El Papa pide a los curas un ‘vigoroso testimonio evangélico’

Benedicto XVI inaugura en Roma el Año Sacerdotal con un reconocimiento positivo al Ministerio Presbiteral

el-papa-bendice(Antonio Pelayo– Roma) Los sacerdotes -el sacerdocio de Cristo- ha sido el eje sobre el que ha pivotado la semana que acaba de transcurrir. Es el tema dominante de la Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para la convocatoria de un año sacerdotal con ocasión del 150º aniversario del ‘dies natalis’ del Santo Cura de Ars, publicada el 16 de junio; de las solemnes vísperas que tuvieron lugar en la Basílica de San Pedro el día 19, festividad del Sagrado Corazón de Jesús, como ceremonia de apertura del Año Sacerdotal; y de la visita pastoral a San Giovanni Rotondo el domingo 21 para celebrar a san Pío de Pietralcina, el capuchino beatificado y canonizado por Juan Pablo II que convoca cada año a millones de peregrinos de todo el mundo. Éstos serán los jalones de nuestra crónica.

La elección de Juan María Vianney como modelo para los sacerdotes del mundo de hoy es todo un programa. Y a explicar las razones que le han llevado a tomar esta decisión dedica Joseph Ratzinger la breve carta dirigida al clero: “Aún conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave”.

Al lado de éste y otros ejemplos de abnegación en el desempeño del ministerio presbiteral, “hay también situaciones -reconoce la carta- nunca bastante deploradas en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante ciertas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo”.

No a la resignación

grupo-de-sacerdotesBenedicto XVI hace un fino análisis de la espiritualidad del Cura de Ars, subrayando su identificación total con el propio ministerio: “Esa identificación personal con el sacrificio de la cruz lo llevaba con una sola moción interior del altar al confesionario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesionarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia ese sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días (…). Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles empezasen a imitarlo yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes provenientes de toda Francia lo retenían en el confesionario hasta diez horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en el ‘gran hospital de las almas'”.

En la actualidad -escribe más adelante el Pontífice- como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes con su vida y obras se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: ‘El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio’. Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: ¿estamos realmente impregnados por la Palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo?”.

La carta también cita la encíclica de Juan XXIII en el primer centenario de la muerte del santo, presentando su fisonomía ascética y refiriéndose particularmente a los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. “También su castidad -escribe Benedicto XVI- era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles. Decían de él que ‘la castidad brillaba en su mirada’ y los fieles se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario con los ojos de un enamorado”.

‘Nueva primavera’

Finalmente, el Papa invita a los presbíteros a “percibir la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades han contribuido positivamente”, y les propone una “comunión entre ministros ordenados y carismas”, recordando que el ministerio ordenado tiene una radical “forma comunitaria” y sólo puede desempeñarse en comunión: “Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva. Sólo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del evangelio”.

A primeras horas de la tarde del viernes 19, el obispo de Belley-Ars, Guy Bagnard, depositó en el altar de la Pietá de la Basílica una reliquia del Cura de Ars que fue llevada en procesión hasta la capilla del Coro. Allí, Benedicto XVI, acompañado por los cardenales Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica, y Cláudio Hummes, prefecto de la Congregación del Clero, más dos decenas de purpurados, dio inicio a la celebración. En su homilía, el Papa recordó que “nada hace sufrir tanto a la Iglesia, cuerpo de Cristo, como los pecados de sus pastores, sobre todo los que se transforman en “ladrones de ovejas” o los que “las descarrían con sus doctrinas particulares”. Pero el tono general fue optimista, como si hubiera en este momento una voluntad de pasar página y cerrar el triste capítulo de las deserciones e infidelidades de una parte -numérica y sociológicamente mínima- de los sacerdotes, quienes, “siguiendo el ejemplo del Cura de Ars, deben seguir siendo en el mundo de hoy mensajeros de esperanza, de reconciliación y de paz”. El templo estaba lleno a rebosar de sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos, felices -bastaba ver sus rostros- de poder participar en un acto de carácter tan netamente positivo.

