Ante el chantaje de las maras: es posible la paz

La Comunidad de San Egidio lleva 30 años en los barrios marginales de El Salvador

Mara(Miguel Ángel Malavia) Si por algo es reconocida la Comunidad de San Egidio es por significarse, desde su carácter de movimiento católico, como uno de los colectivos que, a nivel mundial, apuestan más decididamente por valores como la solidaridad, el diálogo y la búsqueda de la paz. Para ello, sus miembros no dudan en adentrarse en el núcleo de los conflictos. Su mediación en guerras y ante contextos que podían poner fin al terrorismo, en distintos rincones de todo el mundo, así lo atestigua. Su vocación, por tanto, es la de ser precursores de la acción positiva, en nombre de Dios. Así lo ha sido desde su fundación, en 1968, hasta la actualidad, instalados ya en 70 países.

Mara-2Un claro ejemplo se da en El Salvador, siendo la de este pequeño país centroamericano la primera comunidad de San Egidio que se creó fuera de Europa. Corrían los años 80, en un contexto local marcado por una desgarradora guerra civil (1980-1992) que se llevó por delante la vida de unas 75.000 personas, dejando un rastro igualmente lúgubre y desconocido: el de los desaparecidos. Por aquel entonces, la Iglesia ya sabía lo que podía conllevar implicarse “demasiado” en la denuncia de la violencia que estaba comenzando a asolar el país. El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Eucaristía, el arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, fue asesinado a tiros por uno de los “escuadrones de la muerte”, en sospechada connivencia con las fuerzas gubernamentales. Era el preludio martirial del asesinato de los seis jesuitas de la UCA, casi una década después.

Sin resquicios para el miedo, los voluntarios de San Egidio se instalaron desde el inicio del conflicto en las zonas más pobres y marginales de San Salvador, la capital. Allí, con las principales víctimas de la guerra, los niños, crearon las llamadas ‘Escuelas de Paz’. ¿Qué era lo que les ofrecían? Más que una ayuda material o física –los responsables, gratuitamente, les ayudaban en sus tareas escolares–, suponían espacios de compañía y cariño. En vez de estar rodeados de armas, los chicos tenían una alternativa real de acogida y esperanza.

Ese ingente esfuerzo tuvo su recompensa: fueron muchos los que escaparon de las fauces de la guerra, viviendo aquellos años en un entorno de paz. Y también tuvo su continuidad. Hoy, las ‘Escuelas de Paz’ se mantienen como el primer día, atendiendo a numerosos jóvenes y adolescentes. Eso sí, su carácter, que no su fin, es, en parte, distinto: ya no acompañan a víctimas de una guerra con bandos y ejércitos; ahora están con los chavales que corren el peligro de caer en las maras.

Mara-3Las maras son pandillas juveniles que, diversas y muy numerosas, se dedican a enfrentarse entre sí y a amenazar al resto de la sociedad. Su origen se remonta a los años en que miles de centroamericanos emigraron a los Estados Unidos en busca de una oportunidad: el rechazo y la frustración que muchos sintieron al verse desplazados del sistema de vida imperante allí, devino en la reacción de la violencia sin razón. Entonces, recluidos en el extrarradio pobre de las grandilocuentes ciudades, comenzaron a luchar por el que consideraban “su” territorio: el barrio, la ciudad. Presentes en países de todo el mundo, hoy las maras también mantienen el mismo esquema de violencia en la tierra que marca sus raíces: Centroamérica. Hasta el punto de que se calcula que alrededor de 100.000 personas en el corazón del continente pertenecen a alguna de las maras. Junto a Guatemala, El Salvador es uno de los países que más sufren su acción: el 60% de los asesinatos que allí tienen lugar son obra de estas bandas.

Jaime Aguilar, responsable de San Egidio en El Salvador, y una de las personas más implicadas en las ‘Escuelas de Paz’, explica a Vida Nueva qué implica pertenecer a una mara: “Tienen códigos y leyes internas muy definidas. La iniciación consiste en una prueba de valentía y brutalidad que a veces consiste en asesinar a un miembro de la banda rival; no es posible el abandono de la mara, que se castiga con la muerte del desertor; los tatuajes con los que llenan su cuerpo crean una pertenencia que debe ser para siempre; su muy particular jerga anglo-hispana también resulta bastante típica”.

