El privilegio de rezar junto al cuerpo de Javierre

Javierre_web(Juan Rubio– Director de Vida Nueva) Llegué a su casa, en el Paseo de Colón, media hora después de que lo encontraran plácidamente muerto en su cama, en una Sevilla pre navideña, con la bruma levantándose del Guadalquivir y asomando el sol por el cielo. Yo andaba por Sevilla y en mi agenda tenía previsto visitarlo, aunque sabía que ya no podía hablar. Ayer mismo me lo dijeron. Me llenó de honda tristeza la carta que me enviaron hace unos días diciendo que no le enviáramos la revista, que ya no leía ni hablaba. Mi respuesta quiso ser una visita de despedida. Llegué a la casa emocionado.

Mientras caminaba desde el hotel a su encuentro me dicen que ha muerto. No me lo podía creer. Me lo confirma el redactor jefe, José Lorenzo. Tomo un café y me voy para la casa. Silencio, ajetreo de los pimeros momentos tras la muerte de un grande. Allí su familia sevillana acordaba detalles del entierro. Estaban las Hermanas de la Cruz amortajando su cuerpo. Casulla blanca sobre su cuerpo roto. Eucaristía eterna. Al poco llegó el párroco del Sagrario, Adolfo Petit, hermano de Salvador Petit. Rezamos serenamente un responso y una salve. Emoción contenida en la franciscana celda que nos acogía. Sencillez y despojo inenarrable. Intimidad impresionante en esa media hora de contemplación de su rostro con una mueca de sonrisa. Después llegaron los periodistas.

Encargaban el ataúd. Muy sencillo, todo muy sencillo. José María era así, decían sus amigos que aquí en la tierra han gozado de su amplia y generosa amistad. Desde que Javierre escribió su biografia de san Juan de la Cruz estaba más allá que acá. El decía que estaba en la otra orilla. Acabó la biografía de Fray Leopoldo y se nos fue comenzando la novena de Navidad. Junto al cuerpo, aun caliente, recordé y agradecí el aliento que, desde el Colegio Español de Munich, dio al nacimiento de la revista Vida Nueva. Me animó mucho en las últimas visitas. Estaba contento con la revista. Siempre me dijo que eran tiempos recios, pero que eran tiempos bellos.

El Señor me concedió la gracia de estar en Sevilla, junto a su cuerpo, besar su frente fría y acariciar los dedos que con tanta gloria han servido al Señor con la pluma. En su casa se respiraba paz, mucha paz. Me fui emocionado renovando mi cita con él en el amor … Hasta siempre José María, hasta la eternidad.

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