El Barceló más íntimo

El pintor español más internacional inaugura una gran retrospectiva en CaixaForum Madrid

Elefante-Barceló(Juan Carlos Rodríguez) Espuma de mar, paisajes africanos y primates solitarios. Los temas y obsesiones de la pintura de Miquel Barceló (Felanitx, 1957) inundan CaixaForum Madrid (del 11 de febrero al 13 de junio), en una muestra que resumirá, como ninguna otra, la vida y obra del pintor mallorquín desde 1982 o, cómo le gusta decir a los críticos, desde que Barceló es Barceló. O, dicho de otro modo, desde que se consagró internacionalmente a partir de su presencia en la documenta de Kassel (Alemania). Desde entonces, va sumando hitos: el primer artista contemporáneo en exponer en El Prado y el Louvre o en intervenir radicalmente en una catedral gótica como la de Palma de Mallorca… Se quiera o no, Barceló es, por cotización y expectación, el artista español vivo más universal. Y su obra levanta, como pocas, admiración, aunque, como en Palma, tampoco acaba de satisfacer, evidentemente, a todos. A pesar de ello, Sant Pere es ya un lugar de culto en los dos sentidos de la expresión: de culto católico y de culto artístico.

‘L’amour fou’, 1984

‘L’amour fou’, 1984

Pero La Solitude Organisative (La soledad organizativa), título de la exposición organizada por la Obra Social La Caixa, no sólo celebra los logros de este artista, sino que, sobre todo, ofrecerá la posibilidad de entender el misterio, la adrenalina y la incertidumbre personal que conlleva su proceso creativo. Para ello, Barceló se ha implicado en la selección de obras, prestando algunas de su propia colección, por lo que, “más que una retrospectiva, será un acontecimiento”, según Ignasi Miró, director del Área de Cultura de la Fundación La Caixa. El público descubrirá su respuesta enérgica al mundo material, su relación con la tradición, sus viajes del Himalaya a Mali, el uso de elementos insólitos y su representación parabólica del mundo humano y animal. Todo ello, a través de las grandes telas que el mallorquín empezó a crear en la década de los ochenta, sus piezas cerámicas escultóricas –cuya culminación fue el panel creado en Vietri sul Mare (Italia) para la capilla del Santíssim de la Catedral de Mallorca–, las acuarelas africanas y las más recientes marinas, los dibujos, los cuadernos de viajes, los pósters y carteles que ha realizado a lo largo de su trayectoria y también los libros que le han fascinado: Palau i Fabre, Vinyoli y Gamoneda. Habrá obra muy reciente, apenas acabada en marzo, en donde aplica técnicas de cocción cerámica a las telas con resultados muy originales.

Diferentes matices

‘La Solitude Organisative’, 2008

‘La Solitude Organisative’, 2008

Catherine Lampert es la comisaria de la exposición, que también podrá verse entre julio y diciembre en CaixaForum Barcelona, en donde coincidirá en el tiempo con otra procedente de la Fundació Pilar i Joan Miró de Mallorca y que expondrá en el Centro de Arte Santa Mónica precisamente las obras del primer Barceló: “Barceló antes de Barceló. 1973-1982”. Lo cual permitirá realizar un completísimo recorrido por la obra del pintor de Felantix, tan sólo comparable con la retrospectiva del MACBA en 1998, aunque en aquel Barceló apenas estaba el germen del actual. Barceló es un hombre de matices difíciles de traducir. Sofisticado y simple a la vez. Lo representan esos gorilas solitarios que –él mismo lo afirma– son verdaderos autorretratos que hablan de “la soledad del artista” y de su propio estado mental antes de ponerse a pintar: es un animal perdido en el caos, perplejo, como el pintor antes de reorganizar su mundo en cada nueva obra. Son gorilas que entroncan con aquellos lienzos de los años 90 que tuvieron a Copito de Nieve como modelo; son La Solitude Organisative, que Barceló define con “cierto aire sereno y contemplativo, parece sabio”; y Flecha rota, volcánico y poderoso; lienzos que, además, representan una de las obras más recientes y llamativas de Barceló, como es la gigantesca bóveda de la sede de la ONU, en Ginebra. Mientras realizaba el encargo, Barceló cubrió el suelo con lienzos que, de forma arbitraria, recogían los goteos del techo. Estas telas le sirvieron luego como fondos para sus nuevas creaciones. En algunas, como La Solitude Organisative, los lamparones se aprecian claramente; en otros, como Mare Nectaris y Mare Tranquilitas, han sido tapados casi por completo. En Ginebra, y en estos últimos lienzos, está también el Barceló de los 70, que ha ido evolucionando en texturas y técnicas, pero que nunca ha abandonado el mar, la espuma de las olas, unas piezas en las que el artista juega con el contraste del movimiento del agua y la pesadez de una pintura densa y matérica, que siempre ha simbolizado la vida misma.