Como se aprecia por su testimonio, las maras hacen muy difícil vivir sin miedo: “Asedian barrios enteros. Nadie escapa a sus provocaciones y a sus extorsiones, que afectan a humildes comerciantes, a pequeñas y grandes empresas e incluso a las escuelas públicas: las amenazas llegan tanto a los profesores como a los niños. Muchos habitantes de estos barrios abandonan sus casas para escapar y proteger a sus familias de este mal. La violencia en El Salvador tiene un fatal récord de 12 ó 13 muertos al día, y sólo en la primera semana de octubre de 2009, las muertes violentas en El Salvador eran ya 98”.

El testimonio de William

Mara-4Desgraciadamente, tal y como ocurrió en anteriores ocasiones en el seno de la Iglesia salvadoreña, ese involucrarse “demasiado” en la ayuda a los demás puede traer la consecuencia de la muerte. Fue el caso de William Quijano. Miembro de la Comunidad de San Egidio, a sus 21 años llevaba cinco colaborando en la ‘Escuela de Paz’ de Apopa, la ciudad donde vivía, en el extrarradio más marginal de San Salvador. El pasado 28 de septiembre, mientras regresaba a casa acompañado de su madre, fue asesinado a tiros por miembros de una mara.

Él apostaba por ayudar a los chicos más pobres, pues sabía que es entre la miseria donde se nutren los líderes de las bandas, con su oferta engañosa de seguridad y poder. Los acompañaba en su trabajo, en sus estudios… en su soledad, en su indefensión; en definitiva, buscaba enseñar la paz.  Pagó cara su “osadía” con la “venganza” de los violentos. Todo porque quería evitar que otros se sumaran al carro de la violencia, que siempre engrendra más violencia. “La vida de cristianos como William es una esperanza para un mundo en el que muchos jóvenes pierden la esperanza de poder resurgir, de poder vivir felices, de poderse labrar un futuro como todos. Su vida es un testimonio de que se puede hacer el bien incluso en medio de una violencia ciega, que mata sin sentido, sin compasión”, afirma Jaime Aguilar.

Mara-5Pese a la tristeza, el director de la Comunidad en El Salvador considera que este cruel asesinato puede ser un evidente punto de esperanza, pues todos los chicos a los que él ayudaba, si antes podían albergar alguna duda sobre si alistarse en las bandas, en busca de un falso amparo, ya saben a ciencia cierta qué futuro les espera. Matar o huir para no ser asesinados: “Amar la vida, aferrarse a la amistad, permite que otros puedan continuar los pasos de esperanza. Tal vez los asesinos de William pensaban callar la simpatía, la alegría, el gusto por la vida; tal vez querían que dejara de haber esperanza y ganas de vivir en los jóvenes. Pero William deja una herencia de paz y amor. La del amor al pobre, al Evangelio y a la Comunidad de San Egidio”.

El camino está marcado. Los jóvenes y adolescentes de los barrios más pobres de El Salvador, aquéllos que más fácil tienen caer bajo la influencia de las maras, tienen una alternativa real que les habla de paz, cariño, acogida, tolerancia y respeto por la vida. No son palabras vacías. Ya son muchos los que han muerto en su país por demostrar que el compromiso con el sufriente es el camino para salir de la espiral de la violencia.

“La sangre de los mártires”

La conmoción por el asesinato del joven William Quijano llegó a los muchos rincones del mundo en los que se encuentra presente San Egidio. Aunque, como no podía ser de otro modo, las reacciones más emocionadas se dieron en El Salvador, de un modo especial en el seno de la Iglesia. Jesús Delgado, vicario general de la arquidiócesis de San Salvador, escribió unas cercanas palabras en el semanario diocesano ‘Orientación’: “La opción por los pobres era clara en la vida de William, y la vivía como laico y como cristiano. (…) Aparecida nos enseñó que esa opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres. (…) Esperamos ver el surgimiento en el alba de nuestro continente de una nueva pléyade de cristianos católicos capaz de renovar la faz de estas tierras bañadas con sangre de mártires”. Antonio Scopelliti, obispo de Ambatondrazaka (Madagascar), profundizó en el sentido de su entrega total: “Un mártir más, testigo del amor de Cristo por los más pobres y débiles. Ruego al Señor que bendiga a la Comunidad de San Egidio en San Salvador y la haga crecer siempre más, en número y santidad”.

En el nº 2.683 de Vida Nueva.

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