John Baptist Odama: “Espero que el Sínodo analice las causas de la injusticia en África”

Arzobispo de Gulu (Uganda)

Odama(Texto y fotos: José Carlos Rodríguez Soto) En Uganda se le conoce como “el arzobispo de la paz”. Desde que en 1999 John Baptist Odama fue nombrado titular de la archidiócesis de Gulu, en el norte del país, se convirtió en la voz más consistente que alertó al mundo de la guerra que este lugar sufría desde 1986 y que –a pesar de su invisibilidad– se plasmó en el sufrimiento de dos millones de desplazados internos y de los 40.000 niños que fueron secuestrados por la guerrilla del LRA para convertirlos en niños soldado. Durante varios años, monseñor Odama fue mediador entre el Gobierno y los rebeldes y sus gestos proféticos tuvieron un amplio eco internacional.

Así ocurrió en 2003, cuando durante cuatro días abandonó su residencia y se dirigió a pie todas las tardes, manta al hombro, para mostrar su solidaridad con varios miles de niños que todas las noches llenaban las calles de Gulu para escapar del horror de los ataques del LRA y junto a los cuales durmió en el suelo.  Su compromiso le ha reportado prestigiosos reconocimientos –como el premio Niwano a la paz, en Japón– y también amenazas de muerte y ataques personales, que no han mermado la serenidad que este hombre transmite cuando habla con una humildad que no menoscaba sus convicciones. Desde hace cinco años preside la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal de Uganda.

Está usted a punto de ir a Roma a participar en el segundo Sínodo Africano, que versará sobre justicia, paz y reconciliación en África. ¿Qué espera de este acontecimiento?

La Iglesia en África tiene que ser clara a la hora de hablar sobre justicia, paz y reconciliación, empezando por nosotros mismos. Tenemos que ser una Iglesia reconciliada, justa y donde haya paz, lo que no siempre es el caso.

Espero que durante el Sínodo tengamos la valentía de mirar a las causas de esta falta de justicia y paz en África y hacer que el mundo las conozca. Algunas de ellas se encuentran dentro de nuestro continente, y otras –como el tráfico de armas y un orden económico injusto– están fuera de él, en el mundo desarrollado.

Usted ha vivido la realidad de la guerra en el norte de Uganda. ¿Cómo ha liderado el trabajo de la Iglesia por la paz allí?

Todo ser humano tiene derecho a la paz. Por eso, cuando fui nombrado arzobispo me tomé mi trabajo como una misión que viene de Jesús, que nos dijo: “Mi paz os doy”. Yo no podía quedarme tranquilo mientras la gente sufría lo indecible. Tuve suerte, porque me encontré que en mi archidiócesis ya había grupos que trabajaban por los derechos humanos y la resolución de conflictos, como la Comisión diocesana de Justicia y Paz, los Samaritanos de Comboni (un grupo que trabaja por las víctimas del sida) y la Iniciativa de Paz de los Líderes Religiosos Acholi (formada por católicos, protestantes y musulmanes). Yo lo único que hice fue unirme a estos grupos y ofrecer mi contribución personal.

Durante muchos años, hemos reivindicado una solución pacífica al conflicto. Finalmente, después de numerosos intentos fallidos, el Gobierno y los rebeldes aceptaron sentarse a negociar la paz, lo que ocurrió en Juba (Sudán del Sur) desde 2006 hasta 2008. Aunque este proceso no concluyó con la firma de un acuerdo final, por lo menos hubo un alto el fuego desde el principio, gracias al cual cesó la violencia y la gente que estaba en los campos de desplazados pudo volver a sus casas.

Para trabajar por la paz hay que tener una gran determinación. Muchas veces, cuando las cosas iban de mal en peor, la gente me preguntaba: “¿De verdad que cree usted que un día habrá paz?”. Yo siempre respondí con un “sí” muy claro. Puede venir más pronto o más tarde, pero seguro que un día la tendremos. Siempre dije que los líderes religiosos seríamos los últimos en darnos por vencidos. Al final, todo depende de Dios, no de nosotros. Por eso, para hacer este trabajo de justicia y paz hace falta tener mucha fe.

