Julia Aguiar: “Este Doctorado es un servicio a los pobres”

Misionera franciscana y Doctora Honoris Causa por la Universidad de Nápoles

Julia-Aguiar(Victoria Lara) El pasado 6 de octubre, día en el que las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor celebraban la fiesta de su fundadora, Mª Ana Mogas, la Congregación tenía un motivo más  de alegría: la hermana Julia Aguiar, misionera en Benín desde hace 33 años, era investida Doctora honoris causa en Medicina y Cirugía por la Universidad Federico II de Nápoles (Italia). Las razones de la concesión de este Doctorado las encontramos en la labor que esta religiosa gallega (Villar de Barrio, Ourense) realiza al frente del Centro Sanitario y Nutricional Gbemontin, en la localidad de Zagnanado, donde la mayoría de los pacientes no tienen medios económicos.

Una labor que ha convertido a este centro en un referente a nivel nacional e internacional en el conocimiento y tratamiento de la Úlcera de Buruli, una enfermedad de la piel provocada por un microorganismo de la familia de los que causan la tuberculosis y la lepra, y que afecta, sobre todo, a niños y adolescentes.

Con sus estudios de enfermería, Julia Aguiar tuvo que aprender, casi a marchas forzadas, a operar a los afectados por esta úlcera: “Cuando uno se halla solo, a 150 kilómetros de un hospital, y ante un enfermo que se muere y que espera que le salven, encuentra en el fondo de sí mismo capacidades, fuerzas, que, incluso, no sospechaba”, reconoce humildemente esta misionera, quien asegura que aprendió gracias al estudio de los libros, a las enseñanzas de veteranos médicos, y a Dios, “que me ha concedido el don de guardar rápidamente los gestos técnicos que me habían enseñado”. Pero el que ella identifica como verdadero “motor” de sus acciones es “el deseo constante, hasta la preocupación en exceso, de estar aprendiendo siempre más, para poder ayudar a todos los pobres que no pueden ir a curarse a otros hospitales, por falta de medios económicos”.

Esa preocupación por no dejar desatendidos a sus pacientes estuvo a punto de hacerle rechazar este reconocimiento académico, que finalmente aceptó convencida de que “recibir el Doctorado o curar una herida nauseabunda, es el mismo servicio hacia el pobre”. A ellos dedicó también sus pensamientos mientras, emocionada y sorprendida, se encontraba en el Aula Magna de la universidad napolitana: “Estaba muy feliz de la felicidad de los demás”, confiesa.

Escasos medios

El Centro Gbemontin (cuyo significado es “lugar donde se encuentra la vida”) atiende diariamente otras enfermedades, como la tuberculosis, la lepra y el sida; pero, además, posee servicios de recuperación nutricional, de fisioterapia y cuenta con una escuela para los niños hospitalizados, todo ello “con un equipamiento mínimo, siempre atentos a no desperdiciar nada y a reciclar todo lo que no sea peligroso para los enfermos”. A veces, las circunstancias exigen un esfuerzo enorme de todo el personal sanitario: “El día de las operaciones, de 40 a 50 enfermos son anestesiados y operados entre las ocho y las veinte horas”.

Los usuarios del Centro no son vistos por Julia Aguiar como simples “enfermos”, pues llegan con problemas familiares y económicos, además del miedo motivado por creencias ancestrales. “Noso-
tros intentamos con nuestra actividad, a la vez eficaz y amorosa, testimoniar nuestra convicción de que el mal es vencido fundamentalmente, que el amor infinito de Dios es mucho más fuerte que la acción real o supuesta del ‘maligno’”.

En sus palabras se adivina un inmenso amor hacia el continente africano y su gente. Por eso, cuando se le pregunta por el último Sínodo de los Obispos celebrado recientemente en Roma, responde: “Ha sido un evento importante para la Iglesia de África, pero queda que repercuta todo eso hasta el fondo del último rincón del campo, hasta el fondo de los corazones, y eso, no es poca cosa”.

En esencia

Una película: Molokai: La historia del Padre Damián, dirigida por Paul Cox.

Un libro: Sabiduría de un pobre y Le Royaume caché, de Éloi Leclerc.

Una canción: Libres como Francisco.

Un deporte: caminar.

Un rincón del mundo: el Huerto de los Olivos, en Jerusalén.

Un deseo frustrado: que hubiera más jóvenes apasionados por servir a los pobres y a los enfermos.

Un recuerdo de la infancia: la emoción vivida al contacto con la naturaleza en Galicia.

Una aspiración: asegurar un relevo en el servicio a los pobres.

Una persona: Francisco de Asís.

La última alegría:
el viaje a Tierra Santa y la actitud responsable del equipo sanitario durante mi ausencia.

La mayor tristeza: la dificultad de hacerme comprender y no haber podido ser, en un momento dado, un instrumento de paz y de reconciliación.

Un sueño: ver el relevo asegurado al servicio de los enfermos más pobres.

Un valor: el amor y la confianza.

Que me recuerden por: haber sido una verdadera servidora de los pobres y de los que sufren y haber buscado entusiasmar a los otros.

En el nº 2.684 de Vida Nueva.

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