Antonio Muñoz Molina: “Ya está bien de juzgar la Guerra Civil con absolutos”

El escritor y académico publica ‘La noche de los tiempos’

Muñoz-Molina(Juan Carlos Rodríguez) En cierto modo, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) ha escrito el libro que siempre quiso escribir. Desde El Jinete Polaco a Sefarad están en La noche de los tiempos (Seix Barral). Una novela que comprende, resume y rebasa la trayectoria literaria de un autor que ha erigido una obra soberbia, sin medias tintas, en la que se defiende que España en 1936 fue más que un combate de rojos y fascistas; era una España de matices, que se llevó por delante a muchos españoles que imaginaban sin rencor y sin sangre otra España posible.

Esta es una novela a la que le ha conducido su “voluntad de saber”. ¿Qué ha aprendido sobre aquella España?

Lo principal que he aprendido es la complejidad de las decisiones de cada persona y la imposibilidad de recrearlas. He aprendido a ver una gran cantidad de personas, perfectamente honorables y bienintencionadas, que, de pronto, se vieron arrastradas en un torbellino en el cual sólo puede ganar el más siniestro, el más violento, el más cruel. Y he aprendido cómo el tejido de la realidad es muy poderoso y, al mismo tiempo, muy frágil. Leer los periódicos de 1936 te demuestra que aquella era una sociedad normal, en la que la vida cotidiana no estaba marcada por el conflicto. Y, de repente, eso se rompe. Y arrastra a todos.

¿Por qué seguimos hablando de la guerra como un enfrentamiento interminable?

A Anthony Beevor le oí decir que los españoles, para traer la democracia, tuvimos que hacer un pacto de olvido y que ahora tenemos que hacer un pacto de recuerdo. Y me pareció muy acertado. Estoy de acuerdo. Voy a poner un ejemplo. Como demócrata, como ciudadano, yo tengo que lamentar por igual el asesinato de Federico García Lorca que el de Pedro Muñoz Seca. Uno era un escritor universal y el otro era de segunda fila, un cómico, pero fue tan injustamente asesinado en Madrid, en Paracuellos del Jarama, como Lorca lo fue en Granada. Y los demócratas tenemos que tener el mismo valor cívico a la hora de denunciar uno y otro. Ésa es la solución. Ha pasado mucho tiempo, ya podríamos permitírnoslo.

En cierto modo, usted quiere trascender esas dos Españas…

Una novela es, sobre todo, una historia de personas. Personas que, como cualquiera de nosotros, viven divididas por circunstancias muy diversas. Y en circunstancias muy violentas responden, en unos casos, huyendo, y en otros, corrompiéndose. En todo caso, lo que yo quería simplemente era contar vidas de personas cuyo destino no tendría que haber sido el que fue. El hecho de hablar de una Tercera España presupone que había otras dos. Lo cual es una invención, una simplificación ideológica. Pero había muchos más matices a la derecha y a la izquierda. La inmensa mayoría de la gente no tenía el encanallamiento suficiente para disparar o para no querer que hubiera un compromiso de concordia. La inmensa mayoría de la gente no era así. Ahí se juntan muchas circunstancias distintas. Y lo peor que se puede hacer es convertir esto en categorías metafísicas: que España por su propia naturaleza está dividida entre blancos y negros, entre rojos y azules, entre buenos y malos. Esto es una simplificación injusta.

Usted, la voz narradora, adopta el papel de esos “españoles honorables” que se vieron arrastrados por la vorágine…

A mí lo que me interesaba era contar una historia lo más cercana posible a la verdad, que tratase de cómo las vidas de las personas suceden y son alteradas o destruidas en medio de unas circunstancias catastróficas. A veces nos engañamos pensando que la gente del pasado era distinta a nosotros. Y no. Eran ­iguales: pensaban en su trabajo, en que su familia estuviera bien, en desayunar, en crecer socialmente. Lo que yo pretendía era ponerme en el lugar de aquella gente que se vio arrastrada por las circunstancias, aún antes de la guerra, en donde te podían perfectamente matar. Retratar esa quiebra de la normalidad. Y cómo dentro de ella uno sigue teniendo sus pasiones y sus preocupaciones. Si puede encontrar a su amante, si su hijo está enfermo, dónde estará su familia. Parece que todo era guerra. Y no.

