Alfonso Borrás: “Respeto y atención a todos son la fuerza de la parroquia”

Vicario general de Lieja (Bélgica)

alfonso-borras(José Luis Celada) Profesor de Derecho Canónico en la Universidad Católica de Lovaina y en el Instituto Católico de París, el sacerdote de origen español Alfonso Borrás es también desde el año 2001 vicario general de la diócesis belga de Lieja. Ahora, junto a Gilles Routhier, acaba de publicar La nueva parroquia (Sal Terrae), ese lugar que debería ser “la Iglesia para todo y para todos”.

¿Sigue siendo la parroquia la célula organizativa de la Iglesia?

Es la célula “básica” de la vida eclesial en una diócesis, el tipo de comunidad que ofrece lo esencial -lo mínimo necesario- para descubrir a Jesucristo, vivir del Evangelio, caminar en la fe. La Iglesia local adquiere en gran parte su visibilidad por la red parroquial. Sociológicamente, hace reconocible para cualquiera el hecho cristiano, y cada cual es libre de frecuentarla, de sumarse a ella, de comprometerse en su seno, de participar en su vida. Sencillamente, la parroquia es en un lugar “la Iglesia para todo y para todos”. En la diócesis hay, sin embargo, una diversidad de comunidades cristianas -asociaciones, movimientos, abadías, grupos de compromiso social, colegios, etc.-. Así que la vida eclesial en una diócesis no se reduce a la parroquia.

En el libro certifican el final de la cristiandad y de la “civilización parroquial”. ¿Cuáles son las consecuencias?

Vamos saliendo de un largo período de “cristiandad”, en el que se compaginaban el campo social y el religioso, lo civil y lo eclesial. Hoy vivimos en una sociedad pluralista, con diversidad de creencias y religiones. Aunque muchos ciudadanos sigan refiriéndose al “hecho cristiano”, ya no se puede hablar de “tierras cristianas”. La parroquia ya no se puede definir sólo como una demarcación territorial. La red parroquial ya no puede pretender cubrir y cuadricular un territorio, pero sí tiene vocación de traducir en un lugar la memoria cristiana. 

Renovación

¿Qué tipo de parroquia tenemos ahora?

¡Basta mirar cómo se hacen presentes los feligreses en la parroquia! Los hay que se comprometen en ella y la experimentan como una “comunidad”; otros sólo acuden en ciertos momentos de su vida, y suelen considerarla como un “servicio público”. Entre ambos modelos hay una tensión dinámica. Si se acentúa el aspecto “comunitario”, sin la permanente apertura y un diálogo sereno con el entorno social y la gente tal y como vive su búsqueda religiosa, se corre el peligro del repliegue, del sectarismo. Si se acentúa el aspecto de “servicio público”, se reduce la fe a un bien de consumo, sin lograr lo que pretende, es decir, una vida en comunión con Dios, que se traduce en un compromiso evangélico y se manifiesta en la celebración litúrgica.

¿Por dónde debería pasar la renovación parroquial? 

Ante todo, por la toma de conciencia de que hemos salido de la cristiandad. ¡Hay que dejar de soñar con un mundo que ya no existe! Luego cabe reajustar la red parroquial a las necesidades del anuncio del Evangelio a la gente de hoy, que ya no se identifica exclusivamente por su pertenencia a un lugar, sino que realiza su búsqueda religiosa eligiendo lo que le parece más saludable y caminando con otros con los que tiene afinidades. Una gente con afán de libertad que no soporta un marco institucional, pero que sigue dispuesta a vivir una experiencia de fe. En las ciudades hay que apostar por una diversidad parroquial que pueda coincidir con esa relativa variedad de trayectorias personales de fe, para, a la vez, darles un marco comunitario. 

alfonso-borras-2La falta de sacerdotes y de recursos económicos o el descenso de la práctica religiosa inciden en la vitalidad de la parroquia, pero ¿qué otros factores pueden influir negativamente?

