Carlos Azpiroz: “No podemos predicar la Palabra de Dios como lo hicimos ayer”

Maestro de la Orden de Predicadores

(José Luis Celada– Fotos: Luis Medina) El próximo 5 de septiembre, los dominicos elegirán un nuevo Maestro de la Orden en el marco del Capítulo General que se celebrará en Roma entre el 1 y el 28 del mismo mes. Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa, argentino de 53 años, ocupa el cargo desde julio de 2001 y durante todo este tiempo ha sido testigo de los afanes y desafíos de la Familia Dominicana, de cómo su estilo de vida quiere ser “evangélico” y su palabra “profética”, para tomarle el pulso a la realidad actual en los caminos del mundo. Ahora hace balance de lo vivido, pero siempre mirando al futuro, porque “no podemos predicar la Palabra de Dios  como lo hicimos ayer”.

En septiembre celebran un nuevo Capítulo General. ¿Han cambiado mucho las cosas desde que fuera elegido Maestro de la Orden hace nueve años?

Es difícil hacer un balance de modo sintético. Para un análisis así, hacen falta al menos otros nueve años, la mirada desde una perspectiva más amplia. Los desafíos que una Orden de casi 800 años de vida ha de asumir en el Capítulo General, nuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias… son semejantes y, a la vez, diversos, ¡análogos! a los que deseábamos también asumir nueve años atrás. ¿Una idea fuerza? Aquello de san Pablo a los Corintios: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Solemos redescubrir este desafío en cada Capítulo General. La Orden lo celebra cada tres años (si bien el Capítulo General electivo se reúne, en principio, cada nueve). Buscamos siempre responder a esa cuestión generalmente a través de algunos temas que le dan marco: nuestra misión (predicación); nuestra vida fraterna en comunidad; nuestro estudio; nuestro gobierno; la Familia Dominicana.

Habrán sido años de infinidad de viajes por el mundo. Hágame una rápida radiografía de la Orden, sus motivos de esperanza y de preocupación…

¿Sería posible concentrar en pocas líneas lo que he oído, lo que he visto con mis ojos, lo que he contemplado y lo que he tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida en los diversos continentes, en unas pocas líneas? La Orden está implantada en muchos países, y quisiera evitar algo así como un sincretismo en base a dos o tres pinceladas por continente (pecaría de muy superficial, porque las realidades son muy complejas aun en cada continente, en cada región, en cada país). Al mismo tiempo, la radiografía de la Orden en los diversos continentes se relaciona con la de la misma Iglesia y, por ello, ésos son nuestros motivos de esperanza y preocupación. De hecho, lo primero que estudiamos en la primera reunión del Consejo General en pleno, en noviembre de 2001, antes de iniciar las visitas, fueron los textos de las diferentes exhortaciones apostólicas postsinodales que escribió Juan Pablo II: Ecclesia in Africa; Ecclesia in Asia; Ecclesia in America; Ecclesia in Oceania; Ecclesia in Europa. Mis Socios (Asistentes) de cada región presentaron, junto a las líneas fundamentales de dichos textos, sus propias perspectivas y así hicimos un primer viaje por el mundo “in medio Ecclesiae”. ¿Acaso no es el sentire cum Ecclesia lo que caracteriza profundamente el alma de los religiosos y religiosas?

¿Cómo está afectando a la predicación dominicana y a la experiencia de fe de los dominicos el actual contexto de creciente secularización?

En muchos documentos de la Iglesia suele distinguirse el proceso de secularización que nos ayuda a comprender la justa autonomía de la realidad terrena… del secularismo. En efecto, las realidades temporales tienen una verdad y bondad propias, las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores que debemos descubrir, emplear y ordenar poco a poco. El “secularismo” pretende que la realidad creada es independiente de Dios y que podemos usarla sin referencia al Creador, como si la creación no tuviera ninguna apertura a lo trascendente (cf. Gaudium et Spes, n. 36). No se trata de dos realidades totalmente diversas y, por ello, actualmente se advierte una creciente secularización. En este sentido, nuestra confianza para tomar parte en las quaestiones disputatae de nuestro tiempo surge de nuestra confianza de que somos los herederos de una tradición intelectual viva y se apoya en intuiciones filosóficas y teológicas fundamentales: una comprensión de la moral en término de las virtudes y crecimiento de las virtudes; la bondad de toda la creación; confianza en la razón y en el rol del debate; la alegría en la visión de Dios como nuestro destino y una humildad ante el misterio de Dios que nos lleva más allá de las ideologías. Nuestra predicación no se reduce a “hablar de oídas”, sino como testigos de Jesucristo, del Evangelio que salva y hace libres. Se trata de predicar en este mundo la Buena Noticia en su pureza y con todas sus exigencias.

