¿A qué ha venido Bertone a España?

¿A qué ha venido Bertone a España?: ¿a respaldar a la Iglesia? ¿A dialogar con el Gobierno? Varios días después de la visita del cardenal a nuestro país, ésta sigue dando que hablar. Esta semana, Vida Nueva pide su opinión a Jordi López-Camps, ex director de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Cataluña y miembro de Cristianos Socialistas, y José Francisco Serrano Oceja, director del Congreso ‘Católicos y Vida Pública’.

“Vine a desarrollar mi oficio y mi encargo”

(Jordi López-Camps, ex director de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Cataluña y miembro de Cristianos Socialistas) ¿A qué ha venido el cardenal Bertone a España? Él mismo lo dijo en rueda de prensa en Añastro: “Vine a desarrollar mi oficio y mi encargo”. Oficio, el propio de un secretario de Estado, cuidar la relación con los gobiernos. Encargo, no es difícil imaginar de parte de quién. Bertone, dicho por él y con profusión de gestos, vino en representación de Benedicto XVI a confirmar su voluntad de mantener una buena interlocución entre el Vaticano y el Gobierno socialista constituido. Ciertamente, algo más que una visita privada.

Se trataba de restablecer el clima de normalidad, aquél que costosamente se había logrado y que fue sellado con la visita de la vicepresidenta Fernández de la Vega al mismo Bertone en Roma con motivo del Consistorio cardenalicio. Entonces, el secretario de Estado declaró textualmente: “No hay contencioso pendiente con el Gobierno español”. No en vano se habían saldado con acuerdo la espinosa cuestión de la financiación así como la de los profesores de Religión y se había gestionado razonablemente bien, con esfuerzos de una y otra parte, el potencial arrojadizo tanto de las beatificaciones como de la Ley de Memoria histórica. Parecía que así iba a cerrarse la legislatura, con cierta pax. Sin embargo, el acto por la familia de Colón (30-D) hizo saltar todo por los aires. Había, pues, que restablecer los puentes.

Éste era uno de los objetivos. Un segundo objetivo era verificar in situ y en directo las informaciones contradictorias que recibía. Ha comprobado que bajo el Gobierno socialista no está amenazada la libertad religiosa -“no es exacto que el gobierno limite la libertad religiosa”-, tampoco los derechos de la familia, ni la educación -el Gobierno “me ha asegurado su intención de reafirmar los derechos fundamentales de la familia y la educación”-. Ha confirmado criterios compartidos en política internacional, Alianza de Civilizaciones, Cuba, Gaza y África. Cara a cara, ha recibido de fuentes nada sospechosas una nítida crítica a la deriva inmoral de la COPE. Ha conocido la historia real de Educación para la Ciudadanía y la negociación del Ministerio de Educación con la FERE, la cual no actuaba de espaldas a la dirección legítima de la Iglesia. Ha encontrado reconocimiento a la acción solidaria de la comunidad católica y compromiso de respeto a los Acuerdos Iglesia-Estado. También ha comprobado la buena disposición de un Gobierno a colaborar en la visita del Papa, y se ha encontrado con la invitación a visitar España no en la JMJ de 2011, sino también en 2010, en el Año Santo Compostelano. La discrepancia se ha ceñido a un punto, el aborto: “Como es natural, en la cuestión del aborto mantenemos opiniones distintas”. La vicepresidenta le había expuesto la posición del Gobierno.

Tercer objetivo. Bertone, creo, no venía a leer la cartilla a nadie, lo que es impropio, pero sí a decir a quienes se encuentran cegados por cierto ardor guerrero que la perspectiva católica en la deliberación democrática no exige necesariamente el tour de force permanente con un gobierno. En el enfrentamiento perdemos todos, Iglesia católica, Gobierno y sociedad. Son bastantes los que en estos años han alzado la voz, cada cual más atronadora, pensando que eso era lo que Roma quería. Pues bien, ahora Roma ha hablado y ha dicho sin lugar a equívocos lo que quiere: “Una provechosa colaboración con las autoridades en el marco de una sana laicidad”. Este propósito se enfrentará próximamente a una prueba de fuego: el aborto. La cuestión, de acuerdo con los nuevos tiempos, no debiera consistir en radicalizar las posiciones ideológicas, sino en empeñarnos en contribuir entre todos, en un clima de diálogo efectivo y con respeto y atención hacia la mujer concreta que se encuentra en tal situación, a elevar el nivel ético de la sociedad y a reducir el número, realmente desorbitado, de abortos en España. Algo así parece colegirse de sus palabras: “He intentado entender, comprender y hacer entender y comprender que es necesario restringir, y no ampliar, la Ley del Aborto”.

De la Vega, al día siguiente, manifestó que la Iglesia tiene “todo el derecho a intervenir en la deliberación democrática”, lo que no le corresponde es la aprobación de las leyes, esto pertenece a la soberanía de los ciudadanos expresada en sus instituciones representativas. No está lejos de lo que el propio Bertone dijo sobre el derecho de la Iglesia católica a un pronunciamiento sobre los problemas morales y el respeto a la justa autonomía de las realidades terrenas, “la Iglesia no reivindica el puesto del Estado”. Quizás esta visita permita inaugurar una nueva forma de relación entre Iglesia católica y Gobierno según los patrones propios de una democracia.

