Joachim Wamke: “La Iglesia tiene que estar dispuesta a aceptar la situación de cambio”

Obispo de Erfurt (Alemania)

Joachim-Wanke(Francesco Strazzari) “En la historia reciente de nuestra Iglesia en Turingia, ha habido profundos cortes: el final de la Guerra de 1945, con sus dramáticas consecuencias (basta pensar en la huida y expulsión de millones de alemanes de los territorios del Este), y la revolución pacífica de los años 1989-1990. Los más viejos del lugar han conocido tres sistemas políticos diferentes: el nazismo, el estado de la República Democrática Alemana (RDA) y, ahora, el estado de derecho democrático-liberal de la República Federal de Alemania. Como consecuencia de estos rápidos cambios se han producido profundas mutaciones en la vida de las personas y de las comunidades parroquiales. En las últimas décadas ha habido situaciones extremadamente difíciles y hasta persecuciones, pero también, como ahora después del terremoto político, ha habido momentos más relajados y de grandes esperanzas”.

Con esta reflexión, el obispo de Erfurt, Joachim Wanke, de 68 años, inicia la conversación con Vida Nueva, al cumplirse los 20 años de la caída del Muro de Berlín. Educado en la escuela del gran exegeta Heinz Schürmann, Wanke sigue siendo un apasionado estudioso de la Biblia, además de un inteligente y amado pastor de una diócesis con cerca de 160.000 católicos en plena diáspora. Pocos días antes de la caída del Muro, me concedió una interesante entrevista (cfr. Il Regno–actualidad 20, 1989, p. 546) en la que se mostraba contrario a las huidas: “En la actual situación, siento el deber de animar a nuestros fieles a que continúen viendo su futuro en este país”. “En este contexto –seguía– veo importantes los siguientes argumentos: lo primero que me gustaría transmitir a los fieles es que Dios nos ha creado aquí. Este país no pertenece sólo a los que no conocen a Dios, sino que debe estar formado y caracterizado también por nuestra obra como cristianos. Tenemos una tarea que desarrollar ante aquéllos de los que no podemos huir, aunque esto sea difícil. De la fe, de nuestro seguimiento a Cristo, se derivan también nuestro compromiso como Iglesia, que estamos obligados a desempeñar”. “Creo que un cristiano –remataba– debe ver un sentido profundo en el hecho de permanecer en su propio ­país, en la propia comunidad”.

La “territorialidad” sigue siendo el leitmotiv de la actividad pastoral del prelado alemán.

Sospechas

¿Cómo debe situarse la Iglesia ante los transformaciones sociales y eclesiales que han seguido al “cambio” de 1989?

En primer lugar, la Iglesia debe estar dispuesta a aceptar la situación de “cambio”, acogiéndola con realismo en sus aspectos más luminosos y en aquéllos que todavía proyectan sombra. Debemos realizar nuestra pastoral en las condiciones de una sociedad abierta, pluralista y liberal. Me gusta resumir los retos pastorales que se nos están planteando en los nuevos länder así: antes, en lo pastoral teníamos que reaccionar frente a la sospecha (‘la Iglesia y la fe religiosa atrofian el pensamiento’), teníamos que combatir en un frente ideológico, y lo hemos hecho con cierto éxito. Hoy la sospecha es diferente: la Iglesia y la religión –se dice– atrofian la vida. Ser cristiano quiere decir ataduras, visiones restringidas, volverse una persona inmadura; la fe convertiría la vida en algo estúpidamente restringido, acabaría arruinando la alegría de gozarla, limitaría la libertad; más aún, haría a las personas intolerantes y fanáticas. En definitiva: el cristianismo “molesta”. Combatir en clave pastoral en este frente es claramente más difícil. En algunos aspectos, nosotros aquí, en el Este de Alemania, estamos llevando a cabo unas experiencias en el plano pastoral que se hicieron hace ya tiempo en los países occidentales.

¿Cómo ha actuado su diócesis desde entonces?

Una decisión importante, tomada de acuerdo con toda la Iglesia católica alemana, ha sido la reestructuración, en 1994, de nuestra diócesis, fundada en el año 742 por san Bonifacio. A pesar de que, tanto a nivel histórico como pastoral, hubo una continuidad en la vida eclesial de la diáspora de Turingia y de la región de Eichsfeld –impregnada de catolicismo–, con esta decisión se quiso expresar la voluntad de poner en marcha un nuevo comienzo. Aquí, en Turingia, los católicos somos una Iglesia misionera de los tiempos modernos, ciertamente alimentada por sus antiguas raíces cristianas, que debe, sin embargo, encontrar siempre su camino en la tensión entre conservar y afirmarse.

