Nuevo llamamiento a la paz y a la acción social ante la crisis

Desde Montecassino, Benedicto XVI reclama “soluciones válidas” para crear empleo y proteger a las familias

el-papa-rezando(Antonio Pelayo– Roma) De la tierra y del cielo, de la ética y de la mística, de la paz y de la guerra, de la contemplación y de la acción social, de las raíces cristianas de Europa y de la crisis económica con sus flagelos del paro y la miseria, del Dios de la miseria y del hombre atrapado en sus problemas, del benedictino “ora et labora et lege” (“la oración, el trabajo, la cultura”). De todo esto habló Benedicto XVI el día de la Ascensión, domingo 24 de mayo, en la ciudad de Cassino, adonde llegó en helicóptero desde Roma a primeras horas de la mañana.

Esta localidad del Lazio está dominada por la imponente abadía benedictina de Montecassino, fundada en el año 529 por san Benito de Nursia y convertida, con el paso de los siglos, en uno de los lugares más emblemáticos (esta vez, el dichoso adjetivo puede ser utilizado) de Europa. La abadía fue destruida y reconstruida en cuatro ocasiones: por los lombardos en el año 574, por los sarracenos en el 883, por un devastador terremoto en 1349 y por los bombardeos americanos en 1944, que la redujeron literalmente a cenizas. En torno al monasterio amurallado surgen nada menos que cinco cementerios militares (alemán y de la Commonwealth, polaco, italiano y francés) donde están sepultados decenas de miles de soldados que murieron durante los feroces asaltos de las tropas aliadas a la famosa “línea Gustav” de los ejércitos del III Reich.

Solidaridad obrera

El Papa celebró la misa en la hasta ahora Plaza Miranda, pero que, por decisión del consejo municipal, cambiará su nombre por el de Piazza Benedetto XVI.

Bajo un calor sofocante, unas veinte mil personas se habían congregado para acompañar al Santo Padre; muchos de ellos son obreros de Fiat y otras industrias afines radicadas en la zona y que sufren el acoso de la crisis económica. A ella aludió, en sus palabras de saludo, el abad mitrado de Montecassino, Dom Pietro Vitorelli, y a ella se refirió, como no podía ser menos, el Pontífice en su homilía. Desarrollando ante los fieles el célebre lema de la espiritualidad benedictina al referirse al tema del trabajo, dijo: “Sé hasta qué punto es crítica la situación de los trabajadores. Expreso mi solidaridad a cuantos viven en una preocupante precariedad, a los trabajadores en paro subsidiado o sencillamente despedidos. La herida del paro que aflige a este territorio lleve a los responsables de los asuntos públicos [le escuchaba en primera fila el subsecretario de la presidencia, Gianni Letta, mentor político de Silvio Berlusconi], a los empresarios y a cuantos tienen la posibilidad de buscar, con la ayuda de todos, soluciones válidas a la crisis del trabajo creando nuevos empleos para salvaguardar a las familias”.

Antes de dirigirse a la abadía situada en la cima de un monte que domina el amplio valle del Liri, el Papa se paró en la llamada ‘Casa de la Caridad’, donde son acogidos y reciben ayuda pobres, emigrantes y personas necesitadas. “La Iglesia -les dijo en un rápido saludo- no os abandona”. Para Joseph Ratzinger -que escogió el nombre papal de Benedicto en honor del santo fundador y de su antecesor Benedicto XV, que tanto se esforzó por atajar los males de la guerra- éste no es un lugar desconocido. Entre otras visitas, aquí recibió, en el año 2000, al periodista alemán Peter Seewald, autor de una sus biografías (“en esta abadía -les dijo a los numerosos miembros de la gran familia benedictina- he pasado momentos inolvidables de tranquilidad y de oración”).

En su homilía durante la celebración de las Vísperas, el Papa glosó la figura de san Benito, “ejemplo luminoso de santidad”, fundador de esta abadía “que se yergue como una silenciosa advertencia a rechazar toda forma de violencia para construir la paz en las familias, en la comunidad, entre los pueblos y en toda la humanidad”. Insistió en su idea -ya expuesta en su famoso discurso parisino del Convento des Bernardins- de cómo la fusión de la cruz (que es la ley de Cristo) el libro o la cultura, y el arado (“que significa el trabajo, la señoría sobre la materia y el tiempo”) había engendrado a numerosos pueblos del continente europeo, “educándose en el sentido de la continuidad con el pasado, la acción concreta por el bien común, la apertura a Dios y a la dimensión trascendente. Roguemos para que Europa sepa siempre valorizar este patrimonio de principios y de ideales cristianos que constituye una inmensa riqueza cultural y espiritual”.