¡La angustia! El miedo de no ser ya tan numerosos. El antídoto es la apertura, la colaboración y la solidaridad interparroquial; y, sobre esa base, su complementariedad. Otro factor es el “mito comunitario”, en el sentido de una opción por un tipo de sociabilidad, un tipo de grupo donde todos deberían conocerse, intercambiar a nivel muy personal, adherirse a objetivos y estrategias. Es como una ley sociológica: un grupo, cuanto más se hace -se quiere- pequeño, más difícil resulta sumarse a él, inserirse. Por eso, el modelo “asamblea” como grupo abierto, con vocación universal, en el respeto de cada cual y con la debida atención a todos, sobre todo a los que les cuesta dar el paso, sigue siendo la fuerza de la parroquia: como la Iglesia, la parroquia es… “¡para todos!”. Aquí se juega la catolicidad que confesamos el domingo.

¿Cómo podría recuperar la parroquia cierto protagonismo perdido? 

No se trata de recuperar lo perdido, sino de ver cómo se relaciona la parroquia con otras realidades eclesiales, no para absorberlas, sino para desarrollar una complementariedad. Es en el plano diocesano donde hay que pensar e integrar esta diversidad de expresiones de caminos de fe y de lugares de vida eclesial. Lo importante es favorecer las relaciones y federar las iniciativas. 

¿Cómo potencian o limitan el papel de las parroquias las estructuras administrativas y pastorales de la Iglesia? 

En la mayor parte de los países de Europa, vamos saliendo de un período de descalificación de la parroquia. A pesar de los cambios sociales y de las evoluciones culturales, la parroquia no sólo ha resistido estas últimas décadas, sino que ha manifestado su capacidad de ser “para todos”. Tan sólo podrá cumplir su papel si acepta la dinámica interparroquial: eso significará, a veces, que una parroquia concreta no pretenda “hacer todo” ya, sino que cumpla su papel de ser en un lugar “para todo y para todos” uniéndose con parroquias vecinas.

El Vaticano II abogó por una parroquia inculturada y misionera y, a menudo, nos encontramos con meros centros dispensadores de sacramentos. ¿Qué se puede hacer? 

Inculturarse significa entrar en un diálogo con la cultura, con nuestro entorno, con la gente tal y como es, etc. Y a la vez, cuestionar esas realidades a la luz del Evangelio, pero con muchísima humildad, sin pretender dar lecciones, encasillar las almas… Si la gente sigue acudiendo a la Iglesia, y sigue pidiendo “servicios” a la parroquia, hay que aprovechar la oportunidad para ofrecerles dar juntos unos pasos en el camino del Evangelio. Dicha propuesta se hará con un gran respeto, porque no sólo tenemos algo que ofrecer, sino también que recibir. ¿No es esto el “diálogo”? El hombre de hoy -y hasta nosotros mismos- necesitamos mucha escucha, porque no es fácil hoy vivir. Lo que sí puede ofrecer la parroquia siendo “para todos” es la oferta libre de un camino de fe, sin pretender recuperar ni dominar, sino incrementando la libertad de cada individuo y favoreciendo su respuesta personal a Dios

¿Cómo pueden nuestras comunidades acompañar al cristiano en su camino de fe, respetando la diversidad de carismas y sin perder su sentido de comunión?

Ofreciendo un abanico de propuestas a nivel global de la unidad pastoral o “nueva parroquia”, contando con acontecimientos litúrgicos o parroquiales suficientemente federativos para reunir o congregar a la gente de varias comunidades locales para que vayan tomando conciencia de que con los demás feligreses de la unidad pastoral les toca dar testimonio de Jesucristo y manifestar en su entorno la buena noticia del Evangelio. También habrá que contar con acontecimientos diocesanos que ofrezcan la posibilidad de profundizar la conciencia común de los fieles de una misma diócesis de ser no sólo desde la red parroquial, sino contando con las demás realidades eclesiales de la Iglesia de Dios “en este lugar”.

En el nº 2.657 de Vida Nueva.

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