¿Dónde está el corazón de esta ‘misionalidad’ de los tiempos modernos?

Consiste en esto: el Evangelio de Jesucristo forma parte de Turingia desde sus comienzos. La fe cristiana no tiene aquí sólo raíces históricas, no tiene sólo una rica historia católica –y evangélica, por otra parte–, sino que contribuye a trazar el presente y el futuro de este espacio cultural. Por eso no hay que mirar sólo al pasado, sino también a lo que tenemos ante nosotros como católicos y a nuestra misión común. Todo esto, naturalmente, está lleno de posibilidades, de oportunidades que todavía no han sido exploradas de forma completa y que todavía no hemos hecho nuestras.

En los años de la dictadura comunista, ¿cuál era la estrategia de la Iglesia?

Muro-de-BerlínLos decenios antes del “cambio” estuvieron dedicados, principalmente, a instaurar y reforzar las comunidades parroquiales. Las restricciones por parte del Estado y la falta de posibilidades que teníamos para actuar en la vida pública impedían una orientación más fuerte de la vida eclesial “hacia el exterior”, si bien no debe minimizarse el testimonio individual de algunos cristianos. Me refiero, en concreto, al trabajo de Cáritas en la RDA. Ahora, después del “cambio”, la atención pastoral se ha desplazado claramente hacia una presencia misionera de la Iglesia y del cristianismo. Tenemos que aprender a poner la luz del Evangelio “sobre el candelero” [Mt 5, 15] en una sociedad liberal, alejada de la Iglesia, pero abierta. Lo que a mí, como obispo, me preocupa es esta imagen: un habitante de Turingia que, después de su muerte, se encontrase frente a Dios y le dijese con estupor: “Nunca he oído hablar de Ti”. En este caso, habríamos fracasado como Iglesia.

El gran problema es, pues, hacer que la gente conozca la Buena Noticia.

Efectivamente. Dios tiene mil posibilidades de llegar al corazón de las personas. Pero, en primer lugar, es tarea de la Iglesia dar testimonio del amor de Dios, de sus promesas, de su santa voluntad, y hacerlo de tal modo que todos los hombres y mujeres puedan llegar a conocerlo. Nuestra diócesis debería seguir siendo, con todas sus fuerzas, una Iglesia que se preocupa por la salvación. Tiene que ayudar a las personas de esta región, con todos los creyentes y a la luz de la Pascua, a encontrar orientación y esperanza para sus vidas.

Compromiso

Un anuncio que debe comprometer a toda la comunidad eclesial…

Ciertamente sí. Para conseguirlo, es necesario un cambio aún más profundo en la propia conciencia y en el comportamiento de todos los miembros de la Iglesia. La pastoral, como expresión de la centralidad de la vida de la Iglesia, no puede dejarse sólo a los párrocos o al personal que trabaja a tiempo completo. Todos los bautizados y los confirmados son portadores de la luz pascual. En los tiempos que se nos presentan, el hecho de ser cristiano incluye la decisión personal de cómo vivir y, en consecuencia, es un desafío a “dejarse mirar el corazón” por los otros en lo que se refiere a las propias convicciones religiosas fundamentales. Se descubre a Jesucristo y su fuerza, que se plasma “en una relación de presencia directa” en la vida de los creyentes. Así, la fe cristiana se transmite de padre a hijo, de madre a hija, de amigo a amigo, de vecino a vecino. Esto vale también en las condiciones de la vida actual, que muchas veces aíslan a las personas. La búsqueda de relaciones exitosas es, con mucha frecuencia para nuestros contemporáneos, la puerta de acceso a la trascendencia. Sobre esto, aquí en Erfurt tenemos ya un buen número de experiencias. Es necesario una imaginación creadora y disponibilidad de las parroquias para poner en relación, de modo convincente, las preguntas de la gente, que son también las nuestras, con nuestra fe en Dios.

