Un Cervantes para México

El poeta José Emilio Pacheco obtiene el máximo reconocimiento de las letras en español

José-Emilio-Pacheco(Juan Carlos Rodríguez) Zurimbo, turulato, patidifuso. Tres arcaísmos para definir un estado de irrealidad. Ése en el que José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) dice sentirse tras obtener el Premio Cervantes. “Me siento muy bien, muy agradecido, pero también sumamente desconcertado. Supongo que un premio es como un golpe: que no duele en el momento”, explicó en la Feria del Libro de Guadalajara, adonde siempre acude, año tras año, a ejercer su arte preferido: la provocación. El rumor lo nombraba casi seguro ganador, aprovechando que andaba por Madrid de feliz cumpleaños. 70. Y no paran de lloverle regalos: hace una semana recogió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Un Cervantes que lleva a gala haber concedido dos entrevistas en su vida, por error y como pecados juveniles. Las dos, anteriores a 1968. Ha escrito, y mucho; toda su poesía se ha reunido en Contraelegía (Universidad de Salamanca-Patrimonio Nacional). Pacheco, si responde, es con verso. Guadalupe Elizalde ha recopilado entre sus poemas respuestas a preguntas necesarias: ¿Por qué escribe, maestro? “Para empezar a no responderle,/ no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,/ dejo a otros el comentario, no me preocupa/ (si alguno tengo) mi lugar en la historia./ (Tarde o temprano a todos nos espera el naufragio)./ Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema./ Poesía no es signos negros en la página blanca./ Llamo poesía a ese lugar del encuentro/ con la experiencia ajena”. ¿Y cómo define su poesía? “No leemos a otros: nos leemos en ellos./ Me parece un milagro/ que algún desconocido pueda verse en mi espejo./ Si hay un mérito en esto -dijo Pessoa-/ corresponde a los versos, no al autor de los versos./ Si de casualidad es un gran poeta/ dejará cuatro o cinco poemas válidos,/ rodeados de fracasos y borradores./ Sus opiniones personales/ son de verdad muy poco interesantes”.

Si el autor no se deja, habrá que recurrir al jurado que le ha premiado. Su presidente, el académico José Antonio Pascual, dijo: “José Emilio Pacheco es un poeta excepcional de la vida cotidiana”. Pero Pacheco es aún bastante más que un epitafio, es un humanista en caída libre, culto, erudito, poeta que abarca todos los géneros literarios, lector incontenible, conversador luminoso. Suya es una vastísima obra que cubre prácticamente todas las formas de la actividad literaria: poesía, cuento, novela, teatro, crítica, ensayo, crónica, periodismo cultural, traducción o, como él prefiere decir, interpretación o aproximación. Versiones libres de poemas en otras lenguas. Aunque la última no es exactamente una traducción, sino una revisión a partir de la Biblia de Casiodoro de la Reina y Cipriano de Valera: un Cantar de los Cantares (Visor) para el que ha encontrado no sólo el estímulo en la tradición; es decir, en el Cantar de los Cantares de Salomón, de Quevedo; la versión clásica de fray Luis de León, las Canciones entre el alma y el esposo, de san Juan de la Cruz, sino la fugacidad, lo efímero de la vida –el gran tema literario de Pacheco– transformado en tema fundamental del Eclesiastés. Transformado en prosa poética suena como si se hubiera escrito hoy mismo.

Lenguaje poderoso

José-Emilio-Pacheco-2“Estamos ante un hombre que les habla a los hombres en un lenguaje carente de artificios o de excesiva filigrana y verdaderamente empleado por ellos, comunicándoles un propósito que espontáneamente rebosa sentimientos poderosos”, escribió Pura López Colomé en la revista Letras Libres. De Pacheco dice Carlos Fuentes, también mexicano y premio Cervantes, que es “el más grande poeta vivo” que hay en México, incluso va más allá; quizás mucho más allá: “Es una gran noticia, la celebro enormemente. Pacheco es uno de los grandes poetas de la lengua castellana en todos los tiempos, una obra impresionante”.

Cierto es que la obra de José Emilio Pacheco está marcada por su preocupación ética y reflexiva sin perder nunca de vista la realidad cotidiana. Él es, en el fondo, literatura del instante. Escribe lo que ve, ve lo que está alrededor. Y es punzante o pesimista, un pesimista con mucho vigor, menos enamorado, pero cercano a Benedetti, muy cercano. “La poesía de José Emilio –escribió el propio Benedetti– arropa la vida con el aliento de un héroe filosófico. Héroe, por supuesto, a pesar de sí mismo. Su poesía es coloquial, quién puede dudarlo, pero lo cierto es que dialoga con la porción más veraz, más cuestionadora y, por fortuna, más humana de nosotros mismos”. Benedetti, el presunto maestro, no estuvo en la antología Las ínsulas extrañas, canon de José Ángel Valente; Pacheco, sí. “Tiene una gran capacidad de conmoverse ante la tragedia ajena, una gran sensibilidad ante lo que ocurre a la comunidad que lo rodea, para luego darle un sentido poético a esa realidad. Su poesía es de enorme exactitud, de enorme cultura, de enorme atención a los fenómenos inmediatos, donde configura una visión del mundo escéptica y a la vez afectiva. Ejemplo de eso es su poema sobre la patria, Alta traición”, subraya Sergio González Rodríguez, crítico del diario Reforma, de Ciudad de México. Y ese poema, que es todo un símbolo entre los jóvenes de su país, dice así: “No amo mi patria / Su fulgor abstracto / es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos / cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas”. A Pacheco le duele México, pero le duele lo que ve a su alrededor. El novelista Ignacio Solares decía de la poesía de Pacheco que “contiene lo mejor del hombre y es una garantía contra la muerte, contra el desastre”.

Tajante y vital como poeta, como prosista Pacheco es más onírico, más lírico si cabe. Sus novelas incluyen títulos como Morirás lejos, Los elementos de la noche y Trabajos en el mar, pero, sobre todo, El principio del placer y Las batallas del desierto, aunque él afirme que “me falta oficio y habilidad literaria”. Pacheco, en el fondo, no se sabe muy bien qué es, porque aparenta serlo todo, a juicio de Juan Villoro: “Pacheco es uno de los escritores más populares y queridos de México y un autor de culto que se lee con devoción en los más exigentes cenáculos”. A Villoro le gusta un verso escrito a un gato: “Ven, acércate más./ Eres mi oportunidad de acariciar al tigre”. Lo cual, le da pie al argentino-mexicano para proclamar: “La poesía de Pacheco es a un tiempo próxima y esquiva, doméstica y selvática, elegante y fiera, entrañable y desafiante: la oportunidad de acariciar a un tigre”. Lo que acaricia Pacheco, usualmente, es el idioma; corrige y borra continuamente, incluso lo ya publicado: “Muchos juzgan excesivo este rigor…/ Pero todo escritor debe honrar/ el idioma que le fue dado en préstamo, no permitir/ su corrupción ni su parálisis, ya que con él/ se pudriría también el pensamiento”, responde en verso, por supuesto, según Elizalde. Pacheco es ya, junto a Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol el cuarto autor mexicano que ha recibido el Cervantes. No es, según él, ningún mérito: “Los autores consagrados pasan a ser enseguida olvidados. En México, sobre todo”, dijo en Madrid al recoger el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Al menos, ahora, en España, algunos le leerán.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.686 de Vida Nueva.

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