Carmen Magallón: “La mujer es fundamental para lograr la paz”

Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

Carmen-Magallón(Texto y foto: Enrique Abad) Hace falta más participación femenina para lograr un mundo mejor. Así lo cree Carmen Magallón, directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP), quien sostiene que “el papel de la mujer en los procesos de paz es fundamental, puesto que su experiencia vital está más ligada a la sostenibilidad y al cuidado de los demás”, unas tareas que chocan con la guerra y la violencia y que los hombres han de compartir. De esta convicción nace su firme apoyo a la difusión de la Resolución 1325 de Naciones Unidas, que insta a escuchar las voces de las mujeres en los procesos de negociación de la paz y reconstrucción post-conflicto. O también la pasión con la que esta doctora en Física y catedrática de instituto investiga y deja constancia de las aportaciones que han realizado a la ciencia y otros ámbitos de la sociedad, como se aprecia en los libros Pioneras españolas en la ciencia y Mujeres en pie de paz.

“La sociedad actual, centrada en la producción, descuida lo afectivo, los valores de cuidado de los demás”, lamenta la directora de esta institución del Centro Pignatelli de Zaragoza, cuyos 25 años dedicados a la promoción de una cultura de paz acaban de merecer el Premio Aragón 2009, máxima distinción que otorga la comunidad. “Supone –asegura– un reconocimiento al trabajo de las personas de la Fundación. Aunque lo importante es la actividad diaria,  agradecemos el premio, pues demuestra el reconocimiento a la labor desarrollada y a la importancia concedida al tema de la paz”. Desde 2003 es una Fundación de la Compañía de Jesús que, en convenio y con el apoyo del Gobierno y las Cortes de Aragón, mantiene una estupenda biblioteca abierta al público con más de 7.000 volúmenes. Además colabora con la Universidad de Zaragoza en el desarrollo de cursos monográficos sobre temáticas extracurriculares que permiten conocer la realidad de los conflictos del mundo, la hegemonía en las relaciones internacionales y el papel de la sociedad civil en los procesos de paz.

Un derecho humano

Toda esta labor, relata Magallón, se basa en la profunda convicción de que la paz es un derecho al que todos debemos poder acceder; por eso, junto a otras organizaciones, promueven que Naciones Unidas la reconozca como un Derecho Humano. “Pero se trata de una paz que va más allá de la ausencia de violencia directa. Su contenido se puede resumir en las 4 D’s: Democracia, Derechos Humanos, Desarrollo y Desarme”, matiza.

El primer paso para que haya una cultura de paz es, a su juicio, distinguir entre violencia y conflicto. Mientras que el conflicto forma parte de las relaciones humanas, y por tanto es algo inevitable, la violencia es totalmente evitable. “Se puede educar para la resolución de conflictos de forma no violenta, preparando para el diálogo y la negociación. En el terreno internacional es importante respetar las leyes y la autoridad de Naciones Unidas”.

Así, no duda en señalar que el recurso a la guerra siempre es negativo, pues en ella nadie gana. “Cualquier conflicto debe resolverse sin que cueste una sola vida humana. El fin nunca puede justificar los medios, de hecho, el recurso a la violencia desvirtúa cualquier fin; por excelso que sea, queda contaminado. El fin y los medios tienen que ser coherentes”.

Su máxima aspiración es resolver los conflictos cercanos de forma creativa y no violenta: “Comenzar a construir la paz por el entorno más próximo y cuidar las relaciones humanas. Deslegitimar la violencia de la cabeza de la gente, desarmar las mentes; una labor que necesita investigación, concienciación y educación”.

En esencia

Una película: Memorias de África, de Sydney Pollack.

Un libro: Tres Guineas, de Virginia Woolf.

Una canción: Regresaré a la casa, de José Antonio Labordeta.

Un rincón del mundo: Labati, al pie del Bisaurín, Pirineo Aragonés.

Un deseo frustrado: ser escritora.

Un recuerdo de infancia: volver de la huerta subiendo y bajando del carro de mis abuelos.

Una aspiración: integrar saber y cuidado.

Una persona: Pedro, mi marido, que me acompaña desde hace más de 30 años.

La última alegría: ver la de mis padres cuando leí, por nombramiento consensuado del Ayuntamiento, el Pregón de las fiestas de nuestro pueblo.

La mayor tristeza: el alejamiento de una amiga.

Un sueño: lograr un mundo sin violencia.

Un valor: la generosidad.

Me gustaría que me recordasen por… haber trabajado por la esperanza.

En el nº 2673 de Vida Nueva.

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