‘Taula dibuixada’, 1991

‘Taula dibuixada’, 1991

Barceló es, ante todo, un animal pictórico, que en el paisaje africano lo mismo estudia hasta la obsesión por las termitas con las que creó una nueva técnica, su famosa xilofagia, que se entrega al polvo del desierto para que el lienzo se entregue a la naturaleza. Innumerables serían sus homenajes a la naturaleza como material pictórico, desde la lava del Vesubio a la arcilla roja de Paso Doble, la intervención plástica que sigue representando junto a Joseph Nadj. Como en esos gorilas sedentes, Barceló también se ve, por ejemplo, en el Gran Elefant Dret, una de sus últimas propuestas: un elefante de bronce de siete metros de altura cabeza abajo. La pieza está instalada a las puertas del CaixaForum Madrid, como bienvenida, y representa esa obsesión última de representar en pinturas y esculturas mamíferos corpulentos “que se convierten en suplantaciones de su persona”, según Lampert. En cierto modo, la obsesión de Barceló por la naturaleza y los paisajes tórridos de África, con su fauna humanizada, remite a la búsqueda permanente de la perfección, que para él simboliza Dogón, su casa en Mali, y la angustia de un pintor que sabe que jamás alcanzará esa perfección del paisaje, de la naturaleza, del desierto. “En Dogón, donde vivo en África, siempre hay algo en desequilibrio –cuenta–. Por ejemplo, un libro mal puesto en una mesa, a punto de caer. Yo, al principio, pensaba que era una cosa un poco viciosa, buscar siempre lo que no funciona. Luego me di cuenta de que era una gran sabiduría. Cuando todo está perfecto, es la muerte. Que todo esté en equilibrio les da pánico: buscan algo que arreglar, eso es vida. Si todo funciona, es el final. Tardé mucho en descubrirlo”. Eso explicaría también que la obra de Miquel Barceló, recurrente temáticamente, es, sin embargo, una constante renovación en lo formal y en lo material, en los métodos y también en los procesos creativos.

Su última gran exposición en España, celebrada en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, recogió sus 20 años de trabajo en África. El comisario de esta exposición fue Enrique Juncosa, crítico, comisario y ex subdirector del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y del IVAM de Valencia, que volvió a encontrarse con Barceló en el Pabellón de España de la Bienal de Venecia, en donde, como en Madrid, se vio a un Barceló muy íntimo. Juncosa describe a Barceló como uno de los pocos artistas contemporáneos que se sienten motivados y confortables trabajando en el medio rural. Y subraya que, al hacerlo, Barceló confronta contenidos de principal importancia sobre temas que nos inquietan y nos preocupan desde siempre y para siempre o hasta la eternidad: la soledad, la angustia, el dolor, la libertad. Porque Barceló no pretende representar, sino comprender, no intenta plasmar la realidad, sino vivirla en una actitud casi mística.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.695 de Vida Nueva.

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