La defensa de los derechos garantiza la dignidad humana

El Vaticano, que ha presentado la instrucción ‘dignitas personae’, se suma al 60º aniversario de la Declaración

(Antonio Pelayo– Roma) La Santa Sede no ha querido pasar por alto el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, para subrayar la importancia que la Iglesia Católica concede al reconocimiento y a la tutela de los derechos fundamentales de la persona. Y ello, en un momento en que ha manifestado su neta discrepancia con ciertas orientaciones de la ONU, disociándose públicamente de algunas iniciativas nacidas en torno a esta simbólica fecha.

Benedicto XVI, que en su discurso ante las Naciones Unidas el pasado 18 de abril había definido la Declaración como “el resultado de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales motivadas todas ellas por el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes e intervenciones de la sociedad”, volvió sobre este tema en la jornada conmemorativa organizada por el Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’ el 10 de diciembre.

Al finalizar el concierto dirigido por la española Inma Shara en el Aula Pablo VI, con obras de Mendelssohn, Mozart y Manuel de Falla, el Papa pronunció un discurso en el que afirmó: “Los derechos humanos están fundados últimamente en Dios creador que ha dado a todos la inteligencia y la libertad. Si se prescinde de esta sólida base ética, los derechos humanos se fragilizan porque son privados de su sólido fundamento”.

Desde siempre -había afirmado anteriormente Joseph Ratzinger– la Iglesia remacha que los derechos fundamentales, más allá de las diferentes formulaciones y del diverso peso que pueden tener en las diferentes culturas, son un dato universal porque está inserto en la misma naturaleza del hombre. La ley natural, escrita por Dios en la conciencia humana, es un denominador común a todos los hombres y a todos los pueblos; es una guía universal que todos pueden conocer y sobre cuya base todos pueden entenderse”.

Referencia para el diálogo

En su discurso pronunciado ante el presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, y de los presidentes de las dos Cámaras del Parlamento, el Pontífice aseguró que la Declaración “constituye todavía hoy un altísimo punto de referencia para el diálogo intercultural sobre la libertad y los derechos del hombre”, añadiendo que “la dignidad de todos los hombres está garantizada verdaderamente cuando todos sus derechos fundamentales son reconocidos, tutelados y promovidos”.

En la primera parte del acto, organizado y presentado por el cardenal Renato R. Martino, intervino el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, quien constató que “hoy, frente a un preocupante cuadro global que es, sobre todo, reflejo de estructuras económicas que no responden al valor del hombre, los derechos básicos parecen depender de anónimos mecanismos sin control y de una visión que se encierra en el pragmatismo del momento, olvidando que la clave del futuro de la familia es la solidaridad”.

Bertone, recordando sin duda sus tiempos de profesor de Derecho Público Eclesiástico, hizo especial hincapié en el derecho a la libertad religiosa (reconocido en el artículo 18 de la Declaración) y dijo: “Es un dato evidente que el hecho religioso tiene una influencia directa en el desarrollo de la vida interna de los Estados y de la comunidad internacional. A pesar de lo cual se perciben cada vez más tendencias e indicaciones que parecen querer excluir a la religión y a los derechos conectados con ella de la posibilidad de concurrir a la construcción del orden social, siempre respetando el pluralismo que caracteriza a las sociedades contemporáneas”.

Entre los derechos humanos -afirmó el primer colaborador del Papa- no existe en términos rigurosos una jerarquía. Son un todo, son como un único derecho… Haber recibido la vida como un don y poder agradecérselo al Autor de la vida son los dos primeros derechos humanos. Esto no significa colocar los otros derechos a un nivel más bajo; es más, todos los derechos humanos son así alzados de forma indivisible para ser expresión de una dignidad recibida por amor y no producida por técnicas humanas. El discurso puede ser también visto al revés. Se constata que cuando se tienen en menos consideración el derecho a la vida y a la libertad religiosa también vacila el respeto a los otros derechos”.

Para completar esta semana informativamente bastante repleta, el viernes 12 tuvo lugar la presentación de la Instrucción Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de bioética, de la que es autora la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue, si se nos consiente esta expresión, el “bautizo” ante los medios informativos del nuevo secretario de dicho organismo, el jesuita balear Luis F. Ladaria, quien salió airoso de un trance nada fácil. Le acompañaban Rino Fisichella, presidente de la Pontificia Academia para la Vida; el emérito de la misma, Elio Sgreccia, y Maria Luisa Di Pietro, profesora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón y presidenta de la asociación Ciencia y Vida.

Respeto a la procreación

La Instrucción fue aprobada por Benedicto XVI el 20 de junio y firmada por el cardenal William Levada el 8 de septiembre, y es, en términos muy concretos, la actualización de otro documento similar de Juan Pablo II, la Donum Vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, que apareció con la firma del entonces prefecto de la Congregación, cardenal Ratzinger, el 22 de febrero de 1987.

Monseñor Ladaria -tendremos que acostumbrarnos a llamarle así- explicó con claridad pedagógica que el nuevo documento es una exigencia, ya que “el desarrollo de las ciencia biomédicas constituye, sin duda, uno de los signos más característicos de nuestro tiempo. En los últimos veinte años, las ciencias biomédicas han hecho grandes progresos y han llegado a conocer mejor las estructuras biológicas del hombre y el proceso de su generación. Por otra parte, las nuevas tecnologías abren nuevas perspectivas terapéuticas hasta ahora desconocidas. Como, por ejemplo, las terapias contra la infertilidad o el uso de las células estaminales adultas. Por otra parte suscitan muchos interrogantes de naturaleza antropológica y ética”.

Dividida en tres partes, la Instrucción recuerda en primer lugar las bases antropológicas, éticas y teológicas fundamentales para abordar a continuación los nuevos problemas que hacen referencia a la procreación. Por fin, se examinan algunas nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano.

Siempre según monseñor Ladaria, el mensaje central del documento es reconocer la dignidad de la persona, de todo hombre desde la concepción hasta la muerte natural. La Instrucción “quiere animar la investigación biomédica en el respeto de la libertad de la dignidad de todo ser humano y la dignidad de la procreación. Y a la vez, quiere excluir -como ilícitas- ciertas tecnologías biomédicas”. El documento dice que detrás de cada uno de los “no” hay un “sí” al reconocimiento de la dignidad y del “valor inalienable de todo ser humano que es siempre singular, que es siempre irrepetible”.

NO AL ABORTO, Y MENOS PARA LUCHAR CONTRA LA POBREZA

El jueves 11 de diciembre, se presentaba el Mensaje del Santo Padre para la 42ª Jornada Mundial de la Paz, que este año tiene como lema Combatir la pobreza, construir la paz. Ocupaban la tribuna de la Sala de Prensa el cardenal Renato R. Martino y monseñor Giampaolo Crepaldi, presidente y secretario, respectivamente, del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’, acompañados del portavoz, padre Federico Lombardi. El texto de este Mensaje -como ya es tradición- será íntegramente publicado en las páginas del próximo número de Vida Nueva. Al mismo tiempo que invitamos a nuestros lectores a su lectura, valgan como estímulo a la misma estas frases del texto de Benedicto XVI. “La pobreza -escribe en el número 3- se pone a menudo en relación con el crecimiento demográfico. Consiguientemente, se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional, incluso con métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir libremente el número de hijos y, lo que es más grave aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres”.

En el nº 2.641 de Vida Nueva.

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