Gregorio Rosa Chávez: “Creo que monseñor Romero ha vuelto para quedarse”

Obispo auxiliar de San Salvador

Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador

JOSÉ LUIS CELADA | La Iglesia y el pueblo salvadoreños se disponen a conmemorar, el próximo día 24, el 30º aniversario del asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero>, cuya beatificación parece cada vez más cerca. Mientras tanto, “se ha abierto el debate sobre qué Romero va a ser canonizado: si el hombre virtuoso, pero inofensivo, o el profeta de fuego que incomoda, la voz de los sin voz”, reconoce Gregorio Rosa Chávez. En cualquier caso, el obispo auxiliar de San Salvador siente que el movimiento que impulsa camino de los altares al que fuera su pastor “parece irreversible”. “Tengo la impresión –asegura– de que monseñor Romero ha vuelto para quedarse”.

– ¿En qué punto está la causa de monseñor Romero?

– En El Salvador nunca hemos tenido la experiencia de lo que es un proceso de canonización. Por tanto, estamos ante una experiencia inédita. Esto debe sonar muy extraño en un país como España, con una historia plagada de hombres y mujeres que han merecido el honor de los altares. Monseñor Romero murió el 24 de marzo de 1980. Exactamente diez años después, su sucesor y amigo, el arzobispo Arturo Rivera Damas, abrió en San Salvador la etapa diocesana del proceso de canonización. Rivera murió súbitamente, cuatro años más tarde, en noviembre de 1994, pero el proceso ya no se detuvo: la solemne clausura del mismo fue presidida por el nuevo arzobispo, monseñor Fernando Sáenz Lacalle, el 1 de noviembre de 1995.

La documentación se encuentra actualmente en la Congregación para las Causas de los Santos, tras haber superado satisfactoriamente dos pruebas en la Congregación para la Doctrina de la Fe; allí se examinó la ortodoxia de las homilías, las cartas pastorales y demás escritos del Siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero. Luego la documentación pasó a la Congregación para las Causas de los Santos, de donde volvió al dicasterio que dirigía el cardenal Ratzinger antes de convertirse en el papa Benedicto XVI: esta vez se examinó la doctrina social de la Iglesia predicada por monseñor Romero. La segunda prueba fue también pasada con éxito. Así están las cosas.Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador

Consenso episcopal

– ¿Por qué deciden los obispos de El Salvador escribir al Papa para que agilice su beatificación?

– Cuando monseñor Romero llegó a la sede arzobispal de San Salvador, la provincia eclesiástica de El Salvador contaba sólo con cinco diócesis y había apenas seis obispos. Como nos cuenta monseñor Romero en su Diario, en los temas candentes, a la hora de votar, él sólo contaba con el voto de monseñor Rivera Damas; los otros cuatro votaban en contra. Después de su muerte, las cosas comenzaron a cambiar, pero aún no se lograba la unanimidad en torno a su memoria. Nuestra primera decisión unánime sucedió con ocasión del Jubileo del año 2000, cuando de Roma se nos pidió elaborar la lista de los “mártires del siglo veinte”: su nombre encabezaba la lista.

Un segundo momento de consenso ocurrió durante la visita ad limina que realizamos en febrero de 2008: fue en presencia del cardenal Saraiva, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y de su equipo de colaboradores: todos los obispos, cada uno desde su propia perspectiva, expresó su opinión favorable a la causa de canonización. En cuanto a la carta, en un principio nuestra intención era enviarla al Papa, pero luego pensamos que debería dirigirse a la Congregación que tiene en sus manos la causa de monseñor Romero. Fue la conclusión lógica y natural de un camino bastante largo.

– ¿A qué achacan desde El Salvador el evidente retraso del proceso, habida cuenta de que se van a cumplir ya 30 años de su muerte?

– Los comentarios son muy variados, pero los más interesados en este asunto hemos aprendido a tener paciencia. En este sentido, no olvido las palabras que me dijo hace ya varios años el cardenal Roger Etchegaray: “Romero llegará a los altares, pero no tan pronto como nosotros quisiéramos”. No me atreví a preguntarle por qué tenía esa opinión. Mi impresión es que monseñor Romero es un mártir atípico. Es un santo que no nos deja tranquilos, que cuestiona nuestra forma de vida, que nos invita a dejar las posiciones cómodas y a atrevernos a correr riesgos. Pero, cuando se da el paso, uno se siente en muy buena compañía, como él se sintió en buena compañía en el Cristo muerto y resucitado: “En él está mi vida y mi muerte”, escribió en su cuaderno de apuntes espirituales, un mes antes de su martirio.

