Un siete de gala para la integración

Los claretianos de Vigo coordinan un equipo de fútbol para inmigrantes y españoles

Sen-Fronteiras(José Ramón Amor Pan– Fotos: Miguel Tombilla) Una cantera de futuras estrellas galácticas del orbe futbolístico mundial? Ciertamente, por la edad de los futbolistas y por el juego desplegado, aseguraría sin temor a equivocarme que no. Ahora bien, el Sen fronteiras (Sin fronteras) es, desde luego, algo más que una pandilla de amigos que se reúnen el fin de semana para hacer un poco de deporte y pasar un rato agradable practicando lo que más les gusta: el fútbol 7 [versión del fútbol habitual, en campo de césped o tierra, pero con siete jugadores]. En realidad es, como explica Miguel Tombilla, el joven claretiano encargado de coordinar esta iniciativa de la Parroquia Corazón de María, en Vigo (Pontevedra), “un instrumento de integración y de normalización social”. Miguel añora sus viejos tiempos de central rompedor, pero los años y, sobre todo, el tabaco, no le permiten llegar a la forma física imprescindible para correr con dignidad detrás del balón.

Sen-fronteiras-2En esta parroquia de los misioneros claretianos, llevaban varios años trabajando con población inmigrante –subsaharianos, sobre todo–, básicamente impartiendo clases de español y prestando un servicio de asesoría legal. Hace cuatro años, vieron que esta gente tenía una gran carencia en lo que respecta al ocio y tiempo libre: ahí es cuando surge la posibilidad de organizar un equipo de fútbol 7 que estuviese integrado por españoles e inmigrantes a partes iguales y participar en la liga Vigo en Xogo (Vigo en Juego), que patrocina la Fundación Mayeusis. La idea era ofrecer a los chicos una plataforma para el encuentro, la convivencia y el diálogo, de tal manera que tuviesen al menos una actividad de tiempo libre estructurada y que esto les posibilitase nuevos encuentros y desarrollos personales.

‘Jugando’ a sobrevivir

Las historias personales de cada uno de los inmigrantes miembros del equipo son, a un tiempo, impactantes y entrañables. Como la de Mussa, un joven senegalés de 28 años que, como lateral, apoya en labores atacantes a los delanteros del equipo. Es rápido y desconcierta a los defensas contrarios por su gran zancada y olfato goleador. Su altura lo convierte en un buen rematador de cabeza. Lleva desde el principio en el equipo. Fuera del terreno de juego, trabaja en el puerto limpiando pez espada. No tiene papeles; es más, sobre su cabeza pende una orden de expulsión: la policía le detuvo en el albergue que regentan unas religiosas mientras comía tranquilamente. Al preguntarle si ha encontrado en España lo que venía buscando, responde sin ambages con un rotundo sí: “Aquí tengo trabajo; allá no lo tenía”.

Sen-fronteiras-3Siby es uno de los arietes del Sen fronteiras. Su juego es fino y conciso. Provoca a los contrarios por su velocidad y movimientos de cadera. Siempre está animado y con ganas de animar a sus compañeros. Vino de Angola con su mujer y su hijo, huyendo de la guerra. Podría decirse que él ha podido rehacer su vida. Tiene los papeles en regla y trabaja como ayudante en una farmacia. Dice que tiene unos jefes que valen su peso en oro y que le han ayudado mucho en su proceso de integración.

El benjamín del grupo es Mussim, un marroquí risueño y muy espabilado que sabe lo que es cruzar el Estrecho en patera. ¿Por qué Vigo como destino final del viaje? La respuesta no se hace esperar: “Mi hermano lleva años viviendo aquí, con los papeles en regla. Yo vivo con él”. Mussim tiene un sueño: “Tener papeles, conseguir un buen trabajo, poder tener mi propia casa, casarme y formar una familia”. De los solteros del grupo, es el que más amigas tiene, probablemente por esa sonrisa franca que le acompaña permanentemente.

Sen-fronteiras-4Omar, también de Marruecos, es el veterano del equipo, a sus 38 años, de los cuales los seis últimos los ha pasado en España. Es oficial de la construcción y se considera profundamente afortunado porque, con la que está cayendo en el sector, él está trabajando. Le gustaría poder regresar a su país y reflotar la empresa de construcción que tenía allá. Fue Mussim quien le introdujo en el equipo. Hace un par de años, Omar consiguió traer a su esposa y a sus dos hijos, un niño y una niña; el pequeño Medhi habla un castellano perfecto, “aparte del árabe y del gallego. Está perfectamente integrado aquí”.

