Rezar con pinceles

Sacerdotes y religiosos se introducen en los circuitos del arte contemporáneo

Cuadro-Inmaculada(Juan Carlos Rodríguez) La pintura emerge como un espacio de meditación sin límites, una vocación artística que conduce, desde el temprano Románico de vírgenes-niño, a rezar con pinceles. Desde el siglo XII, alcanzó un lugar privilegiado como instrumento de evangelización que, prácticamente, ha conservado vigente hasta el siglo XX. Expuesto como cumbre el magisterio luminoso de Fra Angélico, el hombre de fe, el sacerdote, el monje, ha convivido históricamente con la paleta de colores como medio no sólo para difundir el mensaje de Cristo, sino también como una vía de acceso hacia la espiritualidad y hacia su grandeza. Pintar a Dios exigía que el pintor tuviera una sensibilidad especial que sólo da la fe.

Por eso en Oriente pintar iconos es aún un trabajo sagrado que ejercen casi en exclusiva los monjes. Ni la espiritualidad ni el diálogo con Dios, es cierto, son exclusivos del hombre de fe, pero a través de los siglos éste ha alumbrado una obra que refleja sentimientos y convicciones profundas como, por citar sólo un ejemplo cumbre de predilección personal, los frescos del pintor y sacerdote Antonio Zapata, discípulo de Lucas Giordano, en la ermita de San Saturio (Soria). Hoy, cuando la pintura religiosa ha dejado prácticamente de ser un instrumento de fe y ha dejado paso a otras formas de difundir la Palabra, revive en un amplio grupo de religiosos, desde sor Isabel Guerra al padre Enrique Mirones, que se han introducido en los circuitos convencionales del arte contemporáneo, desde galerías a salas de exposiciones con naturalidad, sin renunciar a un arte que siga representando a Dios. No son los únicos. Aunque ambos, opuestos en estilos, el hiperrealismo de la “monja pintora” –como se le conoce en el mundillo artístico– frente a la abstracción del monje cisterciense, representan el poder sintetizador del arte, una enorme riqueza de arte y vida, una profunda comprensión del misterio humano.

Obra-Mirones“Quiero exponer a Dios a través de la belleza”. Isabel Guerra (Madrid, 1947), monja de clausura en la abadía cisterciense de Santa Lucía (Zaragoza), suele pintar retratos insertados en fondos rurales y cotidianos, una figuración que ha sido bautizada como “hiperrealismo” o “realismo mágico”. El trazo es cuidado, ágil, seguro, aunque se pierde en la profundidad. “Me baso en lo real, no invento mis imágenes, pero llamo la atención sobre la paz y la luz –afirma describiendo su pintura–, que sí está entre nosotros. Por ejemplo, ahora mismo estamos aquí bien, a gusto, sin violencia: luego es un mundo posible, y eso es lo que intento demostrar: que no está todo perdido, que la situación no es irreversible, que no estamos en el camino a la distorsión absoluta de la Humanidad. No, es posible encontrar caminos de belleza. Esto es lo que intento decir, y hay quien lo recoge”. Muy popular, las exposiciones de sor Isabel, que comenzaron hace veinticinco años en la galería Sokoa en Madrid, se repiten prácticamente cada dos años y son siempre un éxito de afluencia y de ventas. Sus óleos frecuentan retratos de mujeres jóvenes frente al misterio de la vida. “Ocurre que a través de la luz se expresan muchas cosas, pero a través de un rostro joven, lozano, lleno de ilusiones ante la vida, se puede transmitir frescura, esperanza, toda una serie de valores positivos de los que está tan carente el mundo de hoy”, explica. Aunque aparentemente no sean escenas evangélicas, en sus títulos en cambio está la Palabra de Dios, citas de Salmos y de la Sagrada Escritura. Hace unos años publicó El libro de la paz interior (Styria). Ahí afirma que “pintar es mi vida en cuanto a mi vocación profesional se refiere. Porque también mi consagración monástica es mi vida. Pero todo ello es una unidad”.

