¿No es país para jóvenes?

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Me decía el cardenal Bergoglio que abordar el presente para que tenga futuro exigía la concurrencia de todas las edades. Sólo mayores o sólo jóvenes no deja de ser fragmentación que distorsiona la realidad. El pueblo de Dios no puede ser un grupo uniforme. Distintas edades -muy distintas- configuran una realidad plural, siempre necesaria.

Un buen número de cristianos, cuando se refieren a los consagrados, piensan, exclusivamente, en una edad muy madura… “Ustedes ya no tienen jóvenes”; “¡con las edades que tienen…!”. Seguramente estas palabras expresan algo de verdad, pero sólo en parte. Esta vida consagrada del primer mundo tiene también jóvenes. Gente consagrada que pertenece a una generación, a una cultura y a un modo de entender la vida diferente, que no divergente, al de promociones anteriores. Sin embargo, a estos jóvenes les corresponde una integración afectiva y efectiva en modelos culturales y religiosos de otro tiempo.

Parece que no se les ve… o no se oyen. Incluso puede dar la sensación de que están diluidos… “Uno o una en cada comunidad para poner una nota de juventud…”.

Son jóvenes de hoy que se tomaron en serio la amistad radical con Cristo y que se preguntan, con fuerza, cómo es la vida consagrada del siglo XXI que Jesús sueña. Han llegado a las congregaciones en goteo, prácticamente solos, buscando la realización de un proyecto altruista, queriendo compartirlo todo. Han ido adaptándose: creyendo y haciéndose creer. Son hombres y mujeres que valoran lo de siempre, pero no pueden negar que son de hoy. Gente formada a la que importa mucho lo que sienten, no sólo ellos, también los demás… y ahí está, entre otras fuentes, su potencial evangelizador. Gente maja, enamorada de la hondura de este proyecto de vida, conscientes del peligro del funcionariado: “Somos pocos y, enseguida, hay que asumir responsabilidades…”.

Son jóvenes modelados en la comunión, en tensión con el propio individualismo. Jóvenes del signo, buscando que la celebración tenga vida, con el dolor por la dificultad estructural para ser constantes… son jóvenes que, apasionados por la causa, entienden los votos como cauce, pero no encuentran muchos interlocutores adultos que hablen de ellos con vitalidad, credibilidad y creatividad.

Pero estos jóvenes están y son consagrados. Por edad les pertenece edificar el puente hacia la nueva vida consagrada que viene. ¿Están haciéndolo? ¿Los estamos dejando? ¿Se les oye? ¿Los escuchamos?… No es infrecuente el reproche: “No se sabe cómo piensan”. ¿Dónde están? ¿Qué les pasa por dentro?… Esta sombra de duda y cierta desconfianza también los está configurando.

“Quien te cree te crea”: hay que depositar mucha más fe en las generaciones jóvenes consagradas. Y, a la vez, un joven que hoy abrace la consagración tiene que hacer un ejercicio personal de mayor transparencia y comunicación, porque la misión es comunión.

Cuando hablamos del futuro de las congregaciones resulta que a la pregunta por el dónde o el qué estamos respondiendo bien. No está tan claro con quiénes contamos. Algunos formulamos las cosas como si fuésemos a estar siempre. Y la misión es más grande que cualquier persona.

He tenido la oportunidad de escuchar a jóvenes maristas, claretianos, jesuitas, salesianos, vedrunas, hermanitas, hijas de la Caridad… y de otras muchas congregaciones, y he descubierto en todos ellos jóvenes de verdad y consagrados de verdad. Pero, a la vez, he encontrado una constante: pesa demasiado la bodega de la tradición y el vino nuevo exige odres nuevos.

La vida consagrada ora de verdad pidiendo vocaciones. Y Dios, que escucha la súplica, las envía, como Él quiere, con la lengua y el color que quiere; con las costumbres e ideas que quiere… Envía vocaciones Dios, de hoy, para responder creativamente a lo que nuestras instituciones tienen que ofrecer hoy.


MIRADA CON LUPA

No hay problema generacional. Pero sí “convivencia medida”. La vida consagrada no tiene el secreto de la eterna juventud, y hay generaciones “puente” que no están en la comunidad. Jóvenes consagrados con edades para ser nietos, abordando misión con aquellos que tienen experiencia de abuelos. A los primeros hay que pedirles que se dejen quemar por la pasión misionera y sean maestros del Espíritu; a los segundos, que confíen, acompañen y estén… A todos, una apuesta firme por la fraternidad real.
La vida consagrada en España tiene jóvenes y hay que dejarlos ser, porque ellos son los consagrados del siglo XXI. Un joven piensa, siente y se expresa como joven… y la vida consagrada “es país para jóvenes”.

En el nº 2.648 de Vida Nueva.

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