Pedro García Aguado: “Las drogas te roban la capacidad de sentir”

Waterpolista olímpico y terapeuta

pedro-gc2aa-aguado(Texto: Victoria Lara– Foto: Luis Medina) El afán de superación es uno de los valores más importantes en el deporte. Pedro García Aguado es un excelente ejemplo de ello no sólo en el ámbito deportivo, sino también en su propia vida. Campeón olímpico en Atlanta 1996, campeón del mundo de waterpolo en Perth 98 y 565 veces internacional con la selección nacional absoluta, este madrileño de 40 años consiguió el premio más importante de su vida hace tres, cuando logró vencer su adicción a las drogas y al alcohol. Ahora dedica por entero su tiempo a ayudar a otras personas que están pasando por el infierno que el vivió y en el que entró siendo sólo un adolescente.

Su primera experiencia con el alcohol la tuvo, casi como un juego, en su propia casa, probando un licor de una botella “con forma de guerrero inca” cuando tenía unos 15 años. A partir de ese momento, y puesto que tras el divorcio de sus padres pasaba buena parte del día solo, comenzó poco a poco a beber más y a probar otras drogas. Cuando se marchó a Barcelona, al Club Natació Catalunya con 17 años, ya tenía un problema con el alcohol, aunque él  no era consciente de ello.

Allí, en sus salidas nocturnas tras los partidos, fue donde probó la cocaína por primera vez. Aunque procuraba esforzarse al máximo en su trabajo y durante su paso por la selección española de waterpolo consiguió grandes éxitos, sus frecuentes ausencias en los entrenamientos y el no cumplir con sus responsabilidades acabaron con su carrera deportiva. Esto, unido a otros problemas personales, le empujó a pedir ayuda a su familia. Pero fue en el centro terapéutico, en el que entró en el año 2003, donde se dio cuenta del verdadero origen de sus problemas: “Pensé que todo eso había ocurrido porque yo había sido débil, porque tenía la autoestima baja, y que si todo eso cambiaba yo podría seguir consumiendo de forma controlada. Y me explicaron que no, que es una neuroadaptación, que tú necesitas consumir aún sabiendo que no vas a poder parar y que te va a traer consecuencias desastrosas. Cuando me dijeron eso me asusté mucho”.

La familia

¿De dónde sacó la fuerza para superar su problema? Pedro Aguado recuerda que, en un primer momento, se refugió en la fe y en sus creencias religiosas, lo que, en cierto modo, le ayudó a afrontar la primera fase de su recuperación, pero también jugó un papel importantísimo su familia, sobre todo sus padres, que estuvieron a su lado durante los tres años que duró el tratamiento: “A los que yo culpaba de mi comportamiento, al final han estado ahí”.

Hoy es un hombre totalmente nuevo que disfruta todo lo que puede de sus dos hijas y que ha decidido dedicarse a ayudar a otras personas: “Creo que lo que me ha sido dado lo tengo que devolver. A mí me han dado una segunda oportunidad”. Así, imparte conferencias y ha sacado dos libros de autoayuda: Mañana lo dejo y Dejarlo es posible (Bresca). Acaba de empezar a trabajar en un proyecto de comunicación denominado ‘Día zero’. Uno de los objetivos de esta iniciativa es que se etiqueten las botellas de alcohol, igual que se hace con el tabaco, con mensajes como: “El alcohol puede matar” o “El alcohol puede provocar adicción”. Otra fase del proyecto está orientada a investigar si existe “algo” en los genes que hace a unas personas más vulnerables que otras ante ciertas sustancias.

Esto le ilusiona mucho, pero lo que más valora tras su recuperación es que ahora puede afrontar todos los momentos que le depara la vida sin consumir drogas: los alegres, como la  medalla que ganó en Atlanta, que ahora es cuando realmente está disfrutando; y los tristes, como la muerte de Jesús Rollán, su buen amigo y compañero en la selección española que también le acompañaba en aquellas largas noches de juerga. “Yo he ganado una medalla de oro, pero no la he sentido, no la he disfrutado”, porque la dura realidad, según García Aguado, es que “las drogas te roban la capacidad de sentir”.

En esencia

Una película: Volver, de Pedro Almodóvar.

Un libro: El arte de la felicidad, del Dalai Lama.

Una canción: El Aleph, de Nena Daconte.

Un rincón del mundo: Bali.

Un deseo frustrado: ser cantante.

Un recuerdo de la infancia: el olor a nuevo del colegio tras las vacaciones de verano.

Una aspiración: desenmascarar a la gente que no dice la verdad sobre el alcohol.

Una persona: dos: mis hijas, que tienen 8 y 11 años.

La última alegría: la carcajada de mi hija Natalia.

La mayor tristeza: dos muertes, la de mi abuelo y la de Jesús Rollán.

Un sueño: vivir sin deudas.

Un valor: el coraje como forma de sentir el miedo, tener el valor suficiente para superarlo.

Que me recuerden por: haber ayudado a mis hijas a crecer.

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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