L’Aquila sigue con el reloj parado

Dos meses después del terremoto, la ciudad permanece igualmente postrada

laquila(Miguel Ángel Malavia) Un 6 de abril de 2009 se paró el reloj de una bella ciudad de la región de los Abruzos, enclavada en pleno corazón de Italia: L’Aquila. Pocos podían imaginar aquel día, que amaneció con apariencia de cotidianeidad, que un espacio repleto de historia, vida y juventud -los numerosos monumentos históricos de la capital de la región se mezclan con los modernos centros, propios de su condición de sede universitaria- quedaría instalada en un estado de desolación y abandono. Un terremoto de 6’3 grados en la escala Richter fue la causa. La consecuencia: 294 muertos, más de 1.500 heridos y un sinfín de infraestructuras arrasadas. Dos meses después, cuando los focos de la caravana mediática ya permanecen definitivamente alejados, resuena el interrogante: ¿Cómo vive hoy L’Aquila?

laquila-2Un simple paseo por esta ciudad de 73.000 habitantes ofrece la respuesta: ni un alma por la calle, ningún establecimiento abierto. Los únicos que se ven entre las aceras abandonadas llevan uniforme militar o el chaleco reflectante de las autoridades sanitarias o los mismos voluntarios, provenientes de distintas ONG italianas e internacionales. Avanzando, en puntos y focos concentrados, se abren conjuntos de homogéneas tiendas de lona azul: las, temporalmente, nuevas casas de los refugiados. El problema es que ese “temporalmente” -el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, en su visita a los refugiados a los pocos días del terremoto, les animó diciéndoles que pensaran que era “como pasar un fin de semana en un camping”- parece suspendido in aeternis. Las numerosas grúas que hay repartidas por toda la ciudad permanecen paradas, nadie recoge escombros… Vida Nueva estuvo en L’Aquila para comprobar cómo es la respuesta a un terremoto dos meses después de producirse.  

laquila-4Preguntado por el aparente caos organizativo, uno de los responsables de seguridad contestó que “aún se están evaluando los daños, estando en la primera fase; la de saber con exactitud qué es lo que ha pasado y a cuántos elementos ha afectado”. Sólo una vez que se haya fijado ese necesario informe con la evaluación de los daños, comenzará la labor propiamente dicha de reconstrucción de las infraestructuras. Así, las miles de personas que se han quedado sin hogar no tienen otra salida que permanecer en los muchos campamentos de refugiados que se han distribuido por toda la ciudad.

laquila-3Son muchos los que han perdido todo, partiendo de su casa. Esta revista acompañó a una expedición de Mensajeros de la Paz que se desplazó con fines humanitarios hasta una residencia de ancianos, que contaba con 200 internos en el momento del terremoto y cuyas instalaciones se encontraban gravemente afectadas. Allí, el Padre Ángel, fundador de la ONG, junto al gerente de la asociación, Pedro Mella, y varios representantes de la misma en Italia, fueron recibidos por el vicealcalde de la ciudad, así como por distintos consejeros regionales y representantes de instituciones locales. La sensación al adentrarse en el edificio vacío era la de que el tiempo se había detenido en el mismo instante en que comenzó el seísmo. Sillas apiladas, objetos tirados, camas revueltas, ropa amontonada, aparatos de radio con un CD dispuesto a sonar… Era fácil imaginar la escena que allí se produjo dos meses antes, con los ancianos y los cuidadores huyendo con lo puesto a la calle por si la casa se venía abajo. La imagen era tan dantesca que hacía más impresionante cualquier mínimo detalle que retrotraía a lo que debió parecer un día normal. La hoja con el menú de la noche anterior, aún sin cambiar, anunciaba la que, sin pensarlo, fue ya la última cena. Un paseo por las habitaciones, la sala de estar o el patio, dejaba ver un enjambre de grietas y agujeros que auguran un duro proceso de reconstrucción. Los representantes de la asociación humanitaria abandonaron la estancia tras anunciar que se comprometían en la ayuda de la financiación de las obras. El propio director de la residencia, agradecido, reconoció que aún no saben si será necesario tirar el edificio para reconstruirlo por completo. Las enormes grietas que había por toda la casa parecían hablar por sí mismas. 

