Peregrinación que contagia esperanza

La Cruz de los Jóvenes viaja por España entre los preparativos de la JMJ de Madrid 2011

(Miguel Ángel Malavia) Pese a su corta vida, es muy viajera. Ha recorrido miles de kilómetros, por los cinco continentes y acompañada de muchos amigos. Nacida en 1984, mide 3,8 metros y es de madera. Su padre fue un hombre vestido de blanco. Se llamaba Juan Pablo II. Él fue el creador de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), celebradas anualmente en todas las diócesis y, de un modo especial, cada dos o tres años, en una ciudad del mundo. Allí se dan cita cientos de miles de chicos, provenientes de distintos países y reunidos para oír hablar de Jesús. Para las JMJ, el Papa ideó a la protagonista de esta crónica: la Cruz de los Jóvenes. Juan Pablo II encargó a éstos que llevaran el madero que evoca al Crucificado a todo el mundo, “como símbolo del amor de Jesús a toda la humanidad”. Como acompañante ideal, desde 2003, la Cruz cuenta a su vera con un icono de María.

Desde hace seis meses, ambos signos viajan exclusivamente por España. La causa de tal privilegio no es otra que en 2011 la JMJ es en Madrid. Así, estos dos años previos están suponiendo una oportunidad. Y es que la Cruz de los Jóvenes no hace sino generar oportunidades de recibir frutos a quienes llegan hasta ella: “Me ha fortalecido en mi fe”; “he podido reencontarme conmigo misma”; “he visto que no estamos solos”; “me ha hecho ver que también importo”… Estos son algunos de los testimonios, salidos de distintas voces, que han experimentado tal alegría interior tras su encuentro con la Cruz.

Un caso muy claro se dio el pasado 29 de diciembre en la madrileña cárcel de Soto del Real. Testigo del emotivo acto, Paulino Alonso, el capellán de la prisión, lo recuerda así: “La Cruz entró en procesión llevada por jóvenes diocesanos. Llegados al patio, dieron el testigo a 20 presos, hombres y mujeres, que la sostuvieron con devoción. Cuando entraron con ella al salón donde celebramos la misa, presidida por el cardenal Rouco, los cientos de compañeros presentes se levantaron y estallaron en un sincero y espontáneo aplauso. Al concluir la ceremonia, todos se acercaron a ella. La rezaron, la tocaron… Fue muy bello”. Paulino resume lo que supuso para los encarcelados esa visita: “Para ellos, la Cruz es esperanza y liberación. Les habla de vida y no de muerte. Les hace ver que no están solos. El hecho de que estuviera viajando por toda la diócesis y les fuera acercada, les ha reconfortado enormemente. Han comprobado que no permanecen olvidados, que son parte de la sociedad, de la Iglesia… de la JMJ”. Y es que los presos –unos 1.800, de los que cada domingo acuden a misa cerca de 500– se han ofrecido para colaborar en la preparación de este evento de alcance universal, estando abierta la posibilidad de que un representativo grupo pudiera asistir a la misa con el Papa que tendrá lugar en el aeródromo de Cuatro Vientos.

Pero hasta que eso llegue, la Cruz ha estado por última vez en Cuatro Vientos el pasado febrero. En un Vía Crucis que salió del barrio de Aluche y cruzó Madrid, “cada vez más gente se unía en las distintas estaciones”. Así lo cuenta Clara Castillejo, valenciana de 27 años, residente en la capital y voluntaria de la JMJ. De ese día, lo que más recuerda Clara son los testimonios: “Me hizo sonreír el de una monja de 90 años que se decía feliz de ver a tantos jóvenes que siguieran el camino. Tenía claro que iba a ir a la JMJ. Y me emocionó el de un chico que se decía ateo radical. Tras enamorarse de una católica y dejarlo después, acudió a Cuatro Vientos, en 2003, al encuentro de Juan Pablo II con los jóvenes. Vino porque pensaba que seríamos cuatro gatos y sería fácil verla. Pero su impacto fue brutal al encontrarse con cientos de miles de chicos como él. En medio de tanta gente, pasó el Papa y se cruzaron la mirada. Le tocó por dentro. Entonces se dio cuenta de que la nuestra es una forma de vivir que vale la pena. Hoy es una persona muy comprometida con la fe”.