Y un anuncio que transmita lo “nuevo” del Evangelio…

Así es. Como en todos los procesos históricos, también en este desarrollo algunos aspectos se entremezclan y se enriquecen mutuamente, a veces contraponiéndose, o cuando menos, con un desfase temporal. El conflicto de opiniones y de puntos de vista es también una realidad eclesial. El pasado, con sus viejos modelos de pensamiento y sus costumbres, no se cambia de la noche a la mañana. En este sentido, en la pastoral hay que mejorar algunos aspectos que han sido descuidados, porque son irrenunciables. Pero los cambios de los tiempos nos obligan también a hacer algo nuevo, aunque con esto se pierda algo a lo que estábamos acostumbrados, por ejemplo, la distribución de las fuerzas pastorales en el territorio.

Pastoral renovada

Por tanto, ¿cuáles han de ser las líneas-guía y los ámbitos de una pastoral renovada y atenta?

Joachim-Wanke-2Quisiera individualizar los ámbitos del compromiso pastoral que se nos plantean en el Este de manera más fuerte, después de la apertura de los años 89-90. Hay que llevar adelante la confrontación y el mutuo entendimiento en la diócesis sobre la base de la “comunidad de fe”, de sus contenidos centrales, de su lenguaje, y sobre la valoración de las actividades eclesiales a nivel diocesano y parroquial. Estrictamente unido a esto, es necesario estar alerta para captar los elementos de contacto y las “puntas de lanza” para el Evangelio en la vida cotidiana, caracterizada por el pluralismo, la movilidad y la inseguridad económica. Por ejemplo, una punta de lanza es la nostalgia de las personas por una “vida marcada por las buenas relaciones”, que es bien sabido que no pueden ser compradas, sino sólo recibidas como un don. Teniendo presente el significado particu­lar que adquieren el Evangelio y la percepción completamente realista de la disminución de los recursos financieros o personales, se debe trabajar aún más para adaptar las estructuras de la vida parroquial en la diócesis. La espiritualidad de las comunidades parroquiales y de las otras células de la vida cristiana aparece siempre más como el elemento propulsor de su vida, marcada por un número cada vez más reducido de sacerdotes y de seglares comprometidos a tiempo completo en la pastoral. Esto contribuirá a desarrollar una nueva conciencia del voluntariado eclesial; baste tener en cuenta la actividad que rea­lizan los 300 voluntarios empleados en la diaconía y en la liturgia en el ámbito diocesano, así como los papeles de responsabilidad que desempeñan los seglares en las actividades asociativas y en los movimientos.

La disponibilidad para la cooperación del personal pastoral a tiempo completo, de los sacerdotes, de los diáconos, de los referentes parroquiales, se convierte más claramente que antes en una parte integrante de su perfil profesional. Se ejerce de una manera más intensa y eficaz una pastoral espiritual que debe ir más allá de los límites de las comunidades locales. La “puesta en red”, como se dice, entre las comunidades, las asociaciones, las comunidades espirituales, será siempre más significativa. Hay que hacerlo de tal modo que los lugares y acontecimientos de especial relieve, “faros” de la vida cristiano-católica que irradian luz sobre la sociedad, sean ofrecidos como posibilidad de participación también a los bautizados.

Se debe llegar a un nuevo modo de unir la liturgia, la cura espiritual del alma y del cuerpo, el anuncio y la diaconía, con una pastoral atenta a la parte espiritual y material. Es necesario prestar una continua atención y cuidado a los recursos espirituales de los que se nutre la vida de los individuos católicos y de cada comunidad. Hay que dar forma a una espiritualidad adaptada a nuestro tiempo, capaz de oponerse a la difusa remoción de la presencia de Dios en la vida cotidiana. Yo veo aquí un campo fecundo para las relaciones ecuménicas y la colaboración espiritual. Personas que enraí­zan su vida en el misterio de Dios suscitan interés en los no cristianos de nuestro tiempo. Puesto que esto es así, miro con confianza el futuro de la Iglesia en nuestra región.

Al día siguiente de nuestra conversación, el diario Thüringer Allgemeine refiere, en primera página, que la Diócesis de Erfurt va a reducir el número de sus parroquias en el plazo de diez años. Pasarán de las actuales 72 a 32. De los 170 sacerdotes actuales, 52 están ya jubilados. La diócesis será reestructurada ante la falta de sacerdotes y de vocaciones.

A la pregunta de si a los viri probati (hombres en edad madura y de comprobada virtud) se les podrá conferir el sacerdocio, el valiente obispo había respondido de forma evasiva. Pero ahora que Roma ha abierto las puertas a los anglicanos, la cuestión podría volver a plantearse.

En el nº 2.687 de Vida Nueva.

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