Chile apela a la solidaridad y la esperanza tras el terremoto

El seísmo, de 8,8 grados de intensidad, deja cerca de mil muertos y dos millones de damnificados en el país

Chile-terremoto(José María Arnaiz– Santiago) El sábado 27 de febrero, a las 3:34 de la madrugada, quienes estábamos en Chile fuimos protagonistas de un terremoto que en algunos lugares del país –sobre todo, en las céntricas regiones de Maule y Bío Bío– alcanzó los 8,8 grados de intensidad en la escala de Richter y, en ningún caso, fue inferior a los 4,8. Su magnitud fue tal, que se le ha clasificado en el quinto lugar entre todos los que se han producido en la historia mundial desde que se miden estos fenómenos naturales. Y el más fuerte que ha sufrido este país, aunque sus efectos sean menores que los provocados por otros seísmos en el pasado.

Todavía seguimos en ‘días de terremoto’. Las réplicas nos lo recuerdan. Por lo que vamos sabiendo, este movimiento telúrico –también en forma de tsunami en algunas zonas costeras y en las islas cercanas– ha desencadenado un miedo generalizado entre la población, y no pocas personas padecen un verdadero estrés postraumático. Sus huellas, que han instalado al país en ‘estado de catástrofe’ por decisión de las autoridades, no se encuentran tan sólo en las calles, los edificios o las carreteras. Están también en las personas. Las repercusiones humanas y económicas van a ser muy grandes. La recuperación total, que acaba de ser evaluada en torno a los 30.000 millones de dólares, llevará muchos meses.

A este terremoto –descrito ya como “engañoso”, pues ha destruido mucho más de lo que pareciera en una zona muy amplia del territorio nacional– se ha venido a sumar, para colmo, un pillaje de proporciones nunca vistas. Un “segundo terremoto”, como ha calificado el hecho el arzobispo de Concepción, Ricardo Ezzati, “que impacta nuestra conciencia y nos cuestiona en valores profundos”.

Al cierre de esta edición, el último balance oficial de muertos hablaba de casi 800 víctimas y un número todavía difícil de precisar de desaparecidos. La cifra de damnificados por la tragedia, según la Oficina Nacional de Emergencia, alcanzaría los dos millones, y serían un millón las viviendas destruidas o dañadas. Sabemos que son muchos los edificios de servicios públicos (hospitales, oficinas, colegios, iglesias, museos, cárceles…) afectados en su estructura y no pocas carreteras y puentes inhabilitados para el tráfico.

Chile-terremoto-2Vivir un terremoto en vivo y en directo es una experiencia inolvidable, a la que se le pone fecha y lugar. Por eso, ya se habla de un antes y un después de este terremoto, al que se le llama el de Cauquenes (2010). ¡Qué sensación tan rica la de sentirse plenamente vivo cuando la tierra se tranquiliza! Por un momento, se tiene la impresión de que en sus entrañas está contenida y retenida toda la fuerza de la naturaleza. Y, por un momento, se mira lo que no se ve y se vuelve a lo esencial; y uno se acuerda de Dios, aunque se pregunta: “¿Dónde estaba Dios a las 3:34 del día 27 de febrero en Chile?”. Todos nos hacemos la pregunta, y algunos intuíamos que no se encontraba lejos, pero la respuesta afirmativa nos pide un ejercicio de fe viva.

Cada vida importa

Esa misma fuerza de la naturaleza, excesivamente agresiva e invasiva, nos devuelve el sentido y el sano juicio: hoy todos importan, cada vida importa, estamos en el mismo rango; todos, sin excepción. La gran pena es que estas tragedias dejen tanta huella, y más en los más pobres. Pero pareciera que, en este país, cada generación necesita un gran terremoto para aprender algunas lecciones importantes. Y tal vez el de ahora nos enseñe que el sálvese quien pueda no lleva lejos a un pueblo; que el individualismo y la exclusión sólo conducen al pillaje y al olvido del que sufre. Pareciera que, al vivir con tanta intensidad el dolor, el desconcierto, la impotencia, los valores más profundos del ser humano tendrían que aparecer con más fuerza que los instintos primarios; pero no siempre es el caso.