Así, una de las claves de las JMJ es el darse cuenta de que “no estamos solos. Ver a otros jóvenes que sienten y piensan lo mismo que tú, que testimonian su fe con alegría, te anima mucho”. Eso es lo que sintió Francis Muamba. Congoleño de 31 años, participó, junto a miles de jóvenes, en la visita que la Cruz realizó a la Javierada, en Navarra, a inicios de marzo. En su caso, el encuentro supuso un cambio: “Al llegar a España me perdí un poco. Hablando con otros chicos, cuestionaban mis creencias y encontré cosas que, efectivamente, no entendía bien. Me replanteé muchos temas y tuve una crisis de fe. Pero el llegar aquí y ver una juventud alegre, a gente que me acogía como un amigo, me ha ayudado, pues ese lenguaje no lo había visto hasta ahora aquí”. Francis, que colabora con el departamento de comunicación de la JMJ, describe qué es para él la Cruz de los Jóvenes: “Es un símbolo que va más allá de un trozo de madera. Es la Cruz de Jesús. Verla me ayuda a superarme y a llevar mejor la cruz interior con la que cargo, la de las dudas en la fe. Me hace preguntarme cosas, cuestionarme sobre la muerte, la vida… Siento que la espiritualidad forma parte de la vida y que cada vez me siento más fortalecido en mi fe”.

Algo parecido le ha sucedido a Clara. Sumergida en una crisis creyente, en Cuatro Vientos experimentó un renacer: “Sentí un reencuentro con la fe y conmigo misma. A veces olvidamos ciertas cosas y conviene recuperarlas. Por eso me ayudan los testimonios de otros, el comprobar cómo son muchos los que, en los momentos difíciles, salen adelante por la fuerza de su fe. La Cruz te ayuda a entender el sacrificio de Cristo, te reconforta en tu propio sufrimiento, te ofrece esperanza, apoyo, alegría”.

Una parada muy especial

Estos sentimientos son los que ha tenido Jorge Boada desde que se encontrara por primera vez con la Cruz en la JMJ de Sidney, en 2008. Este madrileño de 23 años la ha seguido por muchos de los sitios que ésta ha atravesado en su ciudad. Ha participado en procesiones por los barrios, la ha acompañado en vigilias en la universidad –estudiante de Geografía en la Complutense, se ha sentido afortunado al pensar que “la misma Cruz que ha pasado por tantas manos en tantos países, estaba en el lugar al que yo acudo cada día”– y hasta la ha llevado por los trenes de cercanías. Fue en “un recorrido muy especial”, cuando la Cruz fue llevada hasta las estaciones que sufrieron los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, como Atocha, El Pozo o Santa Eugenia: “Fue verdaderamente emocionante. Había mucho respeto, silencio, recogimiento. Y oración. Rezamos por las víctimas, a la vez que nos dábamos cuenta de que, en circunstancias como ésta, es más precisa la Cruz de Jesús, pues ella es la que otorga la auténtica esperanza”.

A un año vista de la JMJ, decenas de miles de jóvenes tienen ante sí un sinfín de oportunidades de encontrarse con un madero que ya en muchos ha producido alegría, acompañamiento y paz. Puede ser en cualquier pueblo o ciudad, a la vuelta de la esquina.

Un itinerario muy movido

Fue el pasado 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, cuando la Cruz de los Jóvenes, acompañada del icono de la Virgen, inició su peregrinación por la archidiócesis de Madrid. Después de visitar todas las vicarías de la capital –pasando noche en diferentes iglesias acompañada por la vigilia de numerosos jóvenes, participando en actos universitarios, peregrinaciones, Vía Crucis…–, el 31 de marzo pasó a las otras dos diócesis de la Provincia Eclesiástica madrileña: Getafe y Alcalá de Henares. Así, hasta que a partir del 26 de abril, llegue el momento en que viaje por las distintas diócesis españolas que lo soliciten, siendo Ávila su primera parada. Muchas de ellas serán dentro de un año “diócesis de acogida”, albergando en los días previos a la JMJ a miles de chavales. Éstos dormirán en colegios, albergues… y casas particulares, conviviendo con familias que cumplirán con otra forma de voluntariado enormemente valiosa.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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