El Bicentenario en México, tiempo de reconciliación y de mirar hacia un futuro prometedor

La Iglesia, protagonista de la independencia del país, se suma también a los próximos festejos por tan histórica fecha

(P. Romo– México DF) El 15 de septiembre, México celebrará los 200 años del inicio de su proceso de independencia, un acontecimiento para el que se han programado cientos de eventos culturales a lo largo y ancho de todo el país. En coincidencia con este Bicentenario, los mexicanos conmemorarán también el Centenario de la Revolución. Dos hitos históricos que configuraron el México moderno y en los que se hicieron presentes muchos hijos de la Iglesia, institución que se prepara ahora también para estos festejos.

Nuevos pronunciamientos y recientes artículos de historiadores mexicanos, que relatan la vida de muchos creyentes en aquel tiempo, dan cuenta de la participación de la Iglesia en el contexto de la Independencia. Según información publicada semanas atrás en el diario de la Arquidiócesis de México, más de 400 clérigos apoyaron el movimiento emancipador de 1810. Son notables las figuras de los sacerdotes Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Mariano Matamoros y fray Servando Teresa de Mier. En la primera etapa de independencia, decenas de sacerdotes, párrocos, residentes en los actuales estados de Querétaro, Michoacán y Guanajuato, no sólo apoyaron el movimiento de independencia con sus oraciones y homilías, sino que se incorporaron a las filas insurgentes dirigiendo contingentes de fieles en combates contra el que consideraban un usurpador, Napoleón III, y exigiendo el restablecimiento de la corona a Fernando VII. Con el paso de los años de guerra, la demanda cambió y, claramente influenciados por la Guerra de Independenciae estadounidense, proclamaron también la independencia de México.

Conciencia emancipadora

La participación de sacerdotes y seminaristas en el proceso de independencia en muchas partes del continente no fue casual. La formación en los seminarios con ideas contemporáneas liberales generó en el espíritu de los formandos una conciencia emancipadora en muchos sentidos. Las nuevas expresiones teológicas de finales del siglo XVIII ya no podían caber en estructuras políticas ni eclesiales arcaicas y autoritarias. El conocimiento de las demandas y el espíritu de la Revolución Francesa y de la Independencia de los Estados Unidos habían cundido entre las personas cultas de los países americanos, especialmente en la Iglesia, que podían leer en otras lenguas y eran significativamente más instruidas que las tropas de los virreinatos. No resulta extraño, así, el caso de sacerdotes como Mariano Matamoros (1770-1814), que de bachiller de Artes y Teología saltó al liderazgo de un ejército insurgente.

Personaje significativo en la lucha de independencia y muy controvertido, (sobre todo, por su polémica excomunión), fue, por su parte, José Mª Morelos (1765-1815). Morelos se consideraba a sí mismo “el Siervo de la Nación”, y sus principios y visión de la misma estaban asentados en la enseñanza e interpretación del Evangelio: generosidad y amor al prójimo. Si bien no era un pacifista tal como ahora se entiende, sí pasaba por ser un hombre liberal de gran claridad, al tiempo que mantenía profundas convicciones de creyente.

No es casual tampoco que la bandera de la independencia sea el estandarte de la Virgen de Guadalupe. El sacerdote Miguel Hidalgo lo tomó de su parroquia como símbolo de sublevación en contra de quienes “usurpaban el gobierno legítimo de Fernando VII”. El cura Hidalgo fue un personaje sui géneris: no sólo tuvo varios hijos, sino que se distinguió por la firmeza en sus planteamientos liberales, habiendo sido incluso rector del seminario de la actual capital de Michoacán, y por su capacidad de estratega militar (llegó a encabezar un ejército de al menos 80.000 hombres).

Sin embargo, también fueron muchos los clérigos y sacerdotes que participaron combatiendo a estos insurgentes, como el canónigo Matías Monteagudo, quien alentó la creación de un grupo en el “templo de la Profesa”, en apoyo del coronel Agustín de Iturbide (con el tiempo, autoproclamado emperador de México), para combatir el liberalismo ascendente. Como Monteagudo, muchos otros miembros de la Iglesia, particularmente los obispos nombrados desde España, combatieron la causa de la independencia.

Hoy, la Iglesia mexicana ha emprendido una campaña para “revalorar su papel en la lucha independentista”. Así, por ejemplo, tras realizar durante más de un año diversos estudios en archivos históricos y escuchar a historiadores, sacerdotes y laicos, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) concluyó el pasado 17 de febrero que “Hidalgo no murió excomulgado y se mantuvo al final de su vida en el seno de la Iglesia universal”.

De hecho, la CEM ha querido asociarse a los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional y el Centenario de la Revolución, impulsando una serie de conferencias y encuentros de muy diverso orden, particularmente académico, para recordar el momento de la independencia y debatir el papel de la Iglesia en él. Recientemente, en unas Jornadas Académicas en torno al Bicentenario, el arzobispo de León (Guanajuato), José G. Martín Rábago, recordó las palabras del Episcopado, al señalar que, “en la valoración de los hechos que condujeron a la independencia nacional, existen aspectos difíciles de comprender y aceptar; la parcialización de esta realidad histórica ha llevado a relecturas que no sólo no corresponden a lo sucedido, sino que deforman la conciencia de conformación de nuestra identidad como Nación. Hidalgo y Morelos, y muchos otros, eran sacerdotes que, a pesar de sus limitaciones y debilidades humanas, por su fe en Cristo, su devoción a María de Guadalupe y sus ideas teológicas y políticas, lucharon por la independencia de México”.

Diálogo y apertura

El prelado sostuvo que “intentamos mirar el pasado desde una actitud de diálogo y apertura. La intolerancia, de cualquier signo que sea, se cierra a tratar temas delicados o problemáticos, y atenta así contra la posibilidad de articular proyectos que sirvan a la colaboración unitaria y eficiente en beneficio de la sociedad”. Rábago hizo suyas también las palabras de Juan Pablo II a propósito de la recuperación de la memoria histórica: “La Iglesia no tiene miedo a la verdad que emerge de la historia y está dispuesta a reconocer equivocaciones allí donde se han verificado, pero es propensa a desconfiar de los juicios generalizados de absoluciones o de condenas respecto a las diversas épocas históricas. Confía la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo ideológico, tanto por los que respecta a las atribuciones de culpa que se le hacen, como respecto a los daños que ella ha padecido”.

El prelado de León concluyó su participación deseando que estas celebraciones sean “ocasión propicia para crecer en una fructuosa reconciliación”. “Formamos una gran Nación –afirmó–, en la cual podemos vivir hermanados en la aceptación de los grandes valores de la civilización y la democracia, reconociendo nuestra pluralidad y viendo más hacia un futuro prometedor que hacia un pasado que no está en nuestras manos modificar; y si revisamos el pasado, que no nos dejemos conducir por el afán de abrir heridas que no acaban de cicatrizar”.

promo@vidanueva.es

En el nº 2.701 de Vida Nueva.

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