En estas circunstancias, es bueno que las autoridades –las salientes, con Michelle Bachelet al frente, y las que asumirán el poder el 11 de marzo– sepan que la gente necesita actuación pronta y segura y que cada uno valora la cercanía y la ayuda que podemos recibir y ofrecer. Así nos lo recuerda Alejandro Goic como presidente del Episcopado: “El Chile del Bicentenario es hoy un país dolido, con un vasto territorio arruinado. Amamos a esta patria que ha sabido levantarse de terremotos, maremotos, erupciones volcánicas e inundaciones, un pueblo que ha sabido levantarse en paz de la muerte y de la violencia en tantos momentos de su historia. En horas de comprensible desesperación, pedimos a todos serenidad y solidaridad. Y a los fieles cristianos, una intensa oración familiar y comunitaria en esta hora”.

La resistencia es la facultad humana de superar las adversidades e incluso salir fortalecidos de ellas. Así, el espíritu se engrandece cuando prima el valor sobre el temor, cuando se logra sacar lo mejor de la vida más allá de las dificultades. Y así nos encontramos muchos chilenos después de esta tragedia. La ocasión es buena para orar unos por otros, para que, en la prueba, una vez más, seamos fuertes, generosos y, a poder ser, esperanzados.

 

MI PRIMER TERREMOTO Y MI ÚLTIMO CUENTO

Chile-Terremoto-3Cerca de 800 personas, un buen número de ellas extranjeras, asistían esos días en Santiago al I Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ), organizado por la Fundación SM y el grupo SM. A falta de día y medio para su clausura, el terremoto obligó a suspender el encuentro.

Muchos de los participantes vivieron por primera vez esta experiencia, que –como reconocía José Luis Cortés, director editorial corporativo de Publicaciones Infantiles y Juveniles del Grupo SM y autor de la casa– “no sólo sacude los cimientos de los edificios, sino también los fundamentos sobre los que habitualmente vivimos y nos comportamos, haciéndote revisar su solidez”. Además de generar “una aproximación más humana a la gente que te rodea, en un gran movimiento de solidaridad”.

Y para quienes, desde España o América Latina, quieren hoy entrar en sintonía con el pueblo chileno, valga aquí el breve testimonio de la escritora Montserrat del Amo:

“Justo el día antes, en mi intervención en una mesa redonda del Congreso, yo había contado que los cuentos ‘también valían para espantar el miedo’, pues la lectura de novelas de aventuras o las historias que nos contaban los mayores de mi familia a los más pequeños, nos hacían sordos al ruido de las explosiones de las bombas que llegaban hasta el sótano donde nos refugiábamos en Madrid durante los bombardeos en los años terribles de la Guerra Civil. Y allí, en Santiago, en la madrugada de ese sábado, para espantar mi propio miedo y con el deseo de que todos lo fuéramos superando, empecé a contar un cuento, uno de mis preferidos: ‘Los tres mensajes del hombre sabio’.

Puede que me temblara la voz en el ‘Pues señor, érase que se era’, pero logré narrarlo despacio, sin alterarme un detalle, sin apresurar el ritmo de la narración ante un grupo atento, que parecía haber olvidado, gracias a la magia de las palabras, los miedos que las réplicas nos recordaban en constante amenaza. Ya la había contado muchas veces, pero la historia me supo a nueva, al renacer a la esperanza de una nueva vida después del terremoto que tan rudamente nos había sacudido.

Creo que recordaré estos momentos cada vez que vuelva a contar la sencilla historia del hombre sabio y el muchacho japonés que va en busca de la sabiduría, pues yo misma me siento algo más sabia tras las experiencias vividas en el terremoto 2010 de Santiago”.

jmarnaiz@vidanueva.es

En el nº 2698 de Vida Nueva.

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