El Prado desempolva cuatro siglos de pintura sacra

La ampliación saca a la luz la colección de arte románico y renacentista español

(Juan Carlos Rodríguez) Siempre en un segundo plano, oculta muchas veces, poco de moda más recientemente, la pintura española entre el siglo XII y XV nunca había encontrado en el Museo del Prado el hueco que merece. Ahora, la ampliación ha permitido readaptar el área administrativa y de servicios del edificio Villanueva y presentar a los visitantes su calidad sorprendente, desconocida casi, desde el románico al primer renacimiento.

Es decir, Fernando Gallego, Bermejo, Pedro Berruguete y Juan de Flandes, sobre todo. Además, Miguel Zugaza, su director, ve cómo ese primer renacimiento de Fernando Yáñez de Almedina, Claudio Coello, Machuca, Correa de Vivar y Juan de Juanes –“el Rafael español”, según la conservadora Pilar Silva– tienen por fin el sitio que reclamaban. De éste último se expone su proverbial Retablo de san Esteban, ejemplo de algunas de las obras cumbres de la pintura sacra española que, por fin, se pueden ver de una forma coherente y con un relato histórico oportuno. Entre ellas reúne, además, una docena de obras de Luis de Morales, uno de los pintores españoles más personales, enigmáticos y deslumbrantes, con ese manierismo espiritual tan bien representado siempre en el museo, pero que cobra especial interés visto ahora en su contexto. Destacan en las nuevas salas del Prado –las 50, 51 (a, b, c) y 52 (a, b y c), en torno a la rotonda baja de la Puerta de Goya–, la recreación de dos ermitas románicas en su interior: San Baudelio de Berlanga (Soria) y Santa Cruz de Maderuelo (Segovia). Con ellas, el Prado amplía notablemente la exhibición de fondos de pintura española y sacra con 120 obras aunque, excepto cinco recientes adquisiciones, se han podido ver en algún momento.

Ahora ya permanecerán ancladas a la Colección Permanente. Como ocurre con los frescos de estas ermitas románicas –no hay que olvidar que la de San Baudelio de Berlanga, recientemente restaurada, ha sido cartel de la última edición de las Edades del Hombre–, que lucen en una instalación diseñada por el arquitecto Rafael Moneo y que recrea el interior de los templos. Un cambio radical, inusual en el Prado, que intenta “presentar las obras tal como las podrían ver los fieles del siglo XII”, según Zugaza. Las seis pinturas de San Baudelio se han instalado en la galería del coro, sobre arcos de herradura. Son Elefante –representación mozárabe de Cristo–, Oso, Soldado y Cortina, mientras que Cacería de Liebres y Cacería del ciervo, se sitúan en el muro norte. Como la práctica totalidad de las pinturas murales que decoraban el interior de la ermita, se arrancaron y vendieron, formando parte de la colección Dereppe a finales del siglo XIX. Ya en 1926, se trasladaron a Estados Unidos: Museum of Fine Arts de Boston, Indianapolis Museum of Art, Cincinnati Art Museum y Metropolitan Museum of Art de Nueva York (The Cloisters). De este último proceden los fragmentos que se exhiben en el Prado. Ingresaron en 1957 en la colección y constituyen un depósito indefinido del Metropolitan, que a cambio recibió el ábside de San Martín de Fuentidueña (Segovia).

Escenario recreado

Menos azarosas son las pinturas de Santa Cruz de Maderuelo, magnífico ejemplo de estilo románico mediterráneo, cercano a la iglesia de Santa María de Taüll (Lleida) y a las de la parte alta de San Baudelio. Se ofrecieron al Prado en 1929, que recomendó su permanencia en el templo, desacralizado y propiedad del Estado ya entonces. Pero la construcción del embalse de Linares las dejó en práctica indefensión. Desde 1946 pertenecen al Prado, pero nunca se habían visto así. El escenario recreado toma de punto de partida la capilla, aún existente, y reconstruye su planta rectangular, bóveda de cañón y testero plano. “Ahora lucen extraordinariamente”, dijo Pilar Silva, jefa del Departamento de Pintura Española (1100-1500), tras detallar la restauración a la que ha sido sometida con la colaboración del Instituto Español de Patrimonio Histórico.

Las siete salas evocan una exposición completa, accesible y deslumbrante sobre cuatro siglos de pintura española que, para muchos, supondrán una verdadera sorpresa. “Nos vamos a encontrar con los grandes maestros olvidados que nos alumbraron del siglo XII al XVI, fundamentales para el arte español”, afirma Zugaza. “Es como sentir el cielo”, explicó Gabriele Finaldi, subdirector del Prado, aludiendo no sólo a la fuerza y ascendencia de la pintura sacra española en esos siglos, sino también a que en el itinerario de las nuevas salas es posible ver el cielo desde el patio de Villanueva –cubierto, por supuesto–, en el que se circula como paso intermedio para acceder, precisamente, a la sala 51c, concebida como el comienzo de la visita a esta área, a la que bien vale dedicarle una visita por sí misma. Desde el temprano románico del siglo XII, el nuevo itinerario prosigue con el incierto gótico español de los siglos XIV y XV, ya sea de origen franco-borgoñón, como el Retablo de la Virgen y san Francisco, de Nicolás Francés, procedente de La Bañeza (León), o el italo-gótico del Retablo de san Juan Bautista y María Magdalena, de Jaume Serra. El Prado pasa de mantener expuestas 34 pinturas españolas datadas entre 1100 y 1500 –la inmensa mayoría de pintura sacra– a tener 81. Entre ellas destaca la deslumbrante segunda mitad del siglo XV, con pintores no suficientemente conocidos, como el gran Bartolomá Bermejo, que luce soberbio en la Sala 51a con su Santo Domingo de Silos (1474-1477), casi tridimensional, muy al gusto de Isabel la Católica, con mucho oro y muy flamenco. Su famoso marco bañado de tracería en oro original, por fin completo, luce exquisitamente.

No sólo por Bermejo, la sorpresa va desde la corona de Aragón a Castilla, con Diego de la Cruz o el Maestro de Sopetrán, representación de esos pintores anónimos que la historia cataloga marginalmente, pero que en el Prado recobran protagonismo, como el Maestro de Zafra y su monumental San Miguel Arcángel. En su sala contigua, la 51b, preside el desbordante hispanoflamenco Fernando Gallego y su Cristo bendiciendo, o los no menos interesantes Juan de Sevilla y Juan Sánchez, activos también en la Castilla del XV. El estilo flamenco alcanza también esplendor con Guerau Gener o Louis Alincbrot, autor del Tríptico de la Crucifixión.

El Renacimiento llegó a España por múltiples vías. Con Pedro Burruguete, que asimiló la naciente estética italiana y la combinó con impronta flamenca reinante, visible en obras que pintó para Ávila, como Auto de fe. También por la presencia de pintores extranjeros que ejercieron notable influencia como Juan de Flandes –cuya Crucifixión preside la sala– o la de italianos como Paolo de San Leocadio, que dejó escuela en Valencia. La influencia italiana es notable en Fernando Yáñez, cercano a la pintura de Leonardo, o Pedro Machuca y Navarrete ‘El Mudo’, más atraídos por Rafael. El colofón llega con Juan Correa de Vivar, Juan de Juanes y Luis de Morales, de los que la historiografía afirma que nacieron en 1510, aunque no se ha podido probar. Sea como sea, la sala, 52c, es un homenaje al quinto centenario de sus nacimientos, presidido por la Virgen y el Niño, de Morales.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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