La Iglesia latinoamericana opta por los indígenas

indigena-ecuatoriana-p(Juan Ignacio Cortés) A  principios de junio, el estallido de violencia en Bagua, localidad de la Amazonía peruana, sacó a la luz una silenciosa y dramática lucha que se libra desde hace decenios en la cuenca amazónica. ¿Quiénes son los protagonistas? Los pueblos indígenas y las empresas que buscan explotar los inmensos recursos naturales de sus tierras. ¿Qué está en juego? Derechos humanos, sabiduría ancestral, el medio ambiente del planeta y miles de millones de dólares. El panorama no es halagüeño para los que creen en otras sociedades posibles, no dominadas sólo por el afán de lucro. Pero hay lugar para su esperanza. Y en ello tiene mucho que ver la Iglesia.

La lucha de los indígenas de América Latina por preservar su supervivencia personal y comunal es la lucha de David contra Goliat. Especialmente en la cuenca amazónica, cuyos siete millones de kilómetros cuadrados y los ingentes recursos que encierra son un tesoro muy codiciado. En esta larga pelea, las protestas de los indígenas de la Amazonía peruana contra varios decretos del Gobierno de Alan García no son más que un episodio trágico. Dichos decretos, ahora derogados, prácticamente les negaban la propiedad de sus territorios ancestrales. Vulneraban así sus derechos humanos, contravenían declaraciones universalmente aceptadas, como la Convención 129 de la OIT y eran contrarios a la Constitución. Su aprobación originó una movilización a la que la policía intentó poner fin casi a toda costa. El balance cobrado en Bagua: 33 muertos, un desaparecido, más de cien heridos y decenas de detenidos.

Aunque el proceso de explotación de América Latina continente comenzó siglos atrás, con la conquista, en la Amazonía se hizo significativo en la segunda mitad del siglo XIX. Fueron los caucheros los primeros en penetrar en la selva para explotar la resina del árbol mágico que permitía fabricar neumáticos. Después vinieron colonos que esclaviza- ron a los indígenas en sus haciendas. Más tarde aparecieron compañías petroleras que extraían ingentes recursos sin compensación alguna y dejaban ríos y tierras contaminadas. A ellas se suman hoy día compañías madereras y agro- industriales que talan inmensas porciones de selva. Farmacéuticas que patentan los remedios de la medicina indígena sin pagar ningún tipo de derechos. Compañías mineras que no toman medidas contra su impacto ambiental…

Frente a todos ellos, a la complicidad de los Gobiernos y a la indiferencia y a menudo desprecio de la sociedad blanca y mestiza, los indígenas son sólo unos pocos miles. Y tienen pocos compañeros en esta lucha contra gigantes: algunos grupos ecologistas, alguna que otra bienintencionada estrella del pop, algún puñado de antropólogos… Posiblemente, su más sólido y fiel acompañante sea la Iglesia. Una Iglesia que les ve como hermanos, como seres humanos sujetos de derechos inalienables.

indigenas-en-guadalupeAunque no siempre ha sido así. No se puede negar el papel de sanción moral de la conquista de América Latina que tuvo la Iglesia en siglos pasados. La evangelización de los pueblos justificó y camufló el ardor guerrero y depredador de los conquistadores. Pero las cosas han cambiado. En gran parte, porque el concepto de evangelización también lo ha hecho.

Inculturación

Un buen ejemplo es el testimonio del hermano Carlo Zacquini, misionero de la Consolata, al que conocí en Boa Vista, la capital del Estado brasileño de Roraima, en 2003. En casi 40 años de presencia entre los yanomami, había contribuido decisivamente a crear organizaciones indígenas y a que el Estado reconociera y protegiese el territorio ancestral yanomami. Sin embargo, aseguraba que no había bautizado a ningún indio. Qué sentido tenía, pues, su trabajo entre ellos, le pregunté. Con la mayor paz del mundo, respondió: “Nuestra presencia busca, sobre todo, que sobrevivan. Bueno, no sólo que sobrevivan, sino que tengan vida y vida en abundancia, como dice el Evangelio”.