“Monseñor Romero es un mártir atípico.
Es un santo que no nos deja tranquilos,
que cuestiona nuestra forma de vida,
que nos invita a dejar las posiciones cómodas y
a atrevernos a correr riesgos”.

– ¿Se ha politizado en algún momento su posible subida a los altares, igual que se politizó su muerte (y su vida)?

– La palabra “politización” es bastante ambigua, al menos en el ambiente salvadoreño. Normalmente, se emplea para referirse a la manipulación que se puede hacer, de parte de la izquierda, de la persona o la doctrina de monseñor Romero. Es importante superar esta visión unilateral. Por supuesto que se ha politizado su legado, sobre todo por parte de grupos revolucionarios, pero también se puede hablar de politización cuando se le atribuye, del otro lado del espectro político, gran parte de la violencia que en aquellos tiempos asoló el país. No es fácil salir de esta trampa en una nación que en ese momento estaba tan polarizada. Hay un segundo problema con relación a este asunto: el hecho de que monseñor Romero fue asesinado, no por comunistas o gente atea, sino por cristianos; esto vuelve incómodo el tema para mucha gente dentro de la Iglesia.

– ¿Cómo guarda actualmente la Iglesia salvadoreña la memoria y el legado de monseñor Romero?

– Decir “Iglesia”, a secas, no basta. Hay que matizar y distinguir. El tema Romero ya se volvió prácticamente normal en el seno de la Conferencia Episcopal, lo cual es un notable progreso; y se va convirtiendo en una cuestión obvia en los demás ambientes eclesiales. El trigésimo aniversario de su muerte está despertando muchas energías dormidas, lo cual es favorecido por la nueva coyuntura política, ya que, por primera vez en la historia de El Salvador, somos gobernados por un gobierno de izquierda. Tengo la impresión de que Romero ha vuelto para quedarse. Una cosa diferente es la forma como se recoge y se asume su legado. Y aquí tenemos básicamente dos tendencias: la que subraya el aspecto espiritual y la que pone el énfasis en su perfil profético. Incluso se ha abierto el debate sobre qué Romero va a ser canonizado: si el hombre virtuoso, pero inofensivo, o el profeta de fuego que incomoda, la voz de los sin voz.

Santo del pueblo

– ¿Sigue siendo Romero el “santo del pueblo”, “San Romero de las Américas”, también para las nuevas generaciones de compatriotas?

– Estas bellas expresiones, del obispo poeta don Pedro Casaldáliga, han hecho fortuna, así como su famoso verso “nadie podrá olvidar tu última homilía”. Para quienes han sufrido en carne viva la represión de parte de los agentes del Estado durante los tiempos de la guerra –¡y son tantos!– esto cae por su peso: ¡ellos ya lo “canonizaron”! Poco a poco, Romero va siendo también el santo del pueblo sencillo, poco informado o intoxicado por la brutal propaganda oficial que demonizó al venerado pastor. El movimiento parece irreversible, gracias a Dios.

– ¿Qué lectura haría monseñor Romero de la realidad actual de El Salvador y su nuevo contexto de teórica paz?

– Por supuesto que haría ver que la paz no es tan sólo un documento que se firmó aquel 16 de enero de 1992, sino una tarea permanente, una exigencia que obliga a arrancar de raíz las causas de tanta violencia. Él seguiría hablando de violencia estructural, en el estilo que lo hicieron los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín en 1968. Los obispos de El Salvador, en febrero de 1996, en vísperas de la segunda visita del Papa, dijimos en un documento que Juan Pablo II llegaba a un país que “firmó la paz, pero que no tiene la vivencia cotidiana de la paz”. Haría algo parecido a lo que clamó desde el púlpito, cuando denunció las “reformas con represión”, las “reformas manchadas con sangre”. Es decir, sacaría todas las consecuencias, en el aquí y ahora de El Salvador, de la enseñanza social de la Iglesia.

“Poco a poco, Romero va siendo también
el santo del pueblo sencillo, poco informado
o intoxicado por la brutal propaganda oficial
que demonizó al venerado pastor”.