Aunque la figuración también contiene otros lenguajes. Como el de Enrique de la Puerta, Quique (Madrid, 1956), párroco de Madrona, Fuentemilanos y Valdeprados (Segovia), que ha expuesto su obra, entre otras, en la sala Unturbe de la capital segoviana. Pretende “reflejar la vida, la psicología y la riqueza humana que se encierra en todas las personas; a través fundamentalmente de sus rostros y de su realidad concreta de vida… Para ello pongo el acento de un modo especial en la mirada; como ventana hacia el interior de la persona y de las vivencias que encierra”. Sus cuadros, de técnica mixta, emergen como testimonio de su alrededor. “La pintura me permite desconectar, relajarme. Pero ante todo es una vía de comunicación, una forma de expresión de las vivencias y las experiencias de cada día –añade–. Es un diálogo mediante el cual haces ver a los demás la realidad tal y como te llega. De hecho, en mi obra abundan más los contenidos figurativos y expresivos que, a lo mejor, los paisajes”. Algunos de esos contenidos están directamente vinculados al recorrido marcado por su vida misionera, en Paraguay y Ruanda, o pastoral, en Vallecas y Segovia. Más figurativos: Serafín Castellano López, cura de Alfácar (Granada) y capellán del convento de Santa Isabel la Real, que une temas de denuncia social y escenas bíblicas. “La pintura ha sido siempre mi segunda vocación –admite– y pienso que, por medio de ella, podemos manifestar al ser humano de todos los tiempos la obra de liberación que Dios ha realizado por medio de su Hijo. En él se manifiestan los acontecimientos más entrañables de la historia humana y, al mismo tiempo, la belleza, la perfección, la armonía de la creación”.

Grandes formatos

Obra-Mirones-2Otra mirada es la de Enrique Mirones (Santander, 1959), que practica una pintura de grandes formatos, abstracta, de factura y gesto muy minuciosos, vibrante y expresiva, mediante la cual busca y halla una espiritualidad muy ligada a la vida monástica. Su serie Meditaciones, por ejemplo, es clara muestra de recogimiento espiritual que, desde el monasterio cisterciense de Sobrado (La Coruña), busca una “pacificación del espíritu”. Ha podido verse en su primera exposición en una galería de arte, una muestra colectiva en la sala Del Sol St. en Santander, aunque ya había expuesto en Santiago de Compostela con anterioridad. “Pintar es una manera de conocer el mundo, de conocerme a mí y de compartir con los demás la experiencia espiritual”, admite Mirones, quien se define como “sólo un monje que pinta”. En cierto modo, desde que en 1992 comenzó a difundir su obra y tejerla en colores, ésta viene definida como “la creatividad de la contemplación”. Aunque huye de definiciones o conceptualizaciones –“de eso que se encarguen los críticos”–, sí que mantiene una voluntad férrea “de volver a establecer un lenguaje religioso con el arte contemporáneo”. Y lo hace, no sólo con la cruz, símbolo que reaparece como una constante en su obra, sino a través de “la penetración contemplativa”, del recogimiento y del reposo que emana, de su calma interior. Abstracción no debe confundirse con ausencia de mensaje. Es también la luz y el color, la esencia y el tiempo, lo absoluto y lo eterno. También ilumina el alma. Francisco García Velasco, párroco de Espejo (Córdoba), sondea también esta vía. Ha expuesto en la Galería Studio 52-Juan Bernier, en Córdoba, una serie reunida bajo el título de Abstracción y torbellinos de colores, dedicada al poeta Paul Valery y su obra El cementerio marino. Aunque su trayectoria incluye lienzos inspirados en la tauromaquia y en Nueva York.

Hay muchos más, dentro de la amplia paleta de la pintura contemporánea. Expresionistas eran, por ejemplo, Constantino Casado, canónigo de la catedral de Sigüenza, y José Soler Cardona, también canónigo de la catedral de Orihuela y director del Museo Diocesano de Arte Sacro, recientemente fallecidos. Pero otros muchos siguen rezando con pinceles.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.674 de Vida Nueva.

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