Cesáreo García del Cerro: “Cristo vaga por nuestras calles”

Jesuita

cesareo-garcia(Texto y foto: José Ramón Amor Pan) Decir Cesáreo García del Cerro es sinónimo de cooperación al desarrollo y espíritu de fraternidad misional con Latinoamérica. Y es que este jesuita madrileño (aunque nació en Sevilla y su padre fue uno de los fundadores del Sevilla F.C., a los tres años se trasladó a vivir a Madrid) ha liderado 1.415 proyectos de desarrollo integral desde el Secretariado Latinoamericano de la Compañía de Jesús (del que ha sido su director desde 1968 hasta 2002) y desde la ONG Fe y Alegría (fundada por el P. Vélaz en Caracas en 1955, que él y el P. Faustino Martínez de Olcoz apoyaron en España desde muy pronto y que hoy atiende a más de un millón y medio de niños en las barriadas marginales de 16 países latinoamericanos, a los que recientemente se ha sumado Chad, en África).

Estudió Humanidades en Aranjuez, Filosofía en Chamartín, Teología en Granada y Administración y Dirección de Empresas en Chicago. Hizo el magisterio en Perú y la tercera probación en Bélgica. Estaba destinado a ser profesor de la Universidad del Pacífico, pero sus superiores cambiaron de opinión y le encomendaron la tarea de ayudar desde España a las obras que la Compañía tenía en América Latina.

Manos Unidas

Su nombre es bien conocido también en Manos Unidas, con la que ha colaborado muy intensamente, desarrollando un papel importantísimo en la transformación de principios de los 80, que supuso pasar de una simple campaña anual a ser una ONG en el sentido pleno del término (con una estructura estable, con una presencia continuada a lo largo de todo el año, con profesionales cualificados en la gestión y elaboración de los proyectos). Fue el animador del I Seminario de Jóvenes de Manos Unidas en 1984: hombres y mujeres para los demás, como le gusta repetir citando al P. Arrupe, que hacen de la vida un ideal de servicio. 

No es extraño, pues, que entre otros reconocimientos tenga la Medalla de Oro de la ciudad de Arequipa o la Orden del Mérito Civil de Perú. Hoy, feliz y contento como siempre, con una prótesis de titanio en una de sus rodillas y un cáncer de próstata superado, está desde el año 2002 en la Residencia que la Compañía de Jesús tiene en Murcia. Allí se dedica a confesar, celebrar la Eucaristía y dar retiros: lleva más de 60.000 confesiones en estos siete años, con alegrías enormes, como la de aquel hombre que llevaba más de 80 años sin acercarse al Sacramento… En todas sus misas habla de justicia, de solidaridad, de aquellos que tienen mucho menos que nosotros, del hambre en el mundo, de que todos somos hijos de Dios… Y lo hace con entusiasmo y convicción, por lo que no es extraño que los fieles sigan canalizando a través de él importantes donativos para las misiones jesuíticas de Hispanoamérica.

A lo largo de la conversación destaca dos puntos que le parecen muy relevantes. El primero de ellos se refiere al hecho de que Fe y Alegría es una obra intercongregacional: 42 congregaciones religiosas trabajando codo con codo en un mismo proyecto, todo un testimonio de comunión y coordinación y de que, aun con sensibilidades teológicas diferentes, es posible la unión en una única acción. La segunda realidad en la que pone un fuerte énfasis es en la construcción de viviendas para pobres que lleva a cabo el Hogar de Cristo, esa maravillosa obra de caridad puesta en marcha en 1944 por el hoy san Alberto Hurtado (1901-1952): “Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen hace muchos años del beso de madre sobre su frente… ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros, los que tenemos la dicha de tener hogar confortable, comida abundante, medios para educar y asegurar el porvenir de los hijos?”.

En esencia

Una película: La vida es bella, Roberto Benigni.

Un libro: los Evangelios.

Una canción: cualquiera del grupo Abba.

Un rincón: el Sagrario.

Un recuerdo de la infancia: Liébana y los Picos de Europa.

Un deseo frustrado: que desaparezca el Tercer Mundo.

La última alegría: las confesiones de ayer.

Un sueño: que todos los malos sean buenos y los buenos, simpáticos.

Una persona: Pedro Arrupe.

Un valor: la alegría.

El momento más feliz de la vida: mi ordenación sacerdotal.

Que me recuerden por: haber hecho algo bueno por los demás.

jramor@vidanueva.es

En el nº 2.662 de Vida Nueva.

Compartir