– ¿Qué hubiera pensado al ver a un representante del FMLN como Funes en la presidencia del país?

– Estoy seguro de que Mauricio Funes y varios de sus colaboradores serían de los habituales “Nicodemos” de los nuevos tiempos, como hubo varios “Nicodemos” –algunos de ellos están mencionados en su Diario– en los tiempos de monseñor Romero. Su actitud sería de simpatía crítica, de apoyo condicionado, viendo el quehacer del Gobierno desde la perspectiva del pueblo pobre y sufrido; o, mejor aún, con los ojos del Jesús que “se compadeció de las multitudes”. Pero, en este caso, hay un elemento que es realmente novedoso: el hecho de que Funes haya expresado pública y solemnemente que su guía sería monseñor Romero y que también él haría suya la opción por los pobres. Es un paquete muy grande el que el flamante presidente salvadoreño se ha echado sobre sus espaldas. Esperamos que lo sepa llevar con coherencia y audacia.

– ¿Sigue hoy viva en la Iglesia salvadoreña la llama de su compromiso con los pobres y la justicia social, o el paso del tiempo y la lógica evolución de las circunstancias han supuesto también una “actualización” del mismo?

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la historia. Éste es el titulo de la segunda carta pastoral de monseñor Romero. Es evidente: la Iglesia no es del mundo, pero está en el mundo. Y esto marca su caminar. En el nuevo milenio, vivimos en un mundo cada vez más instalado y conformista, cada vez más insolidario y más solitario. La Iglesia se ve obligada a hacer un esfuerzo complementario para no perder su impronta profética y comunicar esperanza.

Tenemos al interior de la Iglesia salvadoreña distintas maneras de situarse ante la opción por los pobres y la lucha por la justicia. El ambiente no empuja en esa dirección. Gracias a Dios, nos llegó una bocanada de aire fresco con la reunión de los obispos latinoamericanos en Aparecida. Allí se plantea claramente que Cristo vino para que la gente tenga vida en abundancia. Benedicto XVI hizo un llamado urgente a que el nuestro no fuera tan sólo “el continente de la esperanza”, sino también el “continente del amor”; esto implica un compromiso mayor por la justicia y el cambio de estructuras, puesto que somos el continente donde la brecha entre ricos y pobres es incluso mayor que en África. No siento que los aires de Aparecida estén suficientemente presentes en nuestra realidad eclesial.

“Como modelo sacerdotal, está calando hondo
en el clero y en muchos seminaristas.
Las circunstancias tan excepcionales de su muerte,
cuando se disponía a preparar el pan y el vino para el ofertorio,
son como una tierna caricia de Dios”.

– En este Año Sacerdotal, ¿sigue siendo el testimonio de monseñor Romero estímulo y espejo donde mirarse para el clero salvadoreño, o el arzobispo asesinado se sentiría algo ‘extraño’ en el Episcopado y la Iglesia actual?

– Yo me atreví a escribir un breve artículo que servía de portada al calendario litúrgico de la Diócesis de San Miguel, la Iglesia particular donde nació y ejerció su ministerio sacerdotal Óscar Romero: lo titulé Monseñor Romero, nuestro Cura de Ars. Recientemente, uno de los vicepostuladores de su causa acaba de publicar el sugestivo libro: Así tenía que morir: ¡sacerdote!, porque así vivió. En esta obrita, Delgado retoma las notas del seminarista Romero cuando estudiaba teología en la Universidad Gregoriana de Roma, destacando sus pensamientos acerca de la vocación sacerdotal. En la segunda parte, el lector puede revivir la experiencia romana del joven Romero a través de su diario, que comienza en 1937. Él fue ordenado sacerdote en la Ciudad Eterna, el 4 de abril de 1942.

Monseñor Romero como modelo sacerdotal está calando hondo en el clero y en muchos seminaristas. Las circunstancias tan excepcionales de su muerte, cuando se disponía a preparar el pan y el vino para el ofertorio, son como una tierna caricia de Dios: el Señor le regaló una muerte sacerdotal al hombre fiel que fue ante todo sacerdote. No sé si puede haber una respuesta divina más clara a lo que el Siervo de Dios dijo en su última homilía, en la pequeña capilla donde entregó su vida: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre derramada por los hombres, nos alienten también para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.

En el nº 2.700 de Vida Nueva.

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