Este ideal de presencia generosa de la Iglesia en medio de los pueblos indígenas no es una cuestión personal. La Iglesia latinoamericana en su conjunto lo acepta y proclama, como refleja el documento final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en el santuario de la Virgen de Aparecida (Brasil), en mayo de 2007. Ese Documento profundiza en la línea abierta por el Episcopado latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. Ya ahí se fijaban los dos objetivos fundamentales a los que debería encaminarse la acción de la Iglesia entre los pueblos indígenas: llevar a cabo una evangelización inculturada y defender sus derechos.

Según Rodolfo Valenzuela, obispo de Vera Paz (Guatemala) y responsable de la Sección Pueblos Originarios, del Departamento de Cultura y Educación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), “la evangelización debe respetar los modos culturales y no pretender la implantación del cristianismo en su modo europeo, occidental, sino el surgir del cristianismo en cada cultura, partiendo de sus pensamientos, expresiones y valores”. Por otro lado, el prelado, en declaraciones a Vida Nueva, asegura: “La Iglesia pretende acompañar a los pueblos indígenas en el respeto a su dignidad, sus culturas y sus territorios”.

Esta opción indigenista se ha abierto paso no sin dificultad. En 1997, un documento de la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígenas (AELAPI), organización que reunía a agentes de pastoral de diversas confesiones cristianas, constataba las dificultades que tenía o había tenido la opción por los indígenas en la Iglesia. “Muchos agentes de pastoral o comisiones nacionales de pastoral indígena vivieron momentos de tensión con sus superiores… Había cierta resistencia de sectores de las Iglesias respecto a una pastoral o evangelización inculturada y liberadora”.

indigenas-catedral-quitoFormación de líderes

Sin duda, esas tensiones aún existen, pero el compromiso de la Iglesia latinoamericana con la defensa de los derechos de los indígenas se ve en multitud de ejemplos. En la Amazonía peruana, los nueve obispos de la región fundaron, ya en 1974, el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Su objetivo: ayudar a crear “un modelo de promoción humana y desarrollo… que tome en cuenta a todos”. Una pieza esencial de ese modelo es potenciar en los pueblos indígenas “sus capacidades de gestión y participación en los procesos de desarrollo local”.

Esa tarea ha desbordado las fronteras del asistencialismo religioso y local y ha optado por la estrategia de la formación de líderes y la conservación y valorización de las culturas indígenas. Iniciativas como el CAAAP han sido decisivas en lo primero. Un buen ejemplo de lo segundo lo tenemos en Ecuador. Allí opera la editorial Abya Yala, una de las más prestigiosas de Sudamérica en lo que a temas indígenas se refiere. Creada por el P. Juan Botasso y ligada a instituciones misioneras, ha sido distinguida con numerosos premios. Tiene más de 1.600 títulos de 2.000 autores, 320 de los cuales son indígenas.

Ecuador es, precisamente, uno de los países de la cuenca amazónica en los que el trabajo de la Iglesia al lado de los indígenas tiene una trayectoria más larga. Y un referente indiscutible: Leónidas Proaño. El llamado “obispo de los indios” fue titular de Riobamba durante 31 años. Muy adelantado a su tiempo, impulsó en 1957 un proyecto de reparto de tierras de la diócesis entre las comunidades indígenas. Su ejemplo fue la semilla para que la Conferencia Episcopal de Ecuador cuente con un activo Departamento Nacional de Pastoral Indígena, desde 1985, para “evangelizar las Culturas de los Pueblos Indígenas, con respeto afectivo y práctico hacia su entidad, cosmovisión y valores propios”, y para “escuchar sus justas aspiraciones, promover su formación integral y acompañar pastoralmente sus organizaciones”.

Entidades similares existen en otros países de la Amazonía. Dentro del Departamento de Pastoral Misionera de la Conferencia Episcopal Colombiana, existe una Sección de Etnias para apoyar “la promoción de la Nueva Evangelización y el servicio pastoral de promoción humana entre los pueblos indígenas y las comunidades afrocolombianas”. Uno de sus responsables, el P. Mario R. Toro, lo resume así: “Nuestra tarea es defender las culturas de los pueblos indígenas”.