No venía a ello, pero se encontró con un regalo inesperado. Una copia facsímil del Libro de los Retablos del siglo XV, libro que tiene su aquel. Para facilitar la oración de las mujeres sufrió borrones en textos por lo visto no aptos para ellas. El libro tenía su mensaje. Quizá tampoco el púrpura fue casual.

 

Respaldo a la libertad de la Iglesia

(José Francisco Serrano Oceja, director del Congreso Católicos y Vida Pública) Un anciano profesor de Teología Fundamental solía ironizar sobre la definición de fe que se hizo famosa en los años de la confusión teológica. Decía que si la fe es un salto en el vacío, mucho cuidado con el salto y con el vacío y con la fe. No sé si el Gobierno socialista tiene mucha fe o poca; es sujeto capaz de fe o no. Lo que sí parece es que la máxima citada les viene al pelo en las relaciones entre la Iglesia y el Estado con ese empeño en poner toda la fe de que son capaces en tender puentes atravesando lo que para ellos sería el vacío de la Conferencia Episcopal, de la realidad. Con un presidente de la Conferencia u otro, da lo mismo; con un Ejecutivo u otro; con una Asamblea u otra; la pulsión cuasi freudiana de buscar ventillas alternativas en derredor del Vaticano les lleva a una confesión pública de exceso protocolario que produce el efecto contrario: la increencia.
Sin embargo, hay quienes en la Iglesia en España, y no de España por eso de que también existe por aquí la pretensión política de crear una Iglesia nacional y algo más, apostamos por la definición de fe del Concilio Vaticano I, glosada posteriormente en el Vaticano II. Sobre todo en esa parte final, que dice: “Creemos que son verdaderas las cosas divinamente reveladas por Dios, no por la verdad intrínseca de lo conocido a la luz de la razón, sino por la autoridad misma de Dios, que no puede ni engañarse, ni engañarnos”. Ahí está la clave, por más que la polución atmosférica de la propaganda gubernamental haya intentado, sin escatimar esfuerzos, hacernos creer que aquello de los “obispos casposos” de la vicepresidenta es harina de otro costal: ahora de lo que se trata es de que no nos engañen ni nos engañemos.

Lo primero que hay que reseñar, para no sacar el texto de su contexto, y convertirlo en un pretexto -principio de la hermenéutica-, es que el cardenal Tarcisio Bertone ha venido a una España que, en palabras de monseñor Fernando Sebastián, está enferma. En un reciente prólogo a la edición de sus Cartas desde la fe, ha escrito, refiriéndose a las leyes de equiparación del matrimonio con cualquier forma de vida, la ley del divorcio exprés, la ampliación del aborto, la de investigación con embriones humanos, la de Memoria histórica: “Parece claro que la intención profunda de estas leyes es configurar una sociedad nueva que responda a la inspiración profunda de la nueva cultura atea, absolutamente permisiva y relativista. De este modo vamos a la consolidación del proyecto acariciado desde siempre por el Partido Socialista de una sociedad democrática exclusiva e irreversiblemente de izquierdas. Se trata de un proyecto difícilmente realizable y muy poco democrático, pero ahí está. La mayor o menor eficacia de este proyecto dependerá de la lucidez y de la decisión que tengamos los españoles, los católicos y todos los verdaderos amantes de la libertad”.

La visita del cardenal Bertone ha contribuido, sin duda, a esa lucidez que reclama monseñor Sebastián. Han sido muchos los criterios que se han utilizado para calificar el resultado de la aceptación de la invitación del cardenal Rouco Varela. Apuesto por uno distinto, urgente en la actual situación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado: el de la libertad exterior de la Iglesia. Se podría decir que la visita del cardenal Bertone a España ha sido un éxito porque ha apuntalado los principios de esa necesaria libertad exterior ante la configuración de un modelo de gobierno, y de configuración de un Estado que sistemáticamente pretende invadir espacios que no le son propios. Según la doctrina común, el Estado no debe absorber a la sociedad, ni erigirse como instancia ética educadora, ni apostar por una conformación de los denominados valores sociales a través de los medios con los que cuenta. El Estado, y su larga mano ejecutora, el gobierno, tiene como misión respecto a la sociedad la de garantizar en su seno el respeto a los derechos fundamentales de la persona -¿les suena del discurso del cardenal Bertone?-.

Lo que hoy se está jugando en España es la libertad de la Iglesia, de los cristianos y de lo cristiano. En la primera Transición, también se jugaron esa libertad, y no salieron mal parados. Ahora tendríamos que recordar aquella época ejemplar ante esta implícita segunda Transición. Necesitamos una pedagogía de la libertad exterior de la Iglesia, la libertad ad extra, y de la libertad interior. El cardenal Tarcisio Bertone es, sin duda, un buen pedagogo, de los que educan a la más variada ciudadanía.

En el nº 2.648 de Vida Nueva.

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