Desplazados

¿Qué momentos recuerda como los más difíciles en este proceso para conseguir la paz?

Odama-2Para mí, lo más difícil fue convencer al Gobierno de que aceptara hablar con los rebeldes, ya que el presidente, Yoweri Museveni, estaba decidido a terminar por vía militar. Yo siempre dije con claridad que una victoria militar, a la larga, sólo trae más resentimiento, inseguridad y rebrote de violencia.

También me ha dolido siempre mucho ver el sufrimiento de la gente en los campos de desplazados, languideciendo sin esperanza. Los que más sufren en las guerras son los niños, los más inocentes.

Por defender el diálogo con los rebeldes a usted llegaron a llamarle “el arzobispo amigo de los criminales”.

Me han llamado de todo: dijeron que yo era un simpatizante de los terroristas, e incluso que yo era un obstáculo para alcanzar la paz. Si somos fieles al Evangelio, hay que aceptar la oposición, el insulto y el sufrimiento. Mi amigo, el obispo anglicano Baker Ochola perdió a una de sus hijas y a su esposa (muerta víctima de la explosión de una mina), pero mantuvo la esperanza y dio un gran ejemplo perdonando a los responsables de la muerte de sus seres más queridos.

Su archidiócesis vive ahora una situación de post-conflicto. ¿A qué retos tiene que hacer frente?

Lo más difícil es cómo ayudar a una población traumatizada. La mayor parte de las personas que viven en mi archidiócesis sufren depresiones profundas y adicciones, como el alcoholismo. Hace pocos años había también tasas alarmantes de suicidio. Tenemos un gran trabajo que hacer para que la gente recupere la dignidad que ha perdido.

Pastoralmente, la tarea más ardua es educar a la generación más joven que sólo ha conocido violencia y brutalidad. Tenemos que hacer un gran esfuerzo por evangelizar. El año que viene celebraremos el primer centenario del cristianismo en el norte de Uganda y este aniversario tiene que ser una ocasión para renovar nuestra fe.

Como responsable de la Comisión Justicia y Paz en Uganda, ¿cómo ve la situación política de su país?

Odama-3Aún no hemos sido capaces de forjar una unidad nacional y sigue primando el interés de la propia etnia. En este sentido, la reconciliación y la superación de las divisiones entre el norte y el sur de Uganda son aún asignaturas pendientes que tenemos.

En el plano político, no tenemos una democracia de participación. El partido en el poder y su líder proclaman las consignas, y todo el mundo tiene que seguirlas sin rechistar.

Es una pena que en la Iglesia no nos hayamos tomado en serio cómo sensibilizar a nuestra población sobre temas de justicia y paz… En la Conferencia Episcopal hablamos del Sínodo Africano –ahí tenemos el  Instrumentum Laboris–, pero hemos hecho muy poco a otros niveles, como en las parroquias.

Expropiación de tierras

En Uganda, como en toda África, numerosas compañías internacionales están arrebatando a la gente sus tierras. ¿Qué piensa usted acerca de este fenómeno?

A los inversores que buscan tierras les traen sin cuidado los intereses de los pobres. Hace poco hablé con el empresario indio Mahdvani, que ha pedido al Gobierno 20.000 hectáreas de terreno en el norte para cultivar caña de azúcar. Le dije claramente: si usted va al norte para causar más desplazamiento entre los campesinos, es mejor que no vaya, y si sigue usted con sus planes, no me quedaré callado y gritaré todo lo que pueda.

Hacer que la gente se quede sin tierra es deshumanizarlos y esclavizarlos. Después de 22 años de guerra pienso que ya han sufrido bastante. Si Madhvani quiere caña de azúcar, puede convencer a los campesinos de que la cultiven ellos mismos en sus tierras y la vendan por un precio justo, pero no engañarlos y dejarlos privados de unos recursos de los que son dueños.

jcrsoto@vidanueva.es

En el nº 2.675 de Vida Nueva.

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