Mark Rotsaert, sj: “No creo en imponer las mismas reglas a todos”

Presidente de la Conferencia Europea de Provinciales

(María Gómez) En la piramidal estructura de la Compañía de Jesús, Mark Rotsaert ocupa uno de los lugares más altos. Lo cual no quita para que sea un hombre accesible y dispuesto a charlar el tiempo que sea necesario para aclarar en qué consiste su tarea, una de las más laboriosas para un jesuita en el gobierno de la congregación. Mark Rotsaert es el presidente de la Conferencia Europea de Provinciales (CEP), esto es, el grupo de todos los provinciales europeos que ocupan “no sé si la cabeza, pero sí el nivel donde se toman las decisiones acerca de las prioridades apostólicas comunes”, dice este jesuita belga en perfecto castellano.

Rotsaert actúa de coordinador y dinamizador de la colaboración interprovincial y supraprovincial, algo que pidió explícitamente la 35º Congregación General de la Compañía (enero-marzo de 2008): “Allí se marcó que las Conferencias tienen que ser más importantes en este tiempo de mundialización y globalización. Como organización internacional, tenemos los medios, los recursos humanos y económicos, que creo que empleamos a nivel local bastante bien, pero a nivel universal requiere un cambio de mentalidad en muchos jesuitas”.

Después de ocho años en el cargo -acaba de renovar, y seguirá hasta finales de 2010 en un trabajo que le hace “feliz”-, sabe que no hay soluciones mágicas: “Soy muy sensible para las diferencias, no creo en imponer reglas iguales para todos, no creo que funcionen bien”. Intenta aplicar siempre este criterio, porque está más que acostumbrado a la diversidad: la CEP es la más vieja y la más compleja de las seis Conferencias jesuitas, con sus 26 provincias en 23 países y sus lenguas, culturas e historias diferentes.

Antes, o al mismo tiempo, que aborda los problemas comunes en la Compañía (la formación de los jóvenes, la fusión de las provincias, el trabajo intelectual, África, el diálogo interreligioso, el islam, las migraciones, etc.), Rotsaert afronta ese ‘problema’ interno de cambiar la mentalidad de los provinciales: “Para los más jóvenes no es tan difícil, están más abiertos, su formación es más internacional. Pero después de un año están tan encima de los problemas de su provincia…”. Lo sabe porque él mismo fue provincial en dos ocasiones (“una penitencia por todos mis pecados”, bromea), y todavía recuerda a algunos que al principio se mostraban ‘euroescépticos’, pero que con el paso del tiempo han reconocido las bondades de un organismo como la CEP: “Se encuentran y se dan cuenta, ‘¡pero si tenemos los mismos problemas!'”.

Autoridad moral

Realiza su trabajo de forma callada, y narra una anécdota que deja entrever que, aun así, es efectivo. “He dicho alguna vez que soy presidente sin poder, sin hombres y sin dinero. Algunos me han dicho: ‘¡Eso es muy evangélico!’. Sí, pero no muy práctico… Un provincial español me dijo: ‘Tú dices que no tienes poder jurídico, pero nosotros estamos contentos de que no hayas tenido poder. Ahora tienes autoridad moral y estamos más dispuestos de ir adelante’. Me quedé muy contento de oír esto y de oírlo de un español”. Su relación con los provinciales de España, que ha visitado en muchas ocasiones y donde ha vivido algunas temporadas, es buena a nivel personal. A nivel estructural, valora “el gran camino de apertura que han realizado” y el trabajo intelectual que se desarrolla aquí.

El propio Rotsaert es especialista en espiritualidad ignaciana, sobre la que ha escrito y traducido varios libros, a petición de sus alumnos en cursos y ejercicios. “Cuando las monjas me felicitan es agradable, pero cuando son un grupo de laicos me halaga mucho”. Entre el secreto de su éxito, una clave: “Ahora me conocen, pero al principio decían: ‘Oh, un jesuita, será muy difícil’. Si uno no es capaz de decir las cosas con palabras simples, entonces tienes un público muy pequeño. Tienes que ser capaz de hablar con más gente y explicar cosas de manera simple”.

En esencia

Un libro: Las Confesiones de san Agustín, y Los primeros jesuitas, de Jonh W. O’Malley.

Una película: Un hombre para la eternidad, de Fred Zinnemann, sobre Thomas Moro.

Una canción: El Mesías, de Händel.

Un recuerdo de infancia: la primera vez que vi el mar, creo que con siete años.

Una aspiración: después de este trabajo, tomarme un año sabático en América Latina.

Un deseo frustrado: soy demasiado realista para tener frustraciones; decepciones sí, pero no frustraciones.

Una persona: mi padre.

La última alegría: la elección del P. Nicolás como General, todo el proceso y la elección misma.

La mayor tristeza: la muerte de mi hermana.

Que me recuerden… como un buen maestro de novicios y por ser un presidente de la Conferencia que ha sido capaz de hacer avanzar las cosas.

En el nº 2.643 de Vida Nueva.

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