Y para eso se inventa un protagonista que representa ese sueño interrumpido, ¿no?

Muñoz-Molina-2Ignacio Abel está desgarrado y dividido entre muchas cosas, entre su vida familiar y su pasión erótica, entre su origen de familia pobre que llega a alcanzar una posición social elevada en una época de divisiones sociales muy grandes. Hay un momento de la novela en el que alguien le dice que no entiende la lucha de clases porque lleva zapatos y no alpargatas, porque cuando llueve no se moja. Es un hombre progresista y libertario, que no se ha dejado seducir por los fanatismos y, por otra parte, elige actuar con convicción y honestidad. Él se va, porque ve que lo pueden matar en cualquier momento.

Comprensión

Como se fueron muchos…

Por supuesto. Juan Ramón, se fue Machado… a quien confundieron con un cura, y eso significaba que te podían matar. Una ciudad en la que te pueden matar si te relacionan con un cura no es la mejor ciudad para vivir. Se ha creado una capa de mitología que ya va siendo hora de aclarar. Hay que estudiar cómo actúa cada persona… por qué, cuáles eran sus circunstancias. No debemos confundirlo todo con categorías absolutas. Debemos ser comprensivos, preguntarnos qué habríamos hecho nosotros. Hubo personas que se dejaron arrastrar por el fanatismo y otros que no.

Aún no hemos recuperado los matices… en la Iglesia, por ejemplo.

Con la Iglesia ha ocurrido igual. Es increíble que 30 años después los matices haya que rescatarlos, que no se haya hecho ya. Es innegable que la jerarquía de la Iglesia católica y los terratenientes estuvieron donde estuvieron, pero la gente normal, del pueblo, tenía creencias y luego pensaba como pensaba. Había falangistas católicos, pero también había republicanos católicos que padecieron mucho. Julián Marías, Zenobia Camprubí; el propio presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, iba a misa todos los domingos a San Fermín de los Navarros. Había mucha gente católica y republicana. Parece que en España tenemos que movernos por absolutos, y no es así. Si te defines progresista, parece que eres anticatólico. Y no. Yo, personalmente, no tengo creencias religiosas, pero no pienso que haya que tener desprecio ante la fe, ni prejuzgarla. Eso quizás lo he aprendido en Estados Unidos. Es importante respetar y distinguir. Lo mismo ahora que con lo sucedido en la Guerra Civil, que había que distinguir entre la posición de unos y de otros republicanos cerriles e insensatos.

Por ejemplo, Bergamín y Alberti, que no salen muy bien parados en la novela…

Yo no hago juicios en la novela, sino que cuento lo que realmente ocurrió. Me gustaría que la gente hiciera un esfuerzo por saber, por ir realmente al fondo de las cosas. Las novelas no se escriben para atacar a nadie, sino para intentar contar la vida como es. Y si hay personas que no quieren ver cierta parte de la realidad, allá ellos. Siendo novelista, lo que no voy a hacer es contribuir a una leyenda consoladora para el narcisismo de la gente. Si quiere imaginarse una amnesia adolescente que se identifica con héroes sin tacha y de otra época, ya digo, allá ellos. Igual que escribir en un periódico es intentar contar las cosas como son, es importante que los novelistas seamos capaces de mirar con los ojos abiertos, como hicieron entonces Barea, Negrín, Zugazagoita, Chaves Nogales y Marías, que vieron lo que vieron y lo contaron como lo contaron. Nosotros, tantos años después, no vamos a escandalizarnos. Hay que leer las sesiones de las Cortes de 1936 y leer los archivos de la Dirección General de Seguridad para saber realmente lo que pasó. No se trata de lo que yo opine.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.685 de Vida Nueva.

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