Antes de abandonar el recinto del monasterio -donde reposan los restos de san Benito-, el Papa se dirigió al contiguo cementerio polaco (con más de mil tumbas de soldados pertenecientes al segundo cuerpo del ejército del general Anders), y después de encender una lámpara votiva, recitó una oración por “los caídos de todas las guerras y de todas las naciones”. “He ido a Tierra Santa -había dicho antes- como peregrino de paz y hoy quiero subrayar que la paz es, en primer lugar, un don de Dios”.

Sobre la carta a los chinos

Acaban de cumplirse dos años de la publicación de la carta que Benedicto XVI dirigió al pueblo y a la Iglesia de China, un documento que -según afirma un comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede- “ha dado origen no sólo a encuentros de estudio para profundizar sus contenidos, sino también a muchas iniciativas de carácter pastoral que está convirtiéndose en un seguro punto de referencia para la solución de los varios problemas que la comunidad católica debe afrontar ya sea en el plan doctrinal como en el práctico y disciplinar”. Ahora se ha hecho un compendio de dicha carta que ha sido ya colgado en el sito web vaticano en sus versiones inglesa y china.

benedicto-y-cardenal-martinEl cardenal Carlo Mª Martini, aunque lo pretendiese, no puede pasar desapercibido, y tenemos una nueva prueba de lo afirmado con la aparición de un breve libro que acaba de publicar, fruto de sus conversaciones con el sacerdote italiano Luigi Maria Verzé, fundador, entre otras cosas, del gran hospital de San Rafael en Milán. El libro se titula Estamos todos en la misma barca (la de la Iglesia, obviamente, pero también la de la humanidad entera). Entre los meses de febrero y abril de este año, ambos se han encontrado varias veces, y bajo la batuta del periodista Armando Torro ha surgido este librito de fácil pero sugestiva lectura.

Los periódicos de forma casi inmediata han reflejado la apertura del cardenal Martini a los católicos divorciados y que han vuelto a casarse (añoso problema sobre el que el mismo Papa ha expresado en más de una ocasión su pensamiento). El cardenal opina que la Iglesia debe mostrarse generosa, “pero no con todos -añade-, porque no debemos favorecer la ligereza y la superficialidad, sino promover la fidelidad y la perseverancia. Pero hay algunos que están en un estado irreversible y sin culpa. Han asumido tal vez nuevos deberes hacia los hijos tenidos en el segundo matrimonio mientras no hay ningún motivo para dar marcha atrás; es más, no sería conveniente tal comportamiento. Creo que la Iglesia debe encontrar soluciones para estas personas. He dicho con frecuencia y lo repito a los sacerdotes, que están formados para construir el hombre nuevo según el evangelio, pero en realidad tiene también que ocuparse de arreglar algunos huesos rotos y de salvar a los náufragos… Pero son problemas que no puede resolver un sacerdote, ni siquiera un obispo. Es necesario que toda la Iglesia reflexione sobre estos casos y, guiada por el Papa, encuentre un camino de salida”.

POR UN AÑO SACERDOTAL POSITIVO Y PROPOSITIVO

hummesCasi en los dinteles del Año Sacerdotal promulgado para celebrar el 150º aniversario de la muerte de san Juan Maria Bautista Vianney (‘el cura de Ars’) que el Papa abrirá el próximo 19 de junio, el cardenal Claudio Hummes, prefecto de la Congregación para el Clero, ha dirigido una carta a todos los sacerdotes del mundo. “Debe ser -dice el purpurado brasileño- un año positivo y propositivo, en el que la Iglesia quiere decir sobre todo a los sacerdotes pero también a los cristianos, a la sociedad mundial mediante los medios globales de comunicación, que está orgullosa de sus sacerdotes, que los ama y los venera, que los admira y reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. La inmensa mayoría de sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, hombres de oración y de caridad pastoral, que consuman su total existencia en actuar la propia vocación y misión y, en tantas ocasiones, con grandes sacrificios personales pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo; solidarios con los pobres y con quienes sufren. Por eso la Iglesia se muestra orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo”.

Según el que fue durante varios años arzobispo de São Paolo en Brasil, el Año “debe ser una ocasión para un período de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad”.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.662 de Vida Nueva.

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