El relevo de Monteiro y el futuro de la Iglesia española

El nombramiento del nuncio para la Curia romana es el primer paso para una nueva transición eclesial

manuel-monteiro(José Lorenzo) “Dejo Madrid con pena”, señaló el nuncio Manuel Monteiro de Castro a los periodistas poco después de hacerse público, el pasado día 3, su nombramiento como secretario de la Congregación para los Obispos. Tras algo más de nueve años al frente de la Nunciatura Apostólica en España y en Andorra, este arzobispo portugués, de 71 años de edad, comenzará en breve un nuevo e importante servicio a la Igleisa universal, en esta ocasión, de la mano de su gran amigo, el cardenal Giovanni Battista Re, a quien conoció en sus años de juventud en la Pontificia Academia Eclesiástica de Roma, y que preside aún ese importante dicasterio vaticano, aunque en enero presentó su renuncia por razones de edad.

Y sin embargo, pese a esa “pena” reconocida, no es aventurado asegurar que la estancia de Monteiro en España (un hombre acostumbrado a bregar durante décadas en complicadas misiones diplomáticas en América (en un México que orillaba a la religión católica); Asia (en un Vietnam en guerra); y África (en la Suráfrica del postapartheid); no siempre le ha resultado todo lo cómoda ni brillante que se puede esperar de la que es considerada, junto con la de París, una las nunciaturas de mayor consideración del mundo.

No ha ejercido porque no le han dejado”, asegura una fuente bien informada a esta revista. Se refiere, claro está, a la que podríamos llamar “política en el nombramiento de obispos”, algo que es sabido que, tradicionalmente, aplican los nuncios. Sucedió con Luigi Dadaglio, que puso el marchamo de Pablo VI en los prelados de nuevo cuño postconciliar, y, también notablemente, con Mario Tagliaferri, quien tradujo en España el giro propiciado algunos años después por Juan Pablo II. Don Manuel, el nuncio de la sonrisa y la amabilidad, como le recuerdan estos días quienes tratan de buscar elementos definitorios para su legado, se encontró bien pronto, sin embargo, con más dificultades que sus antecesores para desarrollar ese aspecto de su misión. Un año antes de su llegada a España, el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, con extraordinarias relaciones en la Santa Sede (a donde asiste regularmente a reuniones de varios dicasterios a los que pertenece), había sido elegido presidente de la Conferencia Episcopal. Así pues, una parte importante del protagonismo que se le reserva a un nuncio en la labor de atender a las diócesis y proponer candidatos al Episcopado, e incluso en la de velar por el recto ejercicio pastoral de ese ministerio, se fue diluyendo poco a poco.

No le faltarían, sin embargo, cuestiones escabrosas en las que mostrar su temple diplomático. Así, por su despacho desfilaron, sin contar las de tono menor, manifiestos de sacerdotes desazonados con su pastor; delicados entuertos económicos que amenazaban reacciones tormentosas; enconadas disputas entre diócesis hermanas; poco edificantes enfren- tamientos entre pastores y laicos por titularidades académicas… Incluso hubo de afrontar dos llamadas a consulta (“convocatoria de cortesía”, según Zapatero) por el Gobierno, una vez con el PP de Aznar al frente, a cuenta, en 2002, de la pastoral de los obispos vascos en la que cuestionaban la ilegalización de Batasuna; y la otra, en 2005, ya con el PSOE, quien se molestó por unas palabras de Juan Pablo II ante 40 obispos españoles en visita ad limina.

Mediador con el Gobierno

En los últimos tiempos, y con el aval de la Santa Sede, Monteiro ahondó en una línea de diálogo con el Gobierno del PSOE ante las malas relaciones entre éste y la presidencia de la CEE, de nuevo en manos de Rouco tras el periodo más conciliador de Ricardo Blázquez. Roma entendía las razones de la jerarquía ante el Gobierno, pero no así las formas. Y entonces Monteiro invitó a “un caldito” a Zapatero en vísperas de las elecciones generales de 2008. El nuncio cosechó un aluvión de críticas, e incluso insultos, desde la COPE y de los sectores eclesiales más retrógrados. Sin embargo, aquella puesta en escena, además de ratificar la falta de sintonía con Rouco, propició la importante visita, el pasado febrero, del secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone. Y con ella, las vigas maestras de una nueva transición eclesial en España, de las que este traslado, interpretado por las fuentes consultadas como una promoción, es sólo el primer paso.

UN SUSTITUTO CON MÁS ATRIBUCIONES

Buen conocedor de la realidad eclesial española, las fuentes consultadas por Vida Nueva sugieren que esa experiencia le será de gran ayuda a Monteiro en su nueva función, en la que pasarán por sus manos los nombramientos de obispos. En este sentido, se señala que su posible sustituto (circula ya el nombre de un relativamente joven eclesiástico italiano, una de las estrellas emergentes dentro de la curia romana y al que el tema español no le es desconocido) vendría “con más atribuciones” de las que pudo disfrutar Monteiro, lo cual no quiere decir más que contaría con el respaldo total de la Santa Sede para buscar entre los obispos españoles a los nuevos líderes que preparen la transición al incontestable liderazgo del cardenal Rouco, quien el 24 de agosto cumple 73 años.

En el nº 2.668 de Vida Nueva.

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