¿Está testimoniando su Orden una vivencia adulta y a la altura de los desafíos actuales de su compromiso religioso?

En muchas oportunidades, encuentros o saludos, no falta quien me pregunta: “¿Cómo está la Orden de Predicadores?”. Cuando no hay tiempo o espacio para un diálogo más sereno, suelo responder: “La Orden está mejor de lo que usted imagina y peor de lo que debería estar”. La Orden está testimoniando una vivencia adulta y a la altura de los desafíos actuales de su compromiso religioso en muchos sitios y circunstancias, pero debo reconocer que, a veces, no estamos a la altura de lo que la Iglesia y el mundo necesitan de nosotros, a la altura de nuestra vocación.

Vida comunitaria

¿En qué medida el individualismo que nos invade perjudica a la vida en comunidad de los religiosos y religiosas?

En los últimos años –mirando las cosas desde la perspectiva de los frailes, las monjas contemplativas y las comunidades religiosas de hermanas dominicas de vida “activa”–, he pensado mucho en aquello que caracteriza la vida religiosa como tal: vida que intenta encarnar los consejos evangélicos (obediencia, castidad y pobreza) mediante “votos públicos”. Creo que la antesala de cierta secularización (y, a veces, “secularismo”) en nuestro modo de vida radica más bien en que no nos damos cuenta de cierta tendencia a “privatizar” la vida religiosa. Nos olvidamos de que hemos hecho profesión en nombre de la Iglesia (insisto en aquello de los “votos públicos”). Y esa “publicidad” no es otra que vivir nuestros votos en nombre de la Iglesia. Si reducimos la “publicidad” sólo al “aparecer”, entonces “privatizamos” nuestra vida, trasladando a un ámbito meramente “privado” (incluso haciendo hincapié en la privacy –lo digo en inglés a propósito–) nuestros votos religiosos. Frente a la insistencia o exigencia –por parte de algunos religiosos– de adquirir cierta profesionalidad o de tener en cuenta sus títulos académicos, trabajo o profesión, insisto en que lo que nos ha unido en comunidad es nuestra profesión de fe y nuestra profesión de los consejos evangélicos.

El estilo de vida dominicano, tal y como ha podido ir palpando a lo largo de estos años por distintos lugares del mundo, ¿resulta creíble para la gente?, ¿y atractivo para los jóvenes?

No vivimos un estilo de vida “para-ser-atractivos-a-los jóvenes”, porque nuestra vida no está signada por los ritmos de la moda o de lo que es “hoy” fashion. Nuestro estilo de vida quiere ser evangélico, eso es todo. Al ser humano, el estilo evangélico provoca preguntas, interrogantes: ¿éstos quiénes son? ¿Adónde van? Al responder a esas preguntas, algunos reconocen cierta bondad, veracidad y belleza en esta vida; otros –libres de opinar– sentencian: qué ridículo. ¿No pasaba lo mismo con la vida de Jesús y de sus discípulos?

Aseguran ciertas voces que el Vaticano II trajo nuevos aires a la Iglesia, tantos que ha dejado los seminarios –sobre todo de las congregaciones religiosas– vacíos. ¿Qué opina de este diagnóstico?

No quisiera “reducir” el número de las vocaciones a la cantidad de jóvenes que entran a la vida religiosa. Pienso en el rey David, cuando reconoció su error al pretender “calcular” con cuántos hombres podía contar (¡el deseo de saber con cuántos “soldados” –personal– podía contar o cuánto podría recolectar en impuestos –dinero–!). Por otra parte, la promoción vocacional ha de comprender también la promoción de la vocación de cada religiosa o religioso hasta su muerte (ése es el significado de la profesión religiosa perpetua: hasta la muerte). No dudo que todos creemos en la resurrección. Pero a veces daría la impresión de que creemos sólo en la resurrección de la hija de Jairo, el hijo único de la viuda de Naím o la resurrección de Lázaro (los tres volvieron a la misma vida de “antes” de morir). ¿A qué época hemos de referirnos para hablar del número de vocaciones, primavera vocacional o sequía vocacional? La resurrección de Cristo, en la que Creemos –con mayúscula– es la resurrección a una Vida Nueva… que no es mensurable, ni cuantificable…

Predicación profética

¿Conjugan con equilibrio los dominicos su compromiso con la realidad y su necesario cultivo del espíritu?

