El Gobierno se empecina con el aborto

mano-con-un-feto(José Ramón Amor Pan– Doctor en Teología Moral y especialista en Bioética) Cada vez más mujeres abortan y cada vez son más jóvenes, según los datos del Ministerio de Sanidad. Entre los adolescentes españoles parece haber calado la idea de la “píldora del día después” y del aborto como un método anticonceptivo más -los más contundentes-, como recoge el sociólogo Javier Elzo en su encuesta entre la población juvenil española. A esta situación responde el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, a través de su ministra de Igualdad, Bibiana Aído, haciendo más accesibles tanto ese fármaco después como el aborto. Y todo en una semana, antes y después del debate sobre el Estado de la Nación. Y lo hace también cuando aún no se ha cumplido un año y medio de haber votado en contra de una iniciativa parlamentaria de Izquierda Unida que iba en una línea similar. ¿Qué ha cambiado en la escena política y social española durante estos meses? Respondan ustedes mismos y entenderán entonces cuál es la verdadera intencionalidad de esta medida del presidente Zapatero.

Modelo preventista

protesta-contra-abortoA lo mejor les ayudan en ese proceso hermenéutico dos pequeños detalles. Parece que, a tenor de los hechos, El País fue el único medio que tuvo acceso al texto del anteproyecto antes de su aprobación por el Consejo de Ministros, pues dedicaba dos páginas a desmenuzarlo concienzudamente el mismo jueves 14 en que lo debatían los ministros; el resto, habrían de esperar a las declaraciones de Aído en la rueda de prensa posterior a dicha reunión. El segundo elemento puede resultar también muy significativo: al menos hasta cinco días después de su aprobación, el texto completo del anteproyecto sólo se podía encontrar en www.nosotrasdecidimos.org (una web que invita desde el primer momento no sólo a sumarse a la iniciativa gubernamental, sino a pedirle al Gobierno que vaya incluso más allá de lo inicialmente propuesto), pero no así ni en la página oficial del Gobierno español ni en la del Ministerio de Igualdad.

Es cierto, como sostiene la ministra Aído, que la educación sexual en España es una necesidad social urgente. Pero no es del todo cierto lo que señaló en la presentación del anteproyecto (que el texto da por primera vez rango de ley a la educación sexual en nuestro país), pues la LOGSE la introdujo en nuestro sistema educativo, si bien dicha ley definió la educación sexual como una materia transversal y no como una asignatura más, y el problema es que nunca se ha llegado a desarrollar adecuadamente. Ahora bien, el modelo de educación sexual que se propone en el artículo 9 del anteproyecto es demasiado preventista, centrado en la violencia de género, las agresiones y los abusos sexuales, en las enfermedades de transmisión sexual y en los embarazos no deseados. La formación educativa en materia sexual de los adolescentes debería ser más amplia y contemplar no sólo los aspectos anatómicos o fisiológicos del sexo, sino también los afectivos y espirituales, en una perspectiva amplia del hecho sexual humano (la misma perspectiva, por cierto, que se ofrece en el anteproyecto al definir la salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades: una definición, por otra parte, desfasada y superada). La información es una condición para las conductas saludables, pero resulta indispensable adquirir a la vez aquellas habilidades y actitudes (virtudes) que permitan y fomenten la toma de decisiones coherentes, algo que parece desconocer la ministra. Aquí está el meollo de la cuestión.

Una sexualidad entendida sin responsabilidades y banalizada hasta el extremo es una sexualidad deshumanizadora, arrancada de sus fines peculiares, que va a seguir produciendo aquello que se dice querer evitar (enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados e incremento en el número de abortos). De ese modo, se está impidiendo a los adolescentes alcanzar la madurez psicológica a la que tienen derecho y se les engaña diciéndoles que se han liberado y que los poderes públicos modernos y progresistas velan por sus intereses… Sólo una educación sexual que forje el carácter de las personas y que incluya, por ello mismo, como elementos básicos del ejercicio de la sexualidad valores tales como dominio de sí, sentido de la responsabilidad, dig- nidad y respeto de uno mismo y de los demás, altruismo, lealtad y fidelidad, disfrute del presente, pero con capacidad de mirar al futuro y aprender del pasado, etc., será capaz verdaderamente de estar al servicio de las jóvenes generaciones, promocionando su calidad de vida, su felicidad y su desarrollo personal y también comunitario.