En esa misma línea, el Departamento de Misiones e Indígenas de la Conferencia Episcopal Venezolana se fija como objetivo “respaldar todas las iniciativas que favorecen el proceso del anuncio de Jesucristo y la construcción de mayores condiciones de justicia y solidaridad desde las culturas de los pueblos indígenas venezolanos”. José Luis Andrades es miembro del Consejo Misionero Nacional, una de las instituciones a través de la cual la Iglesia venezolana desarrolla su pastoral indígena. Este misionero laico de la Consolata apunta que defender a los pueblos indígenas y sus culturas es también defender el medio ambiente: “Ellos nos enseñan cómo vivir en un mundo que es casa de todos, cómo aprovechar lo que viene de la naturaleza de un modo racional y equilibrado, con una humana y sana austeridad”.

Consejo Indigenista

Pero la mayor estructura eclesial que en América Latina opera en el campo indígena es el Consejo Indigenista Misionero (CIMI), de la Conferencia Episcopal Brasileña. Fundado en 1972, cuenta con 114 equipos de misioneros, integrados por más de 400 personas. Su labor va más allá de lo puramente pastoral. Sus miembros, “impulsados/as por nuestra fe en el Evangelio de la vida, la justicia y la solidaridad”, se han fijado como objetivo fortalecer “el proceso de autonomía de estos pueblos [indígenas] en la construcción de un proyecto alternativo, pluriétnico, popular y democrático [de sociedad]”. Así, junto a misioneros dedicados a una labor más puramente espiritual, los hay especializados en salud, educación, proyectos de autosostenimiento económico… La contribución fundamental del CIMI es, sin embargo, la formación de líderes capaces de defender sus derechos frente a los intentos de agresión de sus adversarios, grandes o pequeños, pero siempre numerosos. El papel del CIMI en el reconocimiento de numerosas tierras indígenas, condición primera para “la vida y la realización plena de la cultura de cada pueblo”, es innegable.

Muchos latinoamericanos estiman que lo que sus compatriotas indígenas han de hacer es olvidarse de sus selvas y costumbres y volverse personas decentes. Hace un tiempo, el comboniano Claudio Bombieri, entonces coordinador del CIMI en Maranhão, me explicaba que eso sería una gran pérdida: “En el mundo en que vivimos, pocos como ellos pueden enseñarnos a mantener un ideal de sociedad basado en el consenso, la solidaridad y la armonía con la naturaleza frente al dogma del mercado y la cultura única”.

Esta apreciación es más verdad para los cristianos. Porque, ¿quién puede negar que la creencia guaraní en la existencia de una Tierra sin Males no es similar a la esperanza cristiana en el Reino de Dios?

LOS INDÍGENAS EN APARECIDA

indigenas-brasilLa cuestión indígena estuvo muy presente en la V Conferencia de Aparecida. Su documento final (DA) es una especie de plan pastoral general para América Latina. En Aparecida, los obispos denuncian la situación de “exclusión y pobreza” de los pueblos indígenas y afroamericanos. “La sociedad –aseguran– tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia” (DA, 89). El documento no desconoce la grave amenaza que se cierne sobre los pueblos indígenas y afros, “amenazados en su existencia física, cultural y espiritual… Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes” (DA, 90).

Frente a esta realidad, el Episcopado de América Latina afirma que los pueblos indígenas son portadores de grandes valores. Entre ellos: “Apertura a la acción de Dios por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida humana, la valoración de la familia, el sentido de solidaridad y la corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia de lo cultual, la creencia en una vida ultra terrena” (DA, 92-93). Se reconoce también su aportación a la conservación del medio ambiente. Y se valora especialmente “su respeto a la naturaleza y el amor a la madre tierra como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano” (DA, 472).

Asimismo, el documento alienta la participación de indígenas y afroamericanos en la vida eclesial y asegura que “nuestro servicio pastoral a la vida plena de los pueblos indígenas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico” (DA, 95).

En Aparecida, en suma, la Iglesia hace una decidida opción por la defensa de la causa de los pueblos indígenas: “Como discípulos y misioneros al servicio de la vida, acompañamos a los pueblos indígenas y originarios en el fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del territorio, una educación intercultural bilingüe y la defensa de sus derechos” (DA, 530).

En el nº 2.671 de Vida Nueva.

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