¿Hemos olvidado ya el Vaticano II?

Un congreso, organizado por la Fundación SM, profundiza en lo que supuso el Concilio y en su vigencia actual

(Miguel Á. Malavia) Casi medio siglo después, todavía parece que al camino iniciado por el Concilio Vaticano II (1962-1965) le queda aún mucho trecho para la consecución de los fines que se marcaron Juan XXIII y Pablo VI. En este sentido, uno de los principales problemas que lo amenazarían sería el del propio desconocimiento por parte de muchos de los católicos de hoy. Una de las iniciativas que busca cambiar esta tendencia ha corrido a cargo de la Fundación SM, impulsora del congreso que ha tenido lugar en Sigüenza (Guadalajara) entre el 5 y el 9 de abril. Bajo el clarificador lema de las jornadas, Conocer el Vaticano II, sus participantes han reflexionado sobre la necesidad de mantener viva su letra y espíritu.

El profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) y ponente en el congreso, Juan Martín Velasco, explica a Vida Nueva que, “más que haberse olvidado, se aprecian indicios de que se ha caído en  una lectura minimalista, basada en afirmaciones aisladas de la letra del texto y no en el espíritu presente en la convocatoria del Concilio y en el acontecimiento mismo, y lo que éste supuso en la vida de la Iglesia”. A su juicio, una lectura “más atenta a esos otros aspectos, permitiría responder a muchos de los retos actuales”.

Parecida postura es la de otro congresista, Eloy Bueno, profesor de la Facultad de Teología del Norte de España, quien considera que “no se ha olvidado el Vaticano II, sino que está abierto a interpretaciones múltiples. Algo lógico, puesto que nos referimos al gran marco de la Iglesia del siglo XXI, siendo siempre actual, puesto que busca responder a las grandes claves de nuestro tiempo”.

¿Está actualizada la respuesta de la Iglesia a la luz del Concilio? ¿Cuáles han sido los logros consolidados y los retos aún pendientes? Para Bueno, “cuarenta años es poco tiempo para comprobar su verdadera trascendencia”, ya que muchos espacios han tenido su particular evolución. Para él, un claro ejemplo es el de los laicos: “Las nuevas realidades eclesiales, como los movimientos seglares, no estaban previstos como tal por el Concilio. En él no se hablaba de ellos, sino de asociaciones, como la Acción Católica, gran paradigma del asociacionismo católico”. De ahí que, debido a esos posibles imprevistos, sea “muy difícil vaticinar la evolución final del Concilio”. Eso sí, en su opinión, “según avance la Historia, se verá que el Concilio supuso un giro histórico, un pasar del Antiguo Régimen a la Modernidad, tomando conciencia de ser una Iglesia verdaderamente mundial”.

Martín Velasco concreta algunos de los hitos en los que más se avanzó: “Se evolucionó mucho respecto a la posición de la Iglesia en la sociedad, con el documento sobre la libertad religiosa y la nueva postura que propició la Constitución sobre la Iglesia en el mundo. Desde la teología, la Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina (Dei Verbum) abrió perspectivas, con la afirmación de que es Dios mismo quien se revela y lo hace también a través de los acontecimientos de  la Historia, que, por desgracia, la doctrina oficial todavía no ha incorporado”.

LOS CRÍTICOS  Y “ASUSTADOS”

Más allá del desconocimiento respecto a lo que supuso en sí el Concilio Vaticano II, también están las voces que, dentro de la Iglesia, mantienen ciertas reservas respecto los cambios producidos en la etapa postconciliar. Martín Velasco habla directamente de “los asustados” por las crisis que acontecieron aquellos años, como la del descenso vocacional. En su opinión, “una mala interpretación” les llevó a achacar al propio Concilio la causa de esos problemas, siendo su reacción “la de querer dar marcha atrás”. El profesor de la UPSA es cauto a la hora de señalar algún colectivo en concreto: “No me gustan las etiquetas, ni hablar de conservadores o progresistas, pero todos identificamos a esos grupos” que añoran, de un modo más o menos declarado, la época anterior al Concilio. Eloy Bueno también apunta la existencia de “fuerzas reticentes” que “achacan todos los problemas al Concilio”, citando el ejemplo más marcado de las “corrientes lefebvrianas”. Sin embargo, a su juicio, “éstas son en España menos presentes e influyentes que en Centroeuropa”.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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