laquila-6Parecido caos era el vivido en los numerosos campamentos de refugiados, diseminados por una ciudad anárquica estructurada por cordones policiales. Uno de los más grandes era el situado en lo que fuera el estadio de fútbol municipal. Allí, aparte de las fuerzas del orden, eran los voluntarios los que gestionaban lo que no dejaba de ser una pequeña ciudad, con aparente normalidad -había una guardería, una sala de estar con televisión, un taller para discapacitados…-, aunque con la salvedad de que los “domicilios” no eran sino tiendas de campaña. Pese a todo, actividades como pasear al perro o reunirse en torno a una mesa -de plástico, por supuesto- para charlar, daban la sensación de una calma que se confundía con la apatía. Sin intimidad para nada, los baños eran portátiles y comunes. Desde Mensajeros de la Paz se ofrecieron para ayudar del modo en que fuera preciso, pero el responsable del campamento les inquirió que se dirigieran directamente a las autoridades civiles, “para que la ayuda sea coordinada”. De este modo, si bien es cierto que no se ha acometido ninguna acción de reconstrucción, la recepción de la ayuda en alimentos y ropa está siendo gestionada bajo las pautas de un plan estratégico. La idea es que no haya una sobreatención en determinados aspectos y se dejen abandonados otros. Según afirmaron los voluntarios del campamento, por el momento se está cubriendo con éxito esta medida, básica para una eficaz ayuda a los damnificados.

laquila-7Pese a todo, el caos. Quien atraviese hoy L’Aquila tendrá la sensación del desasosiego. Al menos, ésa fue la impresión que quedó en los presentes al abandonar la ciudad: se están poniendo medios, pero preside en muchos aspectos la ausencia de acción, la apatía. Atrás quedó una villa histórica, con sus templos y castillos medievales mutilados. Atrás quedó la catedral masacrada donde en el siglo XIII, Celestino V, el Papa ermitaño, tomó posesión de la Silla de Pedro para dos meses después ser el primer y único Papa de la Historia en renunciar al cargo y así volver a su cueva. Atrás dejaron unas calles sin apenas gente, sin ilusión. Atrás quedó L’Aquila: vacía, en silencio; donde lo que fue color, vida y movimiento, fue segado brutalmente por la naturaleza destemplada. Atrás quedaron los escombros, los militares, los camiones con comida y alimentos. Atrás quedó la ola de solidaridad de los cientos de voluntarios que quieren compartir el dolor de la tragedia, a la vez que buscan ser la vacuna que lo sane. Atrás quedaron las grúas que no se movían. Atrás se quedaron cientos de personas sin esperanza, sabedoras ya de que “el fin de semana de camping” va a ser mucho más largo de lo anunciado…

Anarquía en la ‘zona cero’

laquila-8Impactante fue la visita a la ‘zona cero’. Tras conseguir un permiso especial que llegó a última hora, los miembros de la ONG española tuvieron el “privilegio” de acceder a la zona que significó el epicentro del seísmo. Privilegio porque, según explicó el alto cargo militar que vigilaba ese espacio absolutamente acordonado, no se había permitido a nadie acceder al mismo desde aquel fatídico 6 de abril, con la única excepción del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, quien estuvo allí el pasado 19 de mayo, acompañado de Berlusconi. Las posteriores declaraciones de Barroso, en las que se mostraba “profundamente entristecido” por lo visto en persona, se entendían perfectamente ante el panorama desolador que se extendía ante los presentes: aceras levantadas, fachadas enteramente derruidas, coches sepultados… silencio abrumador. Allí se produjo el mayor número de víctimas. Por supuesto, las grúas que había permanecían paradas. Ni un sólo escombro era levantado, ni un resto movido de su sitio. Todo permanecía tal y como quedó cuando la tierra tembló y se resquebrajó. “Aún siguen cayendo partes de edificios cada día…”, advirtió uno de los bomberos que allí tenían instalado su camión. Un espacio gobernado por el silencio y la anarquía.

En el nº 2.663 de Vida Nueva.

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