Yo no podría definir sin más la vida dominica como una vida “equilibrada” (sobre todo, con el significado actual de “equilibrio”). Nuestra vida lleva consigo ciertas “tensiones”, como las cuerdas de un instrumento deben estar tensas, como los cables que sostiene una antena emisora o receptora… No llamaría a una persona a entrar a la Orden para tener una vida equilibrada o de equilibrio. Todo dominico o dominica que se precie de tal pretende ofrecer una palabra profética (una predicación profética). Ser profetas no es ser “adivinos”, ni tampoco significa la capacidad de leer en las manos el futuro, o tener la bola de cristal. Ser profetas significa leer los acontecimientos, lo que pasa, la historia, a la luz de la Palabra de Dios (evitando por eso reducir el anuncio de la Buena Nueva a un mero análisis sociológico, histórico, científico de la realidad… y evitando, sobre todo, el árido relativismo que impide un verdadero diálogo). Ser profetas también significa leer la Palabra de Dios “tomándole el pulso” a la realidad, a lo que pasa, a los acontecimientos… No podemos predicar la Palabra de Dios como lo hicimos ayer, como si nada hubiese pasado. Las mediaciones históricas existen, la lectura de los signos de los tiempos es necesaria. Es imprescindible tomarle el pulso a la realidad cuando leemos la Palabra y pretendemos predicar el Verbo de Dios aquí y ahora. ¡El fundamentalismo no es simplemente una deformación de otras confesiones “religiosas”! ¡También nosotros podemos caer en esa tentación!

¿En qué se traduce hoy aquella opción por los pobres impulsada en Puebla (1979) y luego tantas veces politizada y/o denostada?

La politización o el denostar la opción por los pobres (no sólo impulsada por el Documento de Puebla en 1979, sino también siguiendo las palabras y gestos del Señor) han estado de alguna forma presentes a lo largo de la historia de la Iglesia, de diferentes modos o encubiertas en variadas apariencias. El relativismo y el fundamentalismo han provocado de diversos modos la politización del mensaje evangélico o también el denostar su opción por los pobres por considerarla “política”.

Justicia, paz, derechos humanos… ¿Qué otras prioridades reclaman la atención de la familia dominicana?

Este año la Orden celebra un aniversario muy particular, que quizás pase desapercibido (no solemos tocar trompetas ni alardear de nuestra historia… preferimos rumiarla, contemplarla… e inspirarnos con los buenos ejemplos). En septiembre de 1510, llegaban a La Hispaniola (isla que hoy comparten Haití y la República Dominicana) los tres frailes de la primera comunidad dominica en ‘Las Américas’. Fray Pedro de Córdoba, fray Antonio de Montesinos y fray Bernardo de Santo Domingo fueron formados en nuestros conventos de Ávila y de Salamanca de acuerdo a los fundamentos más clásicos de la reforma de la Orden. Su predicación, en un contexto tan particular, fue contestada por muchos de sus oyentes, su defensa de los pobladores originarios logró incluso cambiar la legislación hispánica respecto a los justos títulos de dominación y el trato hacia las poblaciones autóctonas. Aquella pregunta del sermón de Montesinos en Adviento de 1511 sigue exigiendo hoy una respuesta “¿Acaso éstos no son hombres?”. Se refería a la población indígena oprimida y esclavizada. La predicación dominica en un contexto bien determinado (de espacio y de tiempo) tenía raíces metafísicas, antropológicas y evangélicas incontestables. Los profesores dominicos de Salamanca reflexionaban sobre esos nuevos desafíos pastorales. Los frailes en América, desde su convento de barro y paja, bebían de esa reflexión profunda y contemplativa para dar respuestas pastorales a las nuevas preguntas. Este verdadero icono de la predicación dominica movió a Bartolomé de las Casas (hasta entonces clérigo encomendero) a ingresar en la Orden y a ser el portavoz de los más pobres aun ante la Corona. Menciono esto porque el mismo Benedicto XVI lo hizo en su catequesis del 23 de mayo de 2007 al regresar de su primer viaje pastoral a Brasil e inaugurar la Asamblea del CELAM. Nos seguimos inspirando en ese pasado.