Puede que el ghanés Joseph sea el más serio de todos ellos. Sin duda, tiene mucho que ver en ello el hecho de que lleva seis meses sin trabajar, sin prestación por desempleo ni subsidio de ningún tipo. “¿Puedes conseguirme trabajo en tu ciudad?”, me suelta a bocajarro, con toda naturalidad y con una mirada profunda, triste y llena de esperanza a un tiempo. Y el corazón se encoge, y en mi interior maldigo esta crisis económica que, como todas, se ceba en los más débiles y vulnerables. Pero el reportaje debe continuar, y por esa razón me atrevo a formularle a Joseph otra pregunta: ¿Qué te aporta el Sen fronteiras? “Me gusta el fútbol; ellos son mis amigos”. Lo podría decir más alto, pero no más claro, sobre todo por el tono con el que pronuncia esa última frase: “Ellos son mis amigos”. Debe de ser muy duro llegar a una tierra tan extraña a la de uno mismo, solo, sin conocer el idioma, sin papeles… No me extraña, entonces, que la palabra “amigo” recupere en este contexto todo su significado, valor y profundidad.

“Papeles”

Sen-fronteiras-5Abdul también es de Ghana. Tiene 30 años. Lleva casi dos en Vigo. No tiene papeles. Ha estado en la descarga en el puerto, pero ahora no tiene trabajo. Vive con su hermano, que llegó a tierras gallegas hace más de cinco años y que, afortunadamente, sí tiene los papeles en regla y trabaja. Es curioso: nunca me habían mencionado tantas veces y en tan poco tiempo la palabra “papeles”, con un tono –además– que podríamos calificar casi como numinoso. Es bien cierto eso de que nunca se aprecia en todo su valor aquello a lo que se está acostumbrado. Cuando le pregunto a Abdul si tiene pensado regresar a su país, contesta: “Sí, de vacaciones”. Allí tiene a su mujer y a sus tres hijos (de nueve, cinco y dos años). Y se apresura a sacar el móvil y enseñarme fotografías. Sueña con poder traerlos pronto. Pero, claro, para eso hacen falta papeles y trabajo…

Por allí andaba también Urbano, un brasileño, hijo de gallego, que lleva en Vigo desde el año 2006. Está casado, con dos hijos. Él no tiene problemas con los papeles, y tampoco con el tema laboral (actualmente está en una empresa de automoción). Asegura que la integración ha sido muy buena, muy agradable.

A todos ellos se suman los compañeros españoles: Carlos, Xian, Pedro, Fernando y Santi. Todos coinciden en señalar lo positivo de la experiencia. Aparte de participar en esta actividad, los cinco colaboran también en alguna otra iniciativa parroquial (catequesis, grupos de padres o la ONG Proclade).

Sen-fronteiras-6Miguel Tombilla no se quiere marchar sin subrayar las dos cosas que a él le parecen fundamentales en el tema de la inmigración y, en consecuencia, en la importancia del Sen fronteiras. La primera se refiere a que la convivencia intercultural e interreligiosa es posible: lo evidencia el hecho de que en el equipo hay musulmanes, católicos y un evangélico. La segunda tiene que ver con las injusticias que, en no pocas ocasiones, se cometen contra los inmigrantes; el religioso lo tiene claro: hay que denunciarlas con vigor profético.

Esta tarde de fútbol (en la que, por cierto, el Sen fronteiras ha perdido su partido) ha ido mucho más allá de los estrechos límites de un campo de fútbol 7. El corazón y los recuerdos han viajado de Vigo a Senegal, Angola, Marruecos, Ghana y Brasil.

Es inevitable: uno repiensa y reflexiona sobre eso de la globalización, la solidaridad, la acogida al distinto y distante. Lo que no parecía sino una iniciativa pastoral extraña, ha resultado ser una acción evangélica de hondo calado que los claretianos realizan en el corazón de Vigo, cuyo puerto ha visto tantas tristezas y lágrimas, cuando miles de gallegos abordaban los barcos que habían de llevarles a tierras extrañas en busca del futuro para ellos y sus familias que su país les negaba.

En el nº 2.685 de Vida Nueva.

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