Capturado el asesino del segundo sacerdote español muerto en Cuba

La Iglesia niega la vinculación entre los casos de Mariano Arroyo y Eduardo de la Fuente

mariano-arroyo(Texto y fotos: Araceli Cantero Guibert– Miami) Tres días después del asesinato en Cuba del sacerdote español Mariano Arroyo Merino (en la imagen), las  autoridades cubanas han informado a la Iglesia sobre la captura y confesión del autor del crimen. “Las investigaciones realizadas por los peritos policiales han permitido la localización y captura del presunto responsable de este execrable crimen y sus posibles cómplices. Además de las pruebas vinculantes, las autoridades policiales cuentan ya con la confesión del mencionado responsable” ha comunicado la Arquidiócesis de La Habana, a través de su encargado de prensa Orlando Márquez .

El cuerpo del sacerdote fue encontrado en la madrugada del lunes 13 de Julio en su parroquia del Santuario Nacional de Nuestra Señora de Regla, en un barrio de pescadores del otro lado de la bahía de la capital. Había recibido cinco puñaladas y tenia quemaduras en los pies y en una mano.

El pasado 13 de febrero, otro sacerdote español, Eduardo de la Fuente, fue también asesinado en La Habana. Sobre este crimen dice la nota del Arzobispado que “al menos una persona detenida ha confesado su culpabilidad y responsabilidad”, aunque las investigaciones no han concluido.

Además -señala la nota-, “la Iglesia es consciente del estupor, la inquietud y las preguntas que se hacen muchos fieles católicos ante hechos tan inusuales como éstos. Sabe también de los sentimientos similares que circulan en nuestra población, así como del impacto que todo ello ha tenido en los medios de comunicación acreditados en Cuba y sus consecuencias internacionales, de modo particular en España y en la Iglesia española, tan cercana y solidaria en todo momento”.

Y afirma que “la Iglesia está en condiciones de expresar firmemente su rechazo a cualquier intento de vincular un caso con otro, o a darle un matiz religioso o político ajeno totalmente a la realidad del hecho criminal en sí mismo”. El comunicado añade que, ante crímenes como los referidos, “que han involucrado a dos sacerdotes, algo nada común en nuestro país, y que sin dudas afectan de modo extraordinario la vida eclesial, elevamos nuestra oración al Señor por las víctimas, sus familiares, y por la vida de la Iglesia en Cuba y en España. Oramos también para que hechos tan inhumanos no se repitan en nuestra patria”.

También señala que como cristianos, “no podemos dejar de elevar una súplica a Dios para que propicie el arrepentimiento de los criminales y manifieste Su misericordia con quienes obraron de modo tan inmisericorde”.

celebracion-en-santuario-reEl canciller de la Arquidiócesis de la Habana, Ramón Polcari, ha dado a conocer el 15 de julio que el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, “considerando la extraordinaria labor misionera, el celo apostólico y entrega sacerdotal del fallecido padre Mariano Arroyo Merino en esta arquidiócesis”, presidirá la Misa Exequial de cuerpo presente en la Catedral de La Habana, el próximo viernes 17 de julio, a las 9:30 a.m.”.

Ese mismo día, en horas de la tarde, los restos del sacerdote serán trasladados a España, “para recibir cristiana sepultura en su tierra natal de acuerdo con la voluntad de sus familiares”.

Respetado por todos

Poco después de conocerse la muerte del misionero, en la Archidiócesis de la Habana, una nota del arzobispado confirmó los hechos. Y desde España, el obispo de Santander, Vicente Jiménez Zamora, expresó “su profundo dolor y su más enérgica protesta” por el asesinato de “este buen sacerdote entregado al servicio del Evangelio y de los más pobres, débiles y necesitados”. Algo que confirman quienes trabajaron con él.

Me impactaba su sencillez, generosidad y vitalidad”, dice el padre Raúl Rodríguez, de Santa Clara, que había estado con él en la Comisión Nacional de Misiones y le visitó en Regla el 9 de julio. Le recuerda como una persona sencilla en su trato, con una vitalidad admirable a sus 74 años, apoyando la labor de comedores para ancianos en esa zona.

El padre Arroyo llevaba 12 años misionando en Cuba. Ordenado en 1960, llegó a Cuba con una densa experiencia sacerdotal, en España y en Chile. Había nacido el 20 de febrero de 1935, en Cabezón de la Sal, Cantabria, estudiado en la Universidad Pontificia de Comillas y en la Complutense de Madrid. De 1962 a 1968 fue misionero en Santiago de Chile. De 1969 a 1979 fue párroco y formador del Seminario en Madrid. En 1980 regresó a Chile, y en marzo de 1997 dos meses después de llegar a Cuba, el cardenal Jaime Ortega le nombró párroco de Nuestra Señora del Pilar, en La Habana.

Allí fue donde le conoció Rolando Suárez, entonces director nacional de Cáritas Cuba. “Pronto descubrí su atención a las necesidades de quienes le rodeaban, fueran fieles, vecinos o trabajadores. Era muy respetado en su barrio por todos”, explica el abogado de la Conferencia de Obispos Cubanos. Le recuerda “junto al incipiente y débil Movimiento de Trabajadores Cristianos, lo que me demostró su capacidad de inculturarse en cualquier parte y su disposición de servicio”. Y desvela que tenía “siempre reservado un día de la semana para orar fuera de la parroquia en una casa de religiosas”.

En diciembre de 2004, fue nombrado párroco del Santuario Nacional de Nuestra Señora de Regla, en donde desarrolló una amplia tarea en la acogida de los peregrinos y el estudio de la religiosidad popular y el sincretismo religioso. Tres años después, el sacerdote publicaba un libro con sus reflexiones pastorales sobre estos temas, ofreciendo el fruto de su experiencia. Su título, Puentes entre el Pueblo Cubano y la Iglesia Católica, es indicador de su talante conciliador y su dedicación pastoral.

En una de sus reflexiones, comparte su experiencia en la Parroquia del Pilar, en el municipio de Cerro, en La Habana. Cuando caminaba por la calle principal, la calle Estévez, “muchas veces me sentía pequeño y me preguntaba qué significaba mi reducida comunidad en ese enjambre de niños que salían de la escuela a las cuatro de la tarde, de mamás que conversaban animadamente o de hombres que jugaban al dominó frente a sus casas”. Le saludaban al pasar, pero casi nadie participaba en la vida de la Iglesia. Y él sentía que su parroquia, “con ser cálida y viva, era apenas una gota en aquel océano de gente”.

Y mientras lo pensaba, dice que el Señor le salió al encuentro “y con el cariño con que suele hablarnos, me dijo al oído: ‘Tú te preocupas mucho de tu parroquia, pero yo también tengo la mía. Y son todos éstos que tú ves por las calles. Gente de todo tipo que vive y sufre, que ama y se desespera, que trabaja y que resuelve como puede. Cuida también un poco de mi parroquia'”.

Desde entonces, escribía Mariano Arroyo, “me siento más tranquilo… Y trato de no olvidarme de que tengo dos comunidades que cuidar, la mía y la de Dios”.

Versión actualizada de lo publicado en el nº 2.669 de Vida Nueva.

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