Es verdad ¡No sólo tenemos una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Pongamos los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu nos impulsa para seguir haciendo en nosotros grandes cosas.

Como latinoamericano, y en el marco de los bicentenarios que celebran muchos países del continente, ¿evangelización y colonización han dejado definitivamente de ir de la mano?

La celebración del Bicentenario de la emancipación o independencia de numerosos países del continente en cierto sentido se ha separado de la carga “colonial” de inicios del siglo XIX. Sin embargo, intentando releer la historia y el presente de nuestros países a inicios del siglo XXI, no podemos decir que vivamos en países “emancipados” o “independientes”, verdaderamente libres. Lo que hemos descubierto con mayor profundidad es que no podemos simplemente juzgar la situación actual como una mera cuestión de “estructuras”.

Vocación al estudio

¿Han descuidado su tradicional vocación al estudio?

Fray Felicísimo Martínez, en varias de sus últimas ponencias, ha subrayado este desafío. El estudio de la verdad no es simplemente un optional en la vida de un miembro de la Orden de Predicadores; ¡es parte integrante de nuestra vocación!: dar a los demás el fruto de nuestra contemplación. La predicación es compartir la amistad a la que el Señor nos ha invitado. ¿Cómo predicar si no conocemos al Señor? Nuetras Constituciones dan mucha importancia al estudio como preparación a la predicación. Santo Domingo quiso que sus frailes se dedicasen a él sin reservas, con diligencia y piedad; un estudio fundado en el alma de cada saber teológico, es decir, en la Sagrada Escritura, y respetuoso de las preguntas planteadas por la razón. El desarrollo de la cultura exige que quienes desempeñan el ministerio de la Palabra, a distintos niveles, estén bien preparados. El Papa –el pasado 3 de febrero, hablando de santo Domingo– exhortaba a todos, pastores y laicos, a cultivar esta “dimensión cultural” de la fe, para que la belleza de la verdad cristiana pueda ser comprendida mejor y la fe pueda ser verdaderamente alimentada, fortalecida y también defendida.

¿Ocupa la Vida Religiosa el lugar que merece y/o le corresponde en el seno de la Iglesia?

No me gusta hablar de la Vida Religiosa dentro de un esquema que pudiera parecerse más bien al ámbito “deportivo” (tabla de posiciones en un hipotético campeonato) o al ámbito “financiero” (el valor de nuestras acciones en la “bolsa”). Me pregunto: ¿cuál es el lugar que “merecemos” o que “nos corresponde”? No creo que ésa haya sido una pregunta importante en la mente de san Benito y santa Escolástica, san Francisco y santa Clara, santo Domingo y santa Catalina, o de tantos otros fundadores o fundadoras… No pretendo escapar de la pregunta. Si acaso diría que nuestro lugar ha de estar siempre al lado de los pesebres contemporáneos, acompañando al Señor y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo “camino a Jerusalén”; alrededor de la mesa de la Última Cena, a los pies de la cruz, de los calvarios actuales, en los caminos del mundo anunciando gozosamente: “Hemos visto al Señor”. Años atrás parecía que hubiéramos tenido todos los micrófonos y focos (spots, flashes). Gracias a Dios, ¡ya no! El hijo pródigo pidió a su padre lo que “merecía” o lo que él creía que le “correspondía” (y ya conocemos la parábola). La Vida Religiosa está reconociendo como pocas veces sus propias heridas y pobrezas… ¿Acaso no estamos viviendo un tiempo a la intemperie? La esperanza nos anima. Dios no es un leñador que hace leña del árbol caído. Es el viñador que poda para que la viña dé fruto abundante… Bien reza un poema del conocido benedictino argentino Mamerto Menapace:


“No tengas miedo a la poda,
cuando es verde tu madera,
Dios no busca lo que saca,
le interesa lo que queda”.


En el nº 2.703 de Vida Nueva.

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