzinger dijo: “También nosotros debemos poner nuestra confianza sólo en Dios. Nos sentimos tentados por la idea de que la avanzada tecnología de hoy puede responder a todas nuestras necesidades y nos salva de todos los peligros que nos acechan. Pero no es así. En cada momento de nuestras vidas dependemos completamente de Dios, en quien nos movemos y existimos”.

Antes de abandonar el recinto, a la hora del Regina Coeli, el Papa entregó la Rosa de Oro a la Virgen de Ta’Pinu, muy venerada por todos los malteses.

El momento mas vistoso ha sido, sin duda, el encuentro con los jóvenes en el Puerto Grande de La Valletta. Ratzinger se embarcó con un grupo de jóvenes en un flamante catamarán al que daban escolta una veintena de naves de menor envergadura y embarcaciones típicas de los pescadores. Las tres millas náuticas que recorrieron fueron para el Santo Padre un evidente momento de distensión, mientras conversaba con los jóvenes.

En el muelle se habían congregado unos 12.000 jóvenes, y en su nombre le saludaron el obispo de Gozo y tres muchachos. El Papa no ocultó su satisfacción: “Aquí en Malta vivís en una sociedad marcada por la fe y los valores cristianos. Deberíais estar orgullosos de que vuestro país defienda tanto al niño por nacer como la estabilidad de la vida familiar para una sociedad sana. En Malta y en Gozo las familias saben valorar y cuidar de sus miembros ancianos y enfermos y acogen a los hijos como un don de Dios. Otras naciones pueden aprender de vuestros ejemplo cristiano. En el contexto de la sociedad europea, los valores evangélicos están llegando a ser de nuevo una contracultura, como ocurría en tiempo de san Pablo”.

Socorrer al débil

“Como cristianos –continuó–, estamos llamados a manifestar el amor de Dios, que incluye a todos. Por eso debemos socorrer el pobre, al débil, al marginado; tenemos que ocuparnos especialmente de los que pasan por momentos de dificultad, de los que padecen depresión o ansiedad; debemos atender a los discapacitados y hacer todo lo que esté en nuestras manos por promover su dignidad y calidad de vida; tendremos que prestar atención a las necesidades de los inmigrantes y de aquéllos que buscan asilo en nuestra tierra; tenemos que tender una mano amiga a los creyentes y a los no creyentes”.

Veintiséis horas después de su llegada, Benedicto XVI abandonaba la isla, seguramente muy satisfecho, y no le faltaban razones. Incluso la amenaza de la nube volcánica no llegó a cumplirse. Su última imagen antes de embarcar en el avión era la de un anciano cansado pero sonriente.

————

LAS LÁGRIMAS DEL PAPA


El domingo 18 de abril, tras la Eucaristía en la Explanada de los Graneros, tuvo lugar en la Nunciatura Apostólica el esperado encuentro con ocho representantes de las víctimas de abusos sexuales en Malta (de los que fueron autores seis sacerdotes que trabajaban en el orfanato de San José; dos ya han fallecido, tres siguen viviendo en la isla y uno reside en Roma). Habían sido recibidos la semana pasada por el arzobispo Cremona, quien les había dicho que haría todo lo posible para que Benedicto XVI les recibiera. La confirmación no llegó hasta un par de horas antes de que fuesen convocados.

El encuentro fue así descrito en un comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede: “El Santo Padre se ha encontrado con un pequeño número de personas que sufrieron abusos sexuales por miembros del clero. Se ha conmovido profundamente con sus historias y ha expresado su vergüenza y dolor por lo que las víctimas y sus familias han sufrido. Ha rezado con ellos y les ha asegurado que la Iglesia está haciendo y continuará haciendo todo lo que esté en sus manos para investigar las acusaciones, llevar a los responsables de abusos ante la justicia e implementar medidas efectivas diseñadas para salvaguardar a los jóvenes en el futuro”.

El encuentro, como hemos podido saber, duró unos veinte minutos y fue muy emocionante para todos, como declararon, ya fuera de la Nunciatura, algunos de los asistentes. “Me he sentido aliviado y liberado de un gran peso. Yo y mis amigos le estamos agradecidísimos al Papa”, dijo Lawrence Grech, que en días anteriores a la visita ha actuado un poco como portavoz del grupo. Entrevistado ante las cámaras de Eurovisión, el hoy ya adulto (padre de tres hijos) tenía las lágrimas en los ojos. Otro de los asistentes, Joseph Magro, aseguró que también a los ojos del Papa se asomaron las lágrimas en más de un momento. “Ahora estoy en paz con la Iglesia –añadió–. El Papa me ha dicho que rezará por mí y por todos nosotros”. El P. Lombardi concluyó: “El clima había sido muy intenso pero sereno; ha habido también sonrisas y algunas bromas y en general todo se ha desarrollado con conmoción, pero sin temor ni opresión”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.704 de Vida Nueva.

Compartir