OBITUARIO: Severino-María Alonso, cmf: murió en pie de misión

Severino-Mª-Alonso(José Cristo Rey García Paredes, cmf- Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa) Nos ha dejado alguien cuya memoria no se borrará fácilmente. Seguirá hablando en sus libros, en sus casetes, sobre todo en miles de personas que lo han escuchado y cuyas palabras siguen resonando en el corazón. El P. Severino-María Alonso (76 años y 50 de presbítero) ha muerto. Era un maestro de teología, un evangelizador apasionado de la vida consagrada, un místico de nuestro tiempo.

Fue catedrático del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid (UPSA) y uno de sus pilares. Desplegó una actividad académica impresionante, avalada por una numerosa producción bibliográfica. Dirigió la publicación Vida Religiosa y colaboró constantemente en la revista.

Su visión teológica era consistente, lógica, clara, centrada en lo esencial: el misterio de la Trinidad, la centralidad de Jesús, la maternidad misionera de María, la existencia cristiana como configuración con Cristo, la profunda comunión con el Magisterio de la Iglesia como referencia para la creatividad teológica. Sus obras escritas fueron desplegando esa visión en un lenguaje muy cuidado, preciso y bello. Se sentía muy español en su forma de pensar y recurría a los clásicos y a los pensadores españoles con frecuencia. Era delicioso escuchar sus palabras, que le manaban espontáneamente como si de una lectura de lo que sentía en su corazón y en su mente se tratase.

El maestro de vida espiritual era también un hombre del Espíritu. Era un profundo creyente. Su fe transmitía autenticidad, humildad, fe profunda.

Hombre justo

Su buen humor estuvo entrelazado con hondos y purificadores sufrimientos. Experimentó en sí mismo las noches de los sentidos y del espíritu, unas veces por acontecimientos personales, otras por acontecimientos más institucionales. Siempre se sintió solidario con sus “hermanos” de comunidad, hacia quienes se mostraba sumamente “fraterno”. Vivía con intensidad y, a veces, con profundo dolor, los acontecimientos políticos y eclesiales. A veces se le desataba una ira santa. No pactaba con la injusticia, la discriminación, la conculcación de los derechos, la falta de respeto, la superficialidad, la mentira. Le oí hablar en más de una ocasión contra las arbitrariedades de quienes han de ejercer el servicio de la autoridad, en cualquiera de sus niveles. Era en ello implacable: siempre a favor de la justicia, de la verdad. Cuando fue necesario defender a alguien, a algún grupo, no le importaba hacerlo ante centenares de oyentes o, si fuera necesario, escribiendo una carta a las altas instancias de los Institutos o de la Iglesia, aunque ello le granjeara diplomáticos silencios y nulos resultados.

Murió en pie de misión. El reconocimiento hacia su persona y obra ha sido esplendoroso por parte de la vida consagrada, de sus hermanos de congregación y de comunidad, y de no pocos laicos.

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

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