Guatemala vive atrapada entre la violencia y la impunidad

Los asaltos a autobuses son el último capítulo de una trágica ola de crímenes en el país que no cesa

familia-nino-muerto-guatema(L. F.– Guatemala) Muy pocos lo saben. Algo conocen quienes tienen algún amigo allí, o los que han estado en viaje solidario. Quienes han ido de turismo vuelven hablando maravillas de las ruinas mayas: no se dieron cuenta de que todo el país está en ruinas. Cuando se intenta buscar las causas de lo que está sucediendo en Guatemala, lo que se encuentra es el número de muertos. Especialmente, conductores de autobús (este año, hasta marzo, 35 asesinados), junto a los pasajeros que se quisieron resistir o que se encontraron con una bala perdida. Aunque, por lo general, las balas perdidas prefieren a los niños. La última víctima: Anthony Josué Rosales, de dos meses. Su madre cogió el autobús equivocado…

El miedo es la gran mordaza. Todos saben quiénes son los culpables. Nadie, ni los familiares de las víctimas, da el paso de denunciarlos. La impunidad es tal que sólo en el 3% de los casos el criminal acaba siendo condenado. 

El caos es total. En muchos barrios periféricos están cerrando los pequeños comercios: la venta de tortillas de maíz, la papelería, la tienda de alimentación.

En Europa ya se ha popularizado la palabra mara (de la “marabunta”, aquellas hormigas que pasan destruyéndolo todo). Un marero llama por teléfono diciendo que conoce a la familia, qué hacen, cuándo salen… y exigiendo un “impuesto”. La causa primera por la que son asesinados los conductores de autobús era ésta: no pagaron el “impuesto”. Ahora ya, ni eso. Algunos han muerto sin que les hubieran amenazado.

Crímenes que afectan a todos, pero especialmente a las mujeres. En un medio de transporte, pero también en los más diversos escenarios. Guatemala ha visto morir asesinadas a 317 mujeres en un año. ¿A quién le benefician esas muertes? Se habla del “crimen organizado”, del “narcotráfico”. Mientras no se ponga nombre concreto a los asesinos y esposas a sus muñecas, ahí andan sueltos.

Reflexionando sobre las raíces de esta ola de violencia, tal vez se encuentren en la guerra civil que asoló Guatemala durante 36 años (1960-1996). Un terrible conflicto armado con más de 250.000 víctimas (entre ellas 45.000 desaparecidos). Ésas son las cifras, pero ¿dónde están ahora quienes mataron y secuestraron? Fueron militares: soldados de a pie los que dispararon y oficiales quienes les mandaban. La mayoría vagan hoy por Guatemala, tal vez fuera del ejército, pero con la costumbre de matar civiles con su gatillo fácil. Eso los soldados de a pie, embrutecidos por las masacres que hicieron. Pero, ¿y los oficiales y generales? Siguieron ascendiendo en el escalafón. Alguno también anduvo metido en política y hasta fue candidato a la presidencia… Su lema era: “Mano dura”. Como no logró la presidencia, ahora le viene bien que haya tantos crímenes para volver  gritando en los próximos comicios: “¡Ven como hacía falta mano dura!”. 

Como conclusión, basta con seguir el desarrollo de esta cadena: conductores de autobús asesinados, niños y mujeres masacrados, pequeños comerciantes extorsionados… Sólo cabe relacionarlos con los mareros. Y a las maras, con la policía. Y a los mareros y policías con los militares y empresarios embarcados en turbios negocios que aprovechan este río revuelto y ensangrentado para mantener sus privilegios y ganancias, su tráfico, sus empresas. ¿Qué hacer? Dar a conocer la situación para que la presión internacional surta efecto puede ser un primer paso.

JORNADA HISTÓRICA Y FESTIVA

En medio de este panorama desolador, en Guatemala también hay espacio para las buenas noticias, como la que protagonizaron ocho nuevos sacerdotes y once diáconos, ordenados el 28 de marzo por el obispo de Sololá-Chimaltenango, Gonzalo de Villa, en medio de una gran fiesta a la que asistieron unos 5.000 fieles. Era la primera vez en esta diócesis -y en todo el país-, de mayoría indígena, que se ordenaban tantos seminaristas locales en una misma celebración. En su homilía, el prelado resaltó el papel del sacerdote como “ministro de reconciliación” e invitó a los ordenandos a “vivir su sacerdocio como hombres que buscan la paz” en una Guatemala “donde la violencia y el crimen crecen cada día, donde odios y rivalidades dividen comunidades”.

Al final de la celebración, tres de los recién ordenados agradecieron, cada uno en su propia lengua materna (cakchiquel, quiché y tzutuhil), la labor de “todas aquellas personas que desde el anonimato de la oración y del sacrificio piden por las vocaciones y por los sacerdotes”.

En el nº 2.655 de Vida Nueva.

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