Francesc Torralba Roselló: “Lo importante es que los niños escuchen a Dios”

Catedrático de Filosofía y teólogo

Francesc-Torralba(Victoria Lara) “Papá… si los difuntos van al cielo, ¿por qué no los vemos? ¿Y qué hacía Dios antes de la creación?”. Preguntas como éstas suelen dejar a muchos padres y madres cristianos sin saber qué decir, porque “el niño no conoce aún el tabú ni es esclavo del lenguaje políticamente correcto. Pregunta y espera respuesta”. El que hace esta última afirmación sabe muy bien lo que es enfrentarse a este tipo de interrogantes, pues Francesc Torralba Roselló (Barcelona, 1967), además de catedrático de Filosofía en la Universidad Ramón Llull de Barcelona y doctor en Teología, es padre de cinco hijos. Aunque la mayor parte de su extensa bibliografía está integrada por libros de filosofía, una de sus últimas obras está dedicada a transmitir sus propias experiencias a muchos padres y educadores sin formación teológica que tienen problemas a la hora de hablar de Dios a los más pequeños: Ah si? Com parlar de Déu als infants (Claret, 2009).

El libro (actualmente disponible sólo en catalán) está escrito en forma de diálogo de una madre con su hijo, y en él encontramos respuestas a algunas de esas preguntas “impertinentes” que suelen hacer los niños. Torralba cuenta que “en una ocasión, mi hija me preguntó si Dios era un ojo que lo veía todo. Sin negar esta afirmación, creo que es más oportuno responder que es un oído enorme, capaz de escuchar a todos en cualquier momento”. El profesor explica por qué puede ser más adecuado ese símbolo para un niño: “El ojo es una imagen que suscita temor, es la expresión del Gran Hermano de Orwell que penetra en todas las habitaciones, mientras que el oído expresa mejor la infinita ternura de Dios, su capacidad de auscultar todos los padecimientos de la humanidad”.

El autor asegura que no existen trucos ni “fórmulas mágicas” a la hora de atraer la atención de los menores en torno a la figura del Padre: “La clave es suscitar la pregunta. Nada más. El fin no es hablarles de Dios, contarles cómo es, cuáles son sus atributos. Respecto a este punto, lo más sensato sería guardar silencio. Lo fundamental es que ellos escuchen a Dios, que sean capaces de dialogar con Él”. Pero, ¿cómo hacer que los niños sean capaces de escuchar a Dios? Para ello, según Francesc Torralba, “resulta clave una pedagogía del silencio, del rito y del símbolo”. En primer lugar, el silencio, porque “en las nuevas generaciones se detecta una intolerancia al silencio, una incapacidad para gozarlo y gozar de sus frutos. El encuentro con Dios exige un proceso de apertura al yo más íntimo y ello sólo es posible si les ayudamos a frecuentar el silencio”. El símbolo también resulta necesario, ya que “a través de él uno se adentra en un mundo intangible, en el enigma de Dios”. En cuanto al ritual, “es una secuencia de gestos y de palabras, rítmicamente encadenadas, que generan un estado de ánimo proclive al encuentro con el yo profundo y finalmente con ese Húesped interior, que es Dios”.

Secularización

Torralba observa enormes diferencias entre la idea de Dios que tienen los niños de hoy y los de su propia generación, o incluso algunas generaciones posteriores, seguramente como consecuencia, en parte, del proceso de secularización que ha vivido la sociedad: “La dispersión informativa ha aumentado sustantivamente, también la ignorancia de los textos religiosos. Ciertas ideas del imaginario cristiano han sucumbido, pero no han sido sustituidas por otras”.

¿Y los jóvenes? ¿Cómo habría que dirigirse a ellos para hablar de Dios? Para alguien que trabaja como profesor universitario resulta fácil deducir qué tipo de comunicación habría que utilizar con ellos: “Los universitarios están saturados de discursos conceptuales y vacíos. Por lo general, desconectan cuando se habla en tercera persona, pero cuando se habla de la propia experiencia, en primera persona, de lo que uno ha vivido y padecido, el silencio se puede cortar”.

En esencia

Una película: El hombre elefante, de David Lynch.

Un libro: Temor y temblor, de Kierkegaard.

Una canción: The sounds of silence, de Simon & Garfunkel.

Un deporte: maratón.

Un rincón del mundo: Morgovejo (León).

Un deseo frustrado: ¿sólo uno?

Un recuerdo de la infancia: los veranos en Sant Julià de Vilatorta.

Una aspiración: bajar mi marca del maratón.

Una persona: mi esposa.

La última alegría: un viaje a Italia.

La mayor tristeza: la crueldad.

Un sueño: la paz.

Un valor: el esfuerzo.

Que me recuerden por: mi disponibilidad.

En el nº 2.679 de Vida Nueva.

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