Felipe Arizmendi: “Las tensiones de Puebla se han vuelto fraternidad en Aparecida”

Obispo de San Cristóbal de Las Casas (México)

(J. L. Celada) Acaba de cumplirse el trigésimo aniversario de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en la ciudad mexicana de Puebla. De aquella cita surgió un documento sobre La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, cuyas reflexiones permanecen todavía muy vivas en el caminar de una Iglesia inmersa ahora en la Misión Continental surgida de Aparecida. De todo ello ha hablado con Vida Nueva el obispo de la diócesis chiapaneca de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi.

¿Qué supuso para la Iglesia latinoamericana la Conferencia de Puebla?

Eran tiempos difíciles al interior de la Iglesia, por las corrientes contrapuestas a raíz de la teología de la liberación. Las posturas eran excluyentes y hasta condenatorias. El discurso inaugural de Juan Pablo II centró muchos puntos en el llamado “trípode” papal: Jesucristo, Iglesia, Hombre. Por una parte, poniendo como punto fundamental de referencia a Jesucristo, algo que parecería obvio, pero que en la práctica no se resaltaba tanto como ahora. La Iglesia, como mediación entre el ser humano y Jesucristo; por tanto, sin quitarle su lugar a Él y poniéndose al servicio de los hombres. La Iglesia no es fin en sí misma, sino toda ella al servicio de Jesucristo y de la humanidad, en particular de los pobres, siguiendo así el camino marcado por Él.

¿Qué queda del espíritu que recorre el Documento de Puebla en la Iglesia que hoy peregrina en el continente?

Algo de lo más resaltante, después del trípode anterior, y como consecuencia del mismo, es la opción preferencial por los pobres. Ha tomado tanta fuerza que es parte ya del magisterio pontificio y patrimonio de la Iglesia universal. Cada día se ha ido profundizando más en ella, considerándola, como han hecho los dos últimos Papas y el propio Documento de Aparecida, una exigencia connatural del seguimiento de Jesús. Un verdadero discípulo suyo no puede menos que hacer lo que Él hizo: amar con preferencia y con compasión misericordiosa y transformadora, liberadora, a los pobres y a los pecadores, que son los más pobres. Quien no ama así a los pobres no es cristiano, no es católico, no es verdadero ser humano. Por otra parte, no se ha perdido la opción por los jóvenes y por los constructores de la sociedad pluralista, pero la evangelización de los pobres es lo que da identidad a la Iglesia, como se la dio al mismo Jesús para ser reconocido como el Mesías.

Las circunstancias de entonces poco tienen que ver con la realidad actual. ¿Cómo ha ido adaptándose la Iglesia a ese contexto cambiante?

Discernir los signos de los tiempos es un reto permanente y, por tanto, cambiante, pues la historia no se detiene. En Santo Domingo, tratamos de responder al acontecimiento del V Centenario, cuando aún quedaban restos de desconfianzas y posturas enfrentadas. En Aparecida, sobre todo en el capítulo II, tratamos de leer la realidad actual, globalizada e inestable como reto para la misión evangelizadora de la Iglesia. América Latina y El Caribe no se pueden encerrar en sí mismos, pues hoy todo nos afecta, y esto nos cuestiona, nos exige no quedarnos anclados en el pasado, en una pastoral predominantemente rural. Las grandes urbes, el sistema económico generador de injusticias, la migración, los cambios sociales y políticos, los medios de comunicación, nos exigen respuestas adecuadas, a la luz perenne del Evangelio.

Aparte de esta lógica distancia en el tiempo y todo lo que comporta, ¿cuáles son las diferencias más notables entre Puebla y Aparecida?