Los padres, al margen

Uno de los puntos más graves, tanto del asunto de la “píldora del día después” como del anteproyecto de ley, y que más polémica están levantando, incluso dentro del mismo PSOE (se han pronunciado en contra el presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, o el ex presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, entre otros), es que ambas iniciativas minan el respeto de los hijos a la autoridad legítima de sus padres. Los impulsores de tal decisión parecen desconocer la importancia de la familia en el desarrollo de las personas y de los pueblos, una afirmación avalada por el mejor conocimiento científico del que disponemos, precisamente porque la familia es el ámbito comunitario de la confianza por definición, algo que se quiebra si los padres permanecen ajenos a asuntos tan serios como los que son objeto de estas medidas, que han suscitado el rechazo de amplios sectores de la sociedad española e hipotecan el desarrollo ético de generaciones enteras. 

protesta-contra-aborto-2La justificación de esta ley se asienta en que ofrece más garantías jurídicas y más seguridad, algo que no es verdad con ese concepto de salud antes citado y con el artículo 15 en la mano, porque siguen siendo los que firmen el dictamen médico quienes interpreten lo que es un grave riesgo para la vida o la salud de la embarazada, así como el riesgo de graves anomalías en el feto, exactamente igual que en la actualidad: son conceptos totalmente indeterminados que seguirán dando cobertura a abusos intolerables, como ya ocurre. ¿Seguirá siendo el síndrome de Down una de esas graves anomalías del feto que justifiquen un aborto eugenésico, desoyendo el clamor de las personas con síndrome de Down adultas y de sus familiares? Al hilo de esto, es curioso que la exposición de motivos del anteproyecto afirme que debe tenerse en cuenta la Convención de Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad, que dispone la obligación de los Estados Partes la obligación de respetar “el derecho de las personas con discapacidad a decidir libremente y de manera responsable el número de hijos que quieren tener […] y a tener acceso a información, educación sobre reproducción y planificación familiar apropiados para su edad y se ofrezcan los medios necesarios que les permitan ejercer esos derechos”, así como que “mantengan su fertilidad, en igualdad de condiciones que los demás”, y se olvide, mientras tanto, de que esa misma Convención dice: “Los Estados Partes reafirman el derecho inherente a la vida de todos los seres humanos y adoptarán todas las medidas necesarias para garantizar el goce efectivo de ese derecho por las personas con discapacidad en igualdad de condiciones con las demás”.

División en la sociedad

El texto normativo, por lo demás, rompe el delicado equilibrio que el Tribunal Constitucional había establecido entre el derecho del nasciturus y el derecho de la mujer a decidir. El Gobierno afirma que con esta ley nos equiparamos a los países de nuestro entorno, argumento muy manido: ¿por qué no equipararnos en otras cosas, las cifras del paro, por ejemplo?, cabría preguntarse. Además, apunta un cierto complejo de inferioridad, más propio de otras épocas, que nos lleva a mirar siempre hacia fuera como ubicación de lo moderno y progresista, en vez de pensar que, a lo mejor, tendrían que ser los de afuera los que tuviesen que aprender de nosotros. Porque la defensa de la vida es lo único permanentemente moderno y progresista, como pusiera de relieve Juan Pablo II en su célebre encíclica Evangelium vitae, algo que parecen desconocer muchos gobernantes.