s-giovanni-rotondoNo son siempre de este tono las noticias que provienen o llegan al Vaticano. Los días 15 y 16, el Papa y algunos de sus más inmediatos colaboradores (los cardenales Re, Levada, Hummes, Grocholewski y Rylko) mantuvieron una serie de encuentros con la cúpula de la Iglesia austríaca, representada por el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena y presidente de la Conferencia Episcopal; Egon Kapellari, vicepresidente y obispo de Graz-Seckau; el arzobispo de Salzburgo, Alois Kothgasser; y el salesiano Ludwig Schwarz, obispo de Linz, diócesis turbada en los últimos meses por serios incidentes ligados al nombramiento e inmediata renuncia de un obispo auxiliar. El comunicado final se limita a las habituales expresiones un poco vacuas (no se dice nada, por ejemplo, de algunos de los informes presentados, como el que refleja que una mayoría del laicado sería favorable al clero casado y a la abolición del celibato), pero de todos es sabido que el catolicismo austríaco está agitado desde hace tiempo por diversas tensiones. Benedicto XVI -muy cercano por razones personales obvias- les ha urgido “la profundización de la fe y de la fidelidad íntegra al Concilio Vaticano II, y al magisterio posconciliar de la Iglesia y la renovación de la catequesis a la luz del catecismo de la Iglesia católica”.

Contagioso entusiasmo

El domingo 21 tuvo lugar la anunciada visita del Papa a San Giovanni Rotondo para venerar los restos de san Pío de Pietralcina y presidir una solemne concelebración eucarística a la que asistieron unas 50.000 personas. La jornada, a pesar del tiempo, que en algunos momentos fue muy adverso, se desarrolló en un clima de ese contagioso entusiasmo que anima a los fieles del santo fraile capuchino. Apenas llegado al imponente complejo arquitectónico que ha surgido en estas décadas en torno al que fue en su día modesto convento del Gargano, el Papa quiso visitar la austera celda donde pasó tantos años el Padre Pío, para bajar después a venerar sus restos en la cripta del santuario, por donde desfilan cada año más de seis millones de peregrinos. Como uno más, Ratzinger permaneció un buen rato arrodillado en un reclinatorio ante el cadáver del religioso, que fue exhumado el pasado año para permitir una mejor contemplación.

el-papa-con-s-pio-de-fondoLa Misa fue concelebrada por el Papa con el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone (que normalmente no le acompaña en estos desplazamientos dentro de la Península italiana) y numerosos obispos y sacerdotes, además de la plana mayor de la orden capuchina, con el ministro general Mauro Jöhri a la cabeza. Ratzinger destacó la santidad del religioso, “hombre sencillo, de orígenes humildes, ‘aferrado a Cristo’, como escribe de sí mismo el apóstol Pablo para hacerse un instrumento del poder perenne de su cruz: poder de amor a las almas, de perdón y de reconciliación, de paternidad espiritual, de solidaridad eficaz con los que sufren. Los estigmas que sanaron su cuerpo le unieron espiritualmente al Crucificado-Resucitado”.

Con exquisito tacto, y recordando una de las ideas centrales del Año Sacerdotal, el Santo Padre alertó de “los riesgos del activismo y de la secularización que están siempre presentes. Por eso mi visita tiene también la finalidad de confirmaros en la fidelidad a la misión heredada de vuestro amadísimo padre. Muchos de vosotros, religiosos, religiosas y seglares, estáis tan solicitados por las mil necesidades que exige el servicio a los peregrinos o a los enfermos que corréis el riesgo de descuidar lo verdaderamente necesario: escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios”.

LAS ORDENACIONES LEFEBVRISTAS SON “ILEGÍTIMAS”

La Santa Sede no podía dejar pasar sin comentario las noticias relativas a la anunciada serie de ordenaciones sacerdotales que tiene en programa la Fraternidad San Pío X: su superior, Bernard Fellay, conferirá el sacramento del Orden a ocho diáconos en el seminario de Ecône (Suiza) el 29 de junio, y otras ordenaciones estaban igualmente previstas en Alemania. El 17 de junio, la Sala de Prensa del Vaticano remitía en un comunicado a cuanto afirmó Benedicto XVI en su Carta a los obispos del pasado 10 de marzo: “‘Mientras la Fraternidad no tenga una posición canónica en la Iglesia tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia (…); hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros (…) no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia’. Así pues las ordenaciones deben ser consideradas como ilegítimas”. En otro párrafo, el comunicado da a entender que es inminente el decreto en virtud del cual la Comisión ‘Ecclesia Dei’ -responsable del diálogo con los lefebvristas- se integrará en Doctrina de la Fe (y no en la Congregación para el Culto Divino, lo cual habría agudizado el equívoco de que lo que está en juego son algunos bizantinismos litúrgicos). En los ambientes más informados de la Curia (que no son tantos) reina un cierto pesimismo sobre las posibilidades de llegar a un acuerdo con los lefebvristas, cada vez más desafiantes y autoconvencidos de que le están “ganando la batalla a la Roma modernista”.

apelayo@vidanueva.es 

En el nº 2.666 de Vida Nueva.

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