Una de las más notables es el ambiente eclesial en que ambas se desarrollaron. En Puebla hubo muchas tensiones internas y externas, en un clima marcado por ideologías que exigían claridad doctrinal y pastoral. Aparecida fue muy tranquila y serena; profunda y con discusiones importantes, pues al interior de la Iglesia hay posturas y matices distintos, pero escuchándonos con respeto y sin tantas desconfianzas. Era muy hermoso escuchar nuestras discusiones, pero llegando a consensos serenos. En Puebla hubo mucho sufrimiento por el proceso de la Conferencia; en Aparecida gozamos y disfrutamos mucho la fraternidad. En Puebla había grupos externos tratando de influir por todos los medios posibles en el desarrollo de cada día. En Aparecida, aunque no faltaban agentes externos que intentaban introducirnos sus escritos, el único grupo más formal era el de Amerindia, pero su trabajo fue de colaboración con quien quería escucharles, no de otro tipo de presiones.

¿Cuáles son las prioridades de la nueva Misión Continental que ahora se ha puesto en marcha?

Asumimos, por unanimidad de votos, este compromiso de ponernos en “estado de misión permanente”; es decir, de revisarnos para una conversión pastoral; de revisar nuestras personas y estructuras; de apasionarnos más por Jesucristo y por su Iglesia; de impulsar más misioneros, sobre todo laicos, para que sean agentes de evangelización, no sólo al interior de las parroquias, sino en su ambiente, que es el temporal. Debemos desanclarnos y lanzarnos con creatividad, para llegar a tantos católicos que lo son sólo de nombre, porque no hay quien les anuncie el kerigma, quien les acerque a Jesús. Centrarnos, pues, más en Jesús, y en Él lanzarnos a contagiar a los demás, sobre todo con signos concretos de amor por los pobres. La misión no es un acto eventual, sino permanente.

¿Cómo está respondiendo el Pueblo de Dios latinoamericano a este desafío evangelizador?

Los laicos están entusiasmados y con ganas de colaborar. Están revalorando su fe católica y dejando de ser vergonzantes y acomplejados. Están pidiendo mucha más formación, sobre todo bíblica. Se están buscando caminos para fortalecer la pastoral juvenil, familiar y vocacional. Los que no manifiestan el mismo entusiasmo son algunos sacerdotes y religiosas, que no quieren que se les mueva el tapete de sus seguridades, a pesar de que éstas ya no responden a los nuevos tiempos; son reacios a revisar y cambiar actitudes y estructuras. Culpan a la institución y a varios factores externos de que católicos abandonen la religión y se cambien a otra, o que aumente el indiferentismo, pero no aceptan revitalizar la evangelización, renovar las parroquias, para que sean más kerigmáticas y misioneras.

Algunas voces echan de menos cierta vitalidad eclesial que surgió en torno a Puebla (CEBs, teología de la liberación…). ¿Qué les diría?

Cada tiempo tiene sus luces y ofrece caminos pastorales para responder al momento. También Santo Domingo nos ayudó a centrarnos en Cristo, a fortalecer la evangelización, a sostener las opciones de Puebla, pero no se le dio el mismo seguimiento que a Puebla. Hoy estamos tratando de beber en Aparecida los nuevos bríos que nuestra Iglesia necesita. Cuanto más se la conoce, se la valora más. Los laicos se entusiasman. Además de conferencias, cursos, talleres, hemos impulsado hasta “ejercicios espirituales” centrados en Aparecida, y nos ayuda mucho a revitalizar nuestra Iglesia. Hay que reconocer, sin embargo, que nunca faltan inconformes y críticos, que con nada están conformes; su fama consiste en ir en contra.

¿Cabe plantearse a corto/medio plazo una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe?

Cuando alguien ha dicho que ya hace falta un Concilio Vaticano III, les digo que aún falta muchísimo para que pongamos en práctica lo que el Espíritu nos dijo en el II. Lo mismo diría sobre Aparecida: aún lo estamos empezando a asumir con más profundidad, pues es insospechada su riqueza, y sería absurdo y ocioso pensar en una VI Conferencia. Eso lo pueden pedir los inconformes de siempre, porque no se dejan tocar por lo que el Espíritu nos sigue diciendo en Aparecida.

En el nº 2.649 de Vida Nueva.

Compartir