Esta iniciativa, además, reabre una cuestión sobre la que no hay consenso social ni ha habido una demanda previa significativa. Recientes encuestas en los medios de comunicación señalan que aún son mayoría quienes se proclaman en España contrarios a esta reforma. Una división que podrá verse probablemente cuando pase su trámite parlamentario. Al ser una ley orgánica, necesitará de mayoría absoluta para su aprobación por parte del Congreso de los Diputados, tal y como señala el artículo 81 de la Constitución. Aunque parece que el PSOE podrá sacarla adelante con los votos de los grupos de izquierda, el hemiciclo registrará de nuevo una profunda división sobre un tema tan sensible. El PP, por su parte, ya ha anunciado su intención de recurrirla ante el Tribunal Constitucional.

La Conferencia Episcopal Española ha salido al paso del tema de la píldora del día después y, a instancias de su Comité Ejecutivo, ha pedido a la Secretaría General que recuerde a través de su web (www.conferenciaepiscopal.es) las orientaciones que llevan ofreciendo al respecto a la sociedad desde el año 1998. Los miembros del Ejecutivo tomaron esa determinación también el pasado día 14 y “ante las sorprendentes medidas que permiten la venta sin prescripción médica de fármacos con posibles efectos abortivos y eventuales consecuencias negativas para la salud de las mujeres o niñas que los utilicen”. Al cierre de este número de Vida Nueva, los obispos aún no se habían pronunciado sobre el anteproyecto de la reforma, cuyo texto no conocían de forma oficial.

JUGANDO CON EL AMOR Y LA VIDA

de-la-vega-y-aido(José-Román Flecha Andrés– Catedrático de Teología Moral y director del Centro de Orientación Familiar de la Universidad Pontificia de Salamanca) En un momento de crisis económica y social, que revela una más profunda crisis ética, hay que valorar con toda responsabilidad la toma de decisiones. En España se produjeron en 2008 un total de 112.138 abortos. 

En 6.273 casos, en muchachas menores de 18 años. Más de 10.600 menores de edad habían quedado embarazadas en ese año. A todas luces, estas cifras son escandalosas. Una sociedad en la que se dan estas situaciones es una sociedad inmoral. Y más inmoral todavía si no le preocupa la situación.

La sexualidad humana no es un fenómeno puramente biológico. Es un lenguaje, cargado de mensajes y significados. Pero a lo largo del último medio siglo se ha ido desvinculando la sexualidad de las realidades en las que encuentra sentido y se la ha convertido en fin en sí misma. Se comenzó por desvincularla del matrimonio. Después se la separó de la procreación. Finalmente, se ha desconectado la sexualidad del amor. 

Todo eso se ha dicho y se ha hecho en estos años. Y a muchos les ha parecido el mayor signo de la libertad y del progreso. Era el aprobado de la “asignatura pendiente”.

Pero la operación no ha salido gratis. Esas ideas han favorecido la promiscuidad sexual y, a la larga, han aumentado los embarazos precoces. Y los abortos. Es una pena que ni a los políticos ni a los medios de comunicación les preocupe la soledad y las lágrimas vertidas por quienes han jugado con el amor y con la vida.

Se puede discutir si los responsables de la sanidad pública están alarmados, tratan de hacer demagogia o ceder a presiones que dejan por el camino muy pingües beneficios. Han pretendido poner remedio ofreciendo preservativos. Con esa fácil publicidad se ha favorecido la promiscuidad y la frivolidad en las relaciones sexuales. Como no bastaba el remedio, era preciso dar un paso más. La oferta masiva de la “píldora del día después” evitará los abortos quirúrgicos. Pero favorecerá los abortos clandestinos. Los efectos malvados de la decisión son tremendos. Habrá que reflexionar sobre ellos más despacio.

Ahora basta observar cómo la falta de formación ética trata de paliarse por medio de instrumentos técnicos. Pero la entrega de información y de instrumentos es contraproducente cuando se esquiva la educación de los valores morales. Así no se ayuda a la persona a crecer como tal ni se propicia una sociedad sana y responsable. Evidentemente no hay de qué felicitarse.

En el nº 2.661 